lunes, 10 de julio de 2017

La prueba de la existencia de Dios.


                             La prueba de la existencia de Dios.
                                            por Sergio CÁRDENAS

A mi hermana Isabel, con cariño.


     Este viernes 28 de julio se recuerda el fallecimiento, hace 250 años, de Johann Sebastian Bach (1685-1750), acaecido en la ciudad sajona de Leipzig, de cuya iglesia luterana de santo Tomás fue “Kantor” (director general de la música) durante los últimos 27 años de su vida.¿Qué es lo que nos mueve a recordar constantemente (al escuchar una y otra vez su música) la existencia y obra de este compositor musical, columna fundamental en el desarrollo de la música occidental? 
     Más allá del hecho de que con Bach se consuma la consolidación de la tonalidad como nueva técnica de composición musical (el Clave bien temperado es, quizá, el mejor ejemplo de ello), y de su innegable contribución al desarrollo de las técnicas de ejecución instrumental que reflejan la culminación de la así llamada Era Barroca de la música occidental (entre otras contribuciones), me parece que hay algo que aún hoy, a más de 250 años de haber sido escrita, nos sigue cautivando de esta música.Y pensar que en los últimos años de su vida Bach sufrió  porque alguien – ¿algún crítico musical o colega envidioso?- dijo que la música de Bach era “anticuada”. ¿Es que nosotros somos unos anticuados si un cuarto de milenio después de su composición seguimos oyendo y ejecutando –en el buen sentido de la palabra- su música? 
     Aparentemente, los oídos de –algunos- sus contemporáneos no aguantaban más las intrincadas polifonías de este compositor y, por  y para su desgracia, tampoco se dieron cuenta de cuán secular era Bach, pues entre lo que se le reprochaba estaba su apegamiento a lo religioso  (tras el último compás de cada una de sus obras, Bach siempre escribía Soli Deo Gloria), siendo que, con la consolidación del sistema tonal de composicion musical se estaba más bien reflejando un cambio profundo en el devenir social, con impactos específicos en el devenir de la composición musical, a saber:el sistema modal que dominaba la Europa del siglo XVIII reflejaba el férreo control que la Iglesia había ejercido sobre el desarrollo musical en términos de economía. Su nombre, del latin modus (regla, medida) se refiere a los modos –musicales-eclesiásticos que prescribían, con no poca rigidez, las notas musicales que deberían de usarse al componer una pieza basada en algunos de esos modos (algunos han traducido este término como tono, traducción que, a mi manera de ver las cosas, crea confución con el concepto de tonalidad, de aplicación muy diferente). La tonalidad, en cambio, refleja también la transición que se daba en Europa de un sistema feudal a un sistema de libre mercado en el que la fuerza con mayor capacidad de negociar es la que, a final de cuentas, se impone.     
     Así, el sistema tonal de composición musical se desarrolla a base de un intercambio libre de fuerzas, tensiones y distensiones en las que prevalecerá quien tenga la mayor fuerza centrípeta y quien,  por ello, logre el “respeto” de todas las demás fuerzas (notas musicales)  al final de la obra. Esto explica el que  muchas piezas musicales escritas utilizando este sistema de composición musical, lleven la aclaración, como parte de su identidad,  de cuál es la nota musical que se revelará al final como el punto centrípeta (se le llama centro tonal) de las fuerzas implicadas: en Do mayor, por ejemplo, se nos dice que está escrita la Primera Sinfonía de Beethoven. Esto no significa que en toda la pieza se escuche únicamente el acorde de Do mayor (o sus notas), sino que la nota Do, en su acepción acústica natural, es la que al final se confirmará  como punto centrípeta de toda la pieza. 
      En otras palabras: en el barroco se inicia, de manera vertiginosa (también como resultado del movimiento reformatorio iniciado por Lutero), la secularización del control económico de la producción musical que, hasta entonces, había sido casi de la exclusividad de la Iglesia. Bach expresó estos profundos cambios en su música (queda por saber si de manera conciente) y, más que anticuado, mi convicción es que la producción musical de Bach es una de las que con mayor enjundia pueden adjudicarse el calificativo de actuales: su sistema de composición musical obedece al sistema de libre mercado en el que las fuerzas (musicales) actúan con libertad de movimiento y de expresión, dialogan, discuten, se incriminan y elogian mutuamente, luchan, sueñan, se ponen máscaras, sufren y gozan, odian y aman.
     No son estas características las que, en mi opinión, dan vigencia a la música de Bach: las razones para ello hay que buscarlas no en su música sino en nosotros. Para no pocos la música de Bach ha significado el consuelo justo en el momento justo: en su libro Breviario de los Vencidos, E. M. Cioran escribe: “ Y si no hubiese tenido a mi alcance el Largo del concierto para dos violines de Bach, ¿cuántas veces no habría terminado? A él le debo el ser todavía...porque en ese Largo hay una ternura por la nada, allí el estremecimiento alcanza su perfección dentro de la perfección de la nada.” (Tusquets Editores, Barcelona, España).
     Me parece, sin embargo, que es otra cosa lo que da vigencia a la música bachiana: nuestra necesidad de Dios, esa necesidad de romper con nuestros límites, esa necesidad de sobreponerse a todo en medio de la generalizada descomposición del mundo en el que se nos ha aventado: Bach es, por sobre todo, la explicación más contundente de la existencia de Dios.  Oigamos de nuevo, para fnalizar, a Cioran: “Cuando escucháis a Bach, véis nacer a Dios. Su obra es generadora de divinidad. Después de un “oratorio”, de una “cantata” o de una “Pasión”, es necesario que él exista. De otra manera toda la obra del Kantor sería una desgarradora ilusión. Y pensar que tantos teólogos y filósofos han perdido días y noches buscando las pruebas de la existencia de Dios, olvidando la única...” (De Lágrimas y Santos,  Tusquets Editores, Barcelona, España).+++

