viernes, 28 de febrero de 2014

Dos poemas de ERICH FRIED


ERICH FRIED
(1921-1988)

UNA PEQUEÑEZ

No sé qué es el amor
pero quizá
es algo como esto:

Cuando ella
regresa a casa desde otro país
y con orgullo me dice : "Vi
un rata de agua"
y yo recuerdo estas palabras
cuando despierto a medianoche
y al día siguiente en el trabajo
y deseo
oír una vez más
que ella diga las mismas palabras
y también
que ella de nuevo luzca
exactamente como
cuando las dijo:

Yo pienso que eso es quizá amor,
o algo que se parezca mucho a eso.

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PERO...

Primero me enamoré
del brillo de tus ojos,
de tu sonrisa,
de tu alegría de vivir.

Ahora amo también tu llanto
y tu miedo de vivir
y el desamparo
en tus ojos.

Pero quiero ayudarte
contra el miedo
pues el gozo de mi vida
es todavía el brillo de tus ojos.



Traducciones de © Sergio Ismael Cárdenas Tamez
desde el original alemán. 16-enero-2013, durante el vuelo de regreso a México desde Ámsterdam en el vuelo KL0865.
                                                          ERICH FRIED

Jóvenes talentos musicales de México


Conciertos de la OSENM-UNAM en marzo, 2014.








martes, 11 de febrero de 2014

"Ego unum et multis in me"


EL FINANCIERO, Ciudad de México;   Martes, 14 de octubre de 2008   Sección Cultural, pag. 39,

"Soy una unidad, pero una multitud habita en mí"
Escuchar la música con apertura auditiva.
por Sergio Cárdenas*


                                                                                                                  al doctor Julio Vigueras Álvarez, con agradecimiento

En los tiempos en los que el célebre director de orquesta italiano Claudio Abbado (Milán, 1933) ocupó la dirección artística del Teatro alla Scala, de Milán (1968-1986), emprendió lo que llamó una labor social de difusión musical entre la comunidad obrera de esa nórdica ciudad italiana, tan llena de plantas industriales. Abbado fue apoyado en su empresa por muchos músicos italianos; uno de esos músicos fue el célebre pianista Mauricio Pollini (Milán, 1942).

Por aquellos años, Pollini se asumía como un "evangelista" o "misionero" de la producción pianística de la llamada nueva escuela vienesa, representada por Arnold Schoenberg (1874-1951), Anton von Webern (1883-1945) y Alban Berg (1885- 1935), y de las corrientes de composición musical de ella derivadas.

Un buen día, Pollini fue programado para brindar un recital pianístico al término de la jornada laboral en una fábrica de los suburbios milaneses. Se instaló un escenario y sobre él un piano de concierto. Pollini decidió iniciar su participación no tocando algo al piano, sino dando una explicación sobre la importancia de la nueva escuela vienesa en el desarrollo occidental de la música, haciendo énfasis en lo que se denomina sistema o método dodecafónico de composición musical y sus repercusiones ultraeuropeas desde que Schoenberg lo presentó en Viena en los albores del siglo XX. En esas estaba el buen Pollini cuando un trabajador lo interrumpió para preguntarle:

-¿Vienes a hablar o a tocar el piano?

Pollini, de inmediato, interrumpió su alocución y sentose al piano a tocar una Sonata para piano del francés Pierre Boulez (Montbrison, 1925). No había terminado Pollini de tocar la segunda o tercera página de la sonata bouleziana, tan llena de disonancias, clusters (aglomeraciones de sonidos), sin una secuencia melódica que cualquier cristiano normal pudiera "seguir" (menos aún tratándose de un público condicionado auditivamente por la cantabilidad de las famosas arias de óperas italianas), con saltos de un extremo al otro del teclado... en fin, con tantas manifestaciones a las que los eruditos suelen referirse como pruebas de la modernidad en música, cuando aquel mismo trabajador, a quien le pareció que lo que Pollini ofrecía "no tenía ni ton ni son", le gritó:

-Oye, no sigas, ¡mejor deja de tocar y cuéntanos algo!

