martes, 1 de octubre de 2019

Resonancia armoniosa en el hálito infinito



Resonancia armoniosa en el hálito infinito
por Sergio CÁRDENAS*

Para Elisabeth Kittel, con sentido agradecimiento.

   Radiqué en la ciudad de Salzburgo de septiembre de 1973 a junio de 1979.  Ese ha sido uno de los periodos más afortunados de mi vida. Lo ha sido porque tuve la grandiosa oportunidad de escuchar la gran mayoría de los ensayos de la inagotable lista de maravillosas orquestas que llegaban ahí para reafirmar su musicalidad y profesionalismo en una de las cunas mismas de la música occidental: ahí nació Mozart en 1756…y muchos años después, también von Karajan (1908).

   Entre las vivencias más afortunas cuento todas aquellas en las que disfruté, admiré y fui conmovido por la fantástica Filarmónica de Berlín, que pude oír por primera vez en el Festival de Pascua de 1974, fundado y dirigido por von Karajan y en el que brillaba en todo su esplendor su legendaria Filarmónica.

   Recuerdo aún, como si lo estuviera vivenciando en este mismo momento, ese primer encuentro con von Karajan y sus filarmónicos: fue en el ensayo general de la ópera “Los maestros cantores de Nürnberg” (Wagner). La opulenta escena, que llegó a congregar a varios cientos de cantantes, coristas y comparsas en el amplio foro de la Gran Casa de los Festivales de Salzburgo, fue, para mí, opacada por lo que sucedía en el foso: von Karajan había pedido a sus filarmónicos que no usaran camisa blanca en ese ensayo, que, de preferencia, usaran camisa celeste o azul suave. Nunca en mi vida había yo presenciado una orquesta que involucraba todo su cuerpo al momento de la ejecución musical, lo que proveyó a la ópera wagneriana de un espectáculo inesperado que se desarrollaba en el foso: la fogosidad wagneriana y las emociones altamente contrastantes de su maravillosa ópera, se mostraban de manera intensiva y cautivadora en aquel juego de luces (de los atriles) y sombras que generaban lo que parecía un oleaje ora suave, ora violento,  que me atrapaba y en el que yo, en el mejor de los casos, gustoso me habría sumergido.

   Y vaya que lo que se ofrecía en el foro no dejaba algo qué desear: destacaban las maravillosas voces de Gundula Janowitz, de Peter Schreier y de Karl Ridderbusch. Además, el experimentado Coro de la Ópera de Viena y un vestuario deslumbrante, muy propio de la época.

   Disfruté de seis de los Festivales de Pascua de Salzburgo gracias a la generosidad de la pianista Elisabeth KITTEL, de Ansbach, Alemania, quien año con año me regalaba un abono para asistir al bloque de tres conciertos y una ópera, todo dirigido por von Karajan ante sus filarmónicos.

   En una entrevista que se le hizo en el marco de alguno de esos festivales, se le preguntó cuándo dirigiría de nuevo “Tristán e Isolda”. Von Karajan había sido catapultado a la fama cuando dirigió esa ópera en 1939 (en plena Segunda Guerra Mundial!) en la Ópera Estatal de Berlín, con apenas 31 años de edad. De alguna manera, su nombre quedó ligado a esa ópera desde entonces; de ahí la pregunta en la entrevista. Karajan respondió (para entonces ya rebasaba los 60 años de edad) que no era bueno para alguien mayor de 60 años, dirigir esa ópera. Se sabe que varios directores han muerto mientras dirigían esa ópera, todos ellos durante el segundo acto.

   Esto es porque la enorme tensión que Wagner construye en sus óperas, atrasando y buscando siempre la redención , tiene, de manera irremediable, sus efectos en la presión arterial, generando incluso que el pulso se eleve tanto que alcanza nivel de taquicardia. Yo no he dirigido esa ópera completa, pero el dirigir su “Preludio” y su “Muerte de amor”, me han sido suficientes para comprobar esa alteración.

   Por ello es muy significativo que Karajan, ya rondando los 70 años de edad y bastante lastimado por un serio problema de la columna que casi le obligaba a arrastrarse, haya programado la “Muerte de Amor de Isolda”, que es el final de la grandiosa ópera, en un concierto con su Filarmónica y la maravillosa soprano Jessye Norman.
  
   Tuve la fortuna de estar presente en el ensayo general, único que hicieron juntos. Al inicio del ensayo, estando ya Norman en el escenario junto al Maestro, éste pidió le trajeran una silla y le dijo: “Por favor, siéntese y escúchenos. Así no tendremos que hacer tantas explicaciones”. Procedió entonces a dirigir (sí,  dirigir) esa conmovedora parte final de la ópera, que la Norman escuchó con atención. Luego la dirigió de nuevo, ya con la Norman cantando.

   Sobrecogedora es la manera como Karajan hace que esa música surja desde los abismos más profundos, justo como inicia el “Preludio”. Así emergió la soprano de la Norman y juntos, escuchándose, reaccionando al acontecer, fueron creciendo en intensidad y en fuerza expresiva, tal y como dice el texto wagneriano, que refiere a las olas de aromas embriagadores “que se dilatan y me envuelven” en el fluctuante torrente, en la resonancia armoniosa, en el infinito hálito…

   Siempre he considerado que el campo en el que mejor se manifestaba la enorme capacidad de von Karajan, era el campo de la ópera. Lo observé en muchas ocasiones ensayando y dirigiendo “Don Carlos” (Verdi), “Trovador” (Verdi), “Lohengrin” (Wagner), “Fidelio” (Beethoven), “Bohemia” (Puccini), “La flauta mágica”  (Mozart) y “Los maestros cantores de Nürnberg”. Karajan, que conocía de memoria los textos de esas y otras 40 óperas, en todo momento cantaba con los solistas, dirigía su respiración, propiciaba en la orquesta el “tapete musical” necesario sobre el que los solistas vocales  se manifestaban con soltura, con seguridad, con musicalidad. Y así como él literalmente seducía e inducía a sus filarmónicos con una gesticulación mínima pero extremadamente eficiente, así seducía e inducía a sus solistas en la expresión de las múltiples emociones contenidas en la óperas.

   También así sucedió cuando Jessye Norman cantó con él y su Filarmónica la “Muerte de amor de Isolda”, lo que queda documentado acertadamente en el video


   Notamos a von Karajan fundido, sumergido en el gran Todo de la música, del universo, moldeando el sonido orquestal y el vocal con profunda sensibilidad, con una empatía que es fragancia, con una firmeza y suavidad que destella madurez musical, que refleja la beatitud de morir de amor: es todo un marco y contenido musical en el que la Norman se explaya, se expande, se eleva. Y, como dice el texto, todo resplandece con luz creciente, llena, sublime, que inflama el corazón y  nos envuelve y traslada a los ámbitos supremos, excelsos, redentores.

*Compositor musical y director sinfónico. Director Artístico de CONSORTIUM SONORUS, orquesta de cámara.