Ansbach, el 26 de julio de 2000.














  

Sentarse ante el corazón de uno mismo


                                           Sentarse ante el corazón de uno mismo
                                           por   Sergio   Cárdenas
 

 Mi primer contacto con la poesía de Rainer Maria Rilke tuvo lugar en el verano de 1971. Me encontraba por aquel entonces  estudiando música en el excelente Westminster Choir College, de Princeton, N. J. USA. Una audición vocal que realicé en la primavera de ese año daría como resultado el haber sido escogido pata integrar el selecto grupo de 40 voces del famoso Wetsminster Choir.
   El programa que este coro debería interpretar duranto el año lectivo 1971-1972, incluía un gira por diversas ciudades de la Unión Americana bajo la conducción del entonces célebre Roger Wagner. Éste seleccionó para el programa de esa gira, entre otras piezas, las seis hermosas obras corales que Paul Hindemith escribió al musicalizar otros tantos poemas, escritos en francés, de Rainer Maria Rilke. Siempre he pensado que estas seis pequeñas joyas musicales se cuentan entre las piezas mejor logradas de Hindemith.
   A la vuelta de varios años regresé a Rilke de manera paulatina. Primero fue con la lectura de su Testamento; luego leí sus Cartas a un joven poeta. Pero el verdadero regreso a Rilke lo constituyó el préstamo de un libro: mi querida amiga, la maestra Erika Kubacsek, directora del Coro Convivium Musicum, me prestó (fue muy enfática en ello) su ejemplar de Das Stunden Buch (El Libro de las Horas). Esto sucedió durante una de las muchas visitas  que la Maestra Kubacsek hizo con su Coro a la ciudad de Querétaro, donde fui Director Artístico de su Filarmónica hasta el verano de 1997, para deleitar a los queretanos cantando alguna de las grandes obras de la literatura coral-orquestal. 
   A partir de este reencuentro ya no “solté” más a Rilke. En la primera oportunidad que tuve de viajar a Alemania después de aquel para mí afortunado préstamo de la Maestra Kubacsek, procedí a comprarme mi ejemplar de El Libro de las Horas, por lo que pude devorverle su ejemplar a  la Maestra Kubacsek. La poesía de Rilke pasó a ocupar, desde luego, uno de los nichos privilegiados que le he construido a los artistas creadores que me son más caros.
   No pude contener la tentación de traducir poemas de Rilke y fue así como incursioné en esta fascinante actividad, que tanto tiene de creativa. Mi experiencia como traductor se había limitado, hasta entonces, a la traducción de diversas obras corales de Bach, Brahms, Mendelssohn y otros compositores europeos. Ahí el reto era respetar la direccionalidad musical original de la obra y respetar también el sentido musical original con el que el compositor abordó el texto. Hoy día me siguen gustando mis traducciones de  la Pasión de N. S. J. según San Juan (Bach), Un Requiem Alemán (Brahms) y Elías (Mendelssohn), por ejemplo.