Con ello, según se ha sabido, se dio por terminada la labor social de difusión musical que Pollini había programado para ese día. Debe el lector saber, sin embargo, que recitales pianísticos con obras de los compositores mencionados fueron muy frecuentes y exitosos en no pocos foros europeos, en especial en festivales de tanto prestigio como los de Salzburgo, donde Pollini ha sido aclamado como verdadero héroe musical durante varios años.

En 1967 el Coro del Departamento de Música Sacra del Seminario Teológico Presbiteriano de México emprendió una gira por los estados mexicanos de Tabasco y Chiapas. Yo tenía por aquel entonces poco tiempo de haber iniciado mis estudios musicales en esa escuela (a la que tanto debo). El programa coral que preparamos incluía obras de Palestrina, Di Lasso, Bach, varios himnos y algunos de los llamados negro espirituales. La extensa gira, de varias semanas, nos llevó a visitar comunidades en las que, según supimos, por primera vez se presentaba un coro cantando música clasificada como sacra.

Uno de esos conciertos estaba programado en un templo ubicado en una localidad habitada en su totalidad por mexicanos que no hablaban español (no recuerdo hoy si eran tzotziles o lacandones). Por el mal tiempo y por tener que recorrer un largo camino de terracería para llegar a esa localidad, nuestro arribo se demoró casi cuatro horas, por lo que el concierto programado para las 12 horas del día empezó a las cuatro de la tarde.

Nuestra primera sorpresa fue ver que aquel enorme templo, con techo de palma, estaba totalmente lleno de feligreses, la mayoría, según recuerdo, vestidos de blanco de pies a cabeza. Ansiosos esperaban nuestra llegada para presenciar un evento sin precedente en su comunidad. De inmediato ocupamos nuestros lugares ante el altar y empezamos el concierto. Nuestro director, el maestro Óscar Rodríguez López, hacía breves comentarios introductorios a las piezas que íbamos cantando, comentarios que acto seguido eran traducidos por el pastor a la lengua que se hablaba en esa comunidad. Al terminar nuestro concierto, el pastor pidió a su congregación hacer una "evaluación" de las obras escuchadas agitando con la mano los programas de mano que se les habían repartido. Esto porque, por lo general, en las congregaciones protestantes no es común ni bien vista la práctica del aplauso dentro de los templos.

El pastor recorrió el programa, mencionando pieza por pieza y la congregación respondía a su indagación. Aún recuerdo vívidamente la emoción que me embargó cuando, tras mencionar la última pieza, nos dimos cuenta que la obra que más había sido del gusto de la multirreferida congregación había sido de J. S. Bach (1685-1750). La obra bachiana no es, de manera alguna, una pieza de fácil escucha pues la caracteriza una polifonía complicada con la participación de cinco voces distintas que explotan, cada una de ellas, toda su tesitura. Nuestro programa incluía obras que, siempre lo pensamos, serían todo un hit, como los accesibles y "pegajosos" spirituals, por ejemplo. Sin embargo, fue el Motete "Jesu, meine Freude" (BWV 227) el que más cautivó a esa congregación. El motete, escrito originalmente en alemán, lo cantamos en una traducción al español; pero este hecho, en el contexto referido, resulta irrelevante pues, como comenté, nadie en la congregación entendía español y, por lo demás, dada la compleja polifonía de la pieza, de cualquier manera hubiera sido casi imposible entender el texto que, por lo demás, es un pretexto.

En otras palabras: fue el poderío de la música bachiana lo que conquistó la sensibilidad de quienes jamás habían escuchado una obra de este compositor barroco y que, con toda seguridad, habrían reaccionado a la pieza de Boulez de igual manera que los trabajadores milaneses reaccionaron ante el pianista Pollini.

Supongo que, en ambos ejemplos, se trata de públicos no "cultivados" (yo diría: "condicionados") que de manera espontánea reaccionaban a la oferta musical que se les brindaba. Esos públicos no fueron "acercados" a la música llamada clásica por medio de programa alguno. Los compositores contemporáneos de casi todas las épocas se quejan, con no poca frecuencia, de la "ignorancia" de los públicos. Se dice que Schoenberg llegó a decir que el rechazo del público de una obra suya o de alguno de sus pupilos era, en su opinión, una señal de la buena factura de la obra. ¿Hasta dónde es, en realidad, necesaria la educación de los públicos en la música clásica?

