miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un texto de DAVID HUERTA: El aliento de Orfeo.


DAVID HUERTA
El aliento de Orfeo

Al asediar las honduras de un poema, de los enlaces de las palabras que lo conforman, de los vínculos de la prosodia —cantidades silábicas, modulaciones en las frases y cláusulas-, el músico extrae una sustancia sensible para disponerla en el espacio sonoro. Y del poema queda en la composición, ya no las palabras o su textura verbal, entonces, sino algo que podríamos llamar un hálito central, un soplo primigenio.

En el siglo XIX, el ideal de Verlaine (“De la musique avant toute chose”) y los símbolos adelgazados y ardientes en la forma perfecta de la poesía de Mallarmé alcanzaron en los versos de Rainer Maria Rilke (1875-1926) una realización aún más completa: En sus poemas brilló con luz cenital lo mejor de la poesía europea.

   Rilke, poeta de lengua alemana, nació en una de las más hermosas ciudades de Europa, Praga, en el corazón de Bohemia. Fue el suyo un espíritu de fragilidad abismal; pero supo descubrir con los ojos abiertos visiones únicas y tuvo el pulso firme para llevarlas al papel.

   Tres poemas rilkeanos le sirven a Sergio Cárdenas para desplegar su imaginación. ¿O es el compositor mexicano el que sirve a los poemas? No importa. Lo que importa es la música, el poder órfico de las armonías y los timbres, la riqueza orquestal conducida con mano maestra, el lirismo preciso y la déchirure trágica en equilibrio sereno o tempestuoso.

   Comienzo apenas a entender, con la escucha repetida, el sustrato mítico y simbólico de esta música de Cárdenas. El Yggdrasill, árbol cósmico de la mitología septentrional, está como dibujado con una punta de plata en uno de estos poemas rilkeanos. Sergio Cárdenas lo ha
                                                        David Huerta


convertido, con el columpio que de él cuelga, en un poderoso símbolo musical.

   Veo una vez más a Sergio Cárdenas en Praga, donde lo conocí, en el Puente de Carlos, junto a ese “santo de piedra, mudo, ahogado” (San Juan Nepomuceno), según se lee en un hermoso poema mexicano. Y junto al perfil sonriente del músico mexicano descubro la efigie melancólica, afantasmada, de Rilke. Veo y oigo los instrumentos, el prístino rumor del agua fluvial.

   Escuchemos. El sueño de la realidad ha sido orlado aquí por el aliento de Orfeo.
                                                         © David Huerta, Ciudad de México, septiembre de 2005