   Al traducir la poesía de Rilke puse atención, de manera especial, a lo que consideré la musicalidad del poema: su sonido, su ritmo, su cadencia, su tono de expresión, su polifonía y su policromía, sus analogías, etc. Descubrir en el poema origen y meta del mismo, dónde la expresión es más fuerte que la gramática y sentir el peso mismo del poema, son retos por demás similares o idénticos a los de un compositor musical o de un director de orquesta sinfónica. En cierta forma un director de orquesta (como también cualquier intérprete musical) „traduce“ en sonido vivo lo que el compositor plasmó en los pentagramas y fuera de ellos, por lo que también se hace necesario descubrir las voces interiores y tácitas de un poema.
 Las Elegías Duinenses, iniciadas en el Castillo de Duino (Trieste, Italia, en la costa adriática) en 1912 y concluídas, tras diversas „escalas“ en Toledo, Roma, Munich y París, en el Castillo de Muzot (en los Alpes suizos) en aquel beatífico mes de febrero de 1922, constituyen uno de los portentos de la literatura universal. Junto con los Sonetos a Orfeo, las Elegías Duinenses se yerguen imbatibles y cual faro de luz en la perspectiva de la creación poética del Siglo XX. Ambos libros poéticos son el resultado de un largo período de silencio en el que Rilke se ejercitó en el conocimiento de sí mismo y en la experiencia sustancial del vivir: podría decirse que en esa década que va de 1912 a 1922 Rilke entró en el servicio de sí mismo (J. F. Angelloz dixit).
   Detrás habían quedado los  Apuntes de Malte Laurids Brigge (1910), que recogen esa lucha que Rilke sostuvo (como la sostuvo Jacob con el ángel de Yahvéh) con el ángel poético. Al terminar los  Apuntes de Malte..., Rilke vive un período intenso de viajes: en cuatro años visitará 50 lugares diferentes, incluyendo el norte de África (desde Marruecos hasta Egipto) y gran parte de Europa. Es durante una estancia en enero de 1912 en el Castillo de Duino, en la costa adriática italiana, cuando Rilke escribe las primeras dos de las que después titulará Elegías Duinenses. En 1913 conoce a Freud en Munich; de 1916 a 1918 es reclutado en Viena para que preste sus servicios en el Archivo de Guerra, reclutamiento del que logra liberarse gracias a la intervención de la Princesa María de Thurn y Taxis-Hohenlohe. En 1919 se establece en Suiza (Castillo de Muzot), donde permanecerá hasta su muerte (por leucemia) el 29 de diciembre de 1926.
   A principios de febrero de 1922 Rilke se sorprende recitando unos versos que con vehemencia fluyen de su interior. Está a punto de acostarse cuando ésto sucede. Se sienta junto a la chimenea y se vé sentado en la silla que está enfrente de él recitando esos versos: son los veinticinco sonetos de la Primera Parte de los Sonetos a Orfeo, compuestos entre los días 2 y 5 de ese beatífico mes. Los días 7 al 11 seguirían las Elegías Duinenses 6, 7, 8, 9 y 10; el día 14 escribiría la Quinta Elegía; y del 15 al 23 los veintinueve sonetos de la Segunda Parte de los Sonetos a Orfeo: esta cascada poética la describió Rilke mismo como „si hubiese estado cautivo de un innombrable huracán creativo.“
   En estas obras cumbres Rilke logra una elocuencia impar, ora observando, ora confesando sus experiencias ontológicas sobre la posibilidad del humano de ser. El evangelio rilkeano de las Elegías refleja la postura de Rilke ante las preguntas sustanciales de la vida: en ellas Rilke aborda el devenir, la fragilidad, la insustancialidad del ser humano, su fugacidad, su errancia perenne, lo extraordinario de la existencia, la certera conciencia de la muerte y la simple y a la vez intrincada problemática del amor.