En mis años al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional de México (1979-1984) tuve la fortuna de fundar y dirigir lo que entonces denominamos Festival de Primavera de Oaxaca, de la OSN. La oferta musical y artística de estos Festivales era muy amplia, de variopinta índole: música con ensambles de cámara, recitales solistas, conciertos corales, conferencias, cineclub, conciertos sinfónicos, exposiciones plásticas y, de gran éxito, cursos de perfeccionamiento musical. Los conciertos sinfónicos estaban programados para las nueve de la noche, pero el hermoso Teatro Macedonio Alcalá de la capital oaxaqueña se llenaba en su totalidad desde dos horas antes: tal era la necesidad que la sen- sible población oaxaqueña tenía de satisfacer su apetito espiritual a través de la música. Los programas que ofrecíamos eran muy variados, incluyendo tanto obras del repertorio tradicional internacional como obras del vasto repertorio sinfónico mexicano, algunas de ellas en estreno mundial. Un par de críticos musicales europeos asistieron a esos festivales; se maravillaban de esa extraña sensibilidad que permitía que ni en los conciertos casi maratónicos en los que ofrecíamos obras como la Pasión de N. S. J. según S. Juan" (J. S. Bach) o el oratorio Mesías (G. F. Haendel), cada una de más de dos horas de duración, se escuchara el llanto de alguno de los muchos bebés que eran llevados por sus madres a esas veladas sinfónicas.

En una de esas tardes del Festival de Primavera de Oaxaca (30 de marzo, 1984) me sucedió lo siguiente: tenía yo programado un ensayo con la Banda Sinfónica del Estado de Oaxaca (en sus tiempos, Porfirio Díaz hizo comprar en Alemania todos los instrumentos musicales que la banda requería), pues esa Banda iba a participar con la OSN en el concierto de clausura del Festival, a realizarse en el imponente Auditorio Guelaguetza. Por ser la primera vez que me tocaba trabajar con ese ensamble, calculé que requeriría de al menos dos horas de ensayo para dejar montados los fragmentos seleccionados. Sin embargo, la Banda estaba muy bien preparada y, por ello, al cabo de una hora había yo terminado el ensayo. Eran alrededor de las cinco de la tarde y como esa misma noche estaba el oratorio Mesías (Haendel) en el programa, decidí no esperar una hora más a que llegara el chofer por mí y salí a la calle a buscar un taxi para poder regresar al hotel y descansar un poco más antes del concierto.

Hice la señal a un taxi que venía a unos 70 metros del lugar en el que estaba yo parado en la orilla de la banqueta. Pero delante de mí, acaso unos diez metros, estaba una pareja de jóvenes que también solicitaron el servicio del taxi. Cuando los vi alzar la mano, pensé que estando ellos delante de mí, el taxista les daría preferencia. Mi sorpresa fue que en vez de hacer eso, el taxista siguió su camino y se detuvo justo enfrente de mí y, de inmediato, abrió la puerta del vehículo y me dijo: "Suba usted, maestro Cárdenas". Me quedé atónito. Al ocupar mi lugar en el taxi, indagué de dónde me conocía. Me respondió: "Pues del Teatro Alcalá, lo he visto ahí todas las noches dirigiendo los conciertos. De hecho, ahora mismo ya iba yo para mi casa por mi familia para alcanzar lugar en el concierto de hoy". Confieso que me emocionó mucho esta confirmación de las bondades de nuestro Festival y de cómo era apreciado por el sensible pueblo oaxaqueño. Despertó, entonces, mi curiosidad por conocer más del impacto que tenía nuestra oferta musical en el pueblo: el comentario de un taxista que todos los días del festival prefería llevar a su familia a los conciertos que ofrecía con la OSN en el Teatro Alcalá en lugar de continuar sus labores de taxista para conseguirle un mejor sustento económico a sus seres queridos y que, además, convivía a diario con gente de los más diversos sectores de la población, era para mí de mucha importancia.