   Los protagonistas de las Elegías son, todos, expresión primigenia del concepto que encarnan o cosifican: ángeles, héroes, saltimbanquis, marionetas, lametaciones, el padre, la madre, sí mismo, las amantes, los amantes, la higuera, el árbol, la fuente, los animales, el laurel, la muerte, las constelaciones, el cosmos.
   En no pocas ocasiones se encuentran pasajes que en una primera lectura nos parecen oscuros y, por ello, obstaculizan nuestra „comprensión“ del poema: comprender un poema es como comprender un ser humano: ¿cuánto tiempo necesitamos para comprenderlo? ¿cuántas veces hay que regresar a ese ser, „leerlo“, escucharlo, dialogar con él, contemplarlo en la distancia y amarlo? Un poema (y toda obra de  arte) exige esa misma dedicación de nosotros. En una carta escrita el 23 de abril de 1922 a su esposa Clara, Rilke menciona que „ahí donde lo oscuro permanece es donde se demanda no una explicación, sino una sumisión.“
   Ése es uno de los grandes retos de toda obra de arte: nuestra capacidad de someternos a ellas. Esta actitud es congruente con la del artista que se considera a sí mismo profeta, medio, mensajero (Rilke se consideraba así) que recibe su mensaje en un acto de fe (¿habrán entendido siempre las pitonisas griegas y los profetas bíblicos los mensajes que transmitían?). Ni siquiera a Rilke mismo podríamos exigir una explicación de algún pasaje de la Elegías que nos pareciera oscuro: así lo comunicó el 13 de noviembre de 1925 a su amigo Witold von Huléwicz: „¿Acaso soy yo quien debe dar la explicación correcta de las Elegías? Ellas alcanzan mucho más allá de lo que yo soy.“
   Una síntesis, más que superficial, de cada una de las Elegías, podría expresarse de la siguiente manera: en La Primera Elegía se discurre sobre la pequeñez del ser humano; en la Segunda sobre la lucha del ser humano con el ángel y sobre la imposibilidad de amar; en la Tercera sobre los peligros del amor en la evolución interior del ser humano; en la Cuarta sobre cómo el bailarín burgués, que intenta lograrse, es rebasado por la marioneta; en la Quinta, sobre los saltimbanquis, que son incapaces de construir una realidad; en la Sexta sobre los héroes, cuya constante transformación está reservada a unos cuantos; en la Séptima sobre la grandeza del ser humano; en la Octava sobre la necesidad de comprender lo abierto; en la Novena sobre el esplendor de la Tierra; y en la Décima sobre la transfiguración, con la muerte llevándonos al reino de las lamentaciones.
   Las Elegías Duinenses nos brindan la formidable oportunidad de sentarnos ante  nuestro corazón (¿quién no se sentó temeroso ante el telón de su corazón?, La Cuarta Elegía) y escudriñarlo, hurgar en él, descubrir qué o quién se ha apropiado de él y porqué (¿quizá una costumbre que gustó de él y allí se quedó?, La Primera Elegía), de qué está hecho, a qué huele, cuál es su constitución y cuán grande es su generosidad. Que la lectura y habitación de las Elegías Duinenses culmine en nosotros exclamando con Rilke:
                                     Mira, yo vivo. ¿De qué? Ni la infancia ni el futuro