-Pues la verdad, todo nos ha gustado, pero mi gran descubrimiento fue la música de ese señor Mozárt [¡sic!]: se oía como si todo fuera fresco y transparente -fue su respuesta.

Era tal la emoción de ese sencillo y sensible taxista oaxaqueño por el hecho de tenerme como su pasajero que, al llegar al hotel, no quiso cobrarme dinero alguno por el servicio prestado argumentando el gran honor que el destino le había deparado de trasladarme esa tarde al hotel.

Mi experiencia de más de cuatro décadas en el ejercicio musical público me ha corroborado, una y otra vez, que toda explicación de la música resulta en una reducción de su contenido; que la música no necesita justificación, como escribiera el poeta Roberto Juarroz; que el ser humano sí está necesitado de música, de esa que emana del sonido y que para vivenciarla de manera plena necesita despojarse de toda "educación" musical, de todo proceso de condicionamiento que el entorno cultural le impone; que teniendo la música como único vehículo el sonido musical, que es un mundo variado y diverso que, sin embargo, se manifiesta en la naturaleza como unidad, es la vivencia de la música (es decir, oírla en vivo, con instrumentos que producen sonidos musicales y no, como es frecuente hoy en día, con instrumentos electrónicos que producen remedos de sonidos musicales) lo que constituye la mejor contribución que el ser humano puede hacerse a sí mismo para recuperar su propia unidad en tanto que ser humano, único e indivisible, que, como el fenómeno sonoro que nos garantiza la posibilidad de la vivencia musical, tiene su propia energía, su propia manera de manifestarse en el tiempo y en el espacio, tiene su propia multiplicidad de elementos constitutivos que conforman su unicidad y su unidad. O como escribió Zenón de Elea: "Ego unum et multis in me"; es decir: soy una unidad, pero una multitud habita en mí. Así es el sonido musical: es uno, pero lo conforma una multiplicidad. Escuchemos la música sin prejuicios, con apertura auditiva y dejémonos habitar por su energía.



*
Director sinfónico y compositor musical. Profesor titular de carrera en la Escuela Nacional de Música de la UNAM. Presidente de Música de Concierto de México, SC. www.sergiocardenas.net
Martes 14 de octubre, 2008. El Financiero. Cultural

jueves, 6 de febrero de 2014

ROLF LEEMANN: Mozart


ROLF LEEMANN 
Movimiento

no son pocos
los pasos lejanos que aquí escucho
los gestos graciosos de un destino cumplido

apenas me doy cuenta del dulce tintineo
                                       el pulso ensoñador que compromete
                                       la libertad inconcebible de las fiorituras

                                    o el ritmo encantador, mecánico
                                    o la desenvoltura de las escalas
                                       las voces alternantes angelicales

y la beatitud tan grande
de reencontrar uno o la otra
o todas después de los silencios
                                                      estas naderías minúsculas
                                                      sílfides de la nada...

yo entreveo
esto que en realidad escucho:
                                                    la ligadura subyacente
                                                    inasequible
                                                    de tu espléndido

                                                    silencio

                                                    MOZART


Traducción desde el francés original de
(c) Sergio Ismael Cárdenas Tamez,
Ciudad de México, 18 de febrero, 2006,
Año del 250 Aniversario del Natalicio de Mozart.
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ROLF LEEMANN

MOUVEMENT

ce ne sont guère
les pas lointains
qu’ici j’écoute
les gestes graciles
d’un destin révolu

à peine que je note
le doux tintement
le pouls rêveur qui engage
la liberté inconcevable
des fioritures

ou le rythme charmant, mécanique
ou la désinvolture
des gammes
les voix alternant
angéliques

et le bonheur si grand
de les retrouver l’une ou l’autre
ou toutes, après les pauses
ces riens minuscules
sylphides du néant –

j’entrevois
ce que vraiment j’écoute :
le lien sous-jacent
insaisissable
de ton splendide


silence



MOZART


 *ROLF LEEMANN: poeta suizo