                                 menguarán...Una existencia sobreabundante

                                 me brota en el corazón.
                                                                                  (La Novena Elegía)

©  Sergio Ismael Cárdenas Tamez.

domingo, 9 de julio de 2017

NUMERALIA, enero-junio, 2017

                                                 SERGIO   CÁRDENAS


NUMERALIA
Actividades enero-junio, 2017  en la Facultad de Música-UNAM

ENSAYOS REALIZADOS:  Número   Horas
-Con la OSEM-UNAM                                62                 124
-Con el CONSORTIUM SONORUS           28                   56
-Con los COROS*                                        12                   30
-Con los SOLISTAS                                     10                   12
-Con ANACRÚSAX                                      9                   27
-Con MÚSICA DE CÁMARA                     19                   28
 TOTAL                                                      141                277

CONCIERTOS REALIZADOS
-Con la OSEM-UNAM                                      5
-Con el CONSORTIUM SONORUS               11
-con MÚSICA DE CÁMARA                           4
TOTAL:                                                           20

REPERTORIO ABORDADO

-Con la OSEM-UNAM:
    HAYDN: Missa in Angustiis (Nelson)
    BEETHOVEN: Sinfonía no. 3, “Eroica”
    BRAHMS: Sinfonía no. 1
    BIZET: Selecciones de “Carmen”
A.     OLIVERA: Sinfonieta de Tepoztlán (ESTRENO MUNDIAL)
     MENDELSSOHN: ELÍAS, op 70, oratorio completo
     STRAVISNKI: La Consagración de la Primavera

-Con el CONSORTIUM SONORUS:
   -BACH: Doble Concierto en do-menor, BWV 1060
   -BACH: Doble concierto en re-menor, BWV 1043
   -HAENDEL: Selecciones de “Música Acuática”
   -GRIEG: Suite “Holberg”. Op 40
   -ELGAR: Serenata para cuerdas, op. 20
   -GADE: Celos (tango gitano)
   -MONTI: Czardas
   -SHOSTAKOVICH: Preludio, op 11
   -CÁRDENAS: Vitalidad ranchera
   -MASCAGNI: Intermezzo (Cavalleria rusticana)
   -ANDERSON: Plink, plank, plunk
   -BRITTEN: Sinfonía Sencilla
   -BARTOK: Danzas folclóricas rumanas

     En marzo, 2017: Clase Magistral del violinista mexicano ADRIÁN JUSTUS al CONSORTIUM
        SONORUS.

-En MÚSICA DE CÁMARA:
   SHOSTAKOVICH: Sonata en re-menor, para chelo
   SCHNITTKE: Sonata para violonchelo
   MENDELSSOHN: Canción sin palabras
   BEETHOVEN: Sonata en La-mayor, para chelo

-Con CUARTETO ANACRÚSAX:
   -J. NAGAO: Suite “Los Planetas”, de Holst


COROS PARTICIPANTES:
-       Coro Sinfónico del Sistema Nacional de Fomento Musical
-       Coro Convivium Musicum (45 aniversario)
-       Coro de la UAM-Iztapalapa
-       Coro de la Union Church
-       Coro Canticum Novum
-       Coro R. Peralta
-       Coro de Niños y Jóvenes Cantores de la FaM-UNAM

ASISTENCIA DE PÚBLICO:
   -Conciertos de la OSEM-UNAM:                               aprox 3,400
   -Conciertos de CONSORTIUM SONORUS              aprox. 3,000
   -Conciertos de Música de Cámara                               aprox    250

SOLISTAS MEXICANOS PARTICIPANTES:
- Con la OSEM-UNAM:                                            8
- Con CONSORTIUM SONORUS:                          6

RECINTOS de los CONCIERTOS:

-de la OSEM-UNAM:
   -Patio Octavio Paz, de la Biblioteca de México
   -Sala Nezahualcóyotl
   -Teatro de Tepoztlán, Mor.

-del CONSORTIUM SONORUS:
   -Sala Xochipilli
   -Auditorio de la Facultad de Ingeniería-UNAM
   -Auditorio del Instituto de Investigación de Materiales-UNAM
   -Capilla del Convento del Desierto de los Leones (Cuajimalpa)
   -Patio Octavio Paz, de la Biblioteca de México
   -Auditorio “Julián Carrillo” de Radio UNAM
   -Teatro de Tepoztlán, Mor.
   -Sala Nezahualcóyotl