miércoles, 11 de agosto de 2010

Mostrar la propia manera de oír el mundo.

En las páginas 34 y 35 de la edición correspondiente a los meses de agosto-septiembre, 2010, de IBERO, Revista de la Universidad Iberoamericana, se publica mi colaboración titulada "Mostrar la propia manera de oír el mundo".

                                                  

Mostrar la propia manera de oír el mundo,
por Sergio Cárdenas*

“No hay nada exterior que no sea anuncio de lo interior”
Paracelso

En julio del 2007, participé por quinto verano consecutivo como director huésped de la orquesta Collegium Musicum, de la Academia Internacional de Verano del Castillo Weissenstein, de Pommersfelden, Alemania. Como en los dos veranos anteriores, había tenido yo la oportunidad de recomendar a jóvenes talentos musicales mexicanos (eran siete en aquella ocasión) para que participaran en esa orquesta, midiendo sus conocimientos y capacidades con otros 60 jóvenes de distintas partes del orbe. En ese año del 2007, me tocó dirigir el  programa de la tercera semana. Tras mi arribo, me reuní con los jóvenes mexicanos para intercambiar experiencias de las dos semanas que ellos ya llevaban de participar en la Academia. Además de  contarme su entusiasmo por tener esa magnífica oportunidad,  me comentaron de igual manera algo que, en mi experiencia, reflejaba una cierta constante en Europa hacia todo lo no europeo: no se explicaban porqué a uno de ellos, contrabajista, quien había tocado la mejor audición/evaluación  al inicio de la Academia, lo habían mandado al último atril de su sección, siendo que no sólo era quien mejor había tocado de entre los contrabajistas, sino quien mejor había tocado de toda la sección de cuerdas de la orquesta.
Procedí entonces a conversar con el director artístico de la Academia, indagando sobre ese hecho “curioso”. A mi cuestionamiento, el director se puso nervioso y dijo estar sorprendido de mi pregunta, pero accedió a revisar las actas que se levantaron en la audición/evaluación que todos los participantes habían tenido que tocar al iniciar la Academia. En efecto, la calificación que los docentes habían otorgado al joven contrabajista mexicano, era la más alta de todas, por lo que él, el director, tampoco se explicaba el porqué del lugar que le asignaron. Argumentó que había sido la docente italiana, violonchelista, la que se había encargado de ese aspecto y prometió otorgarle al mexicano el puesto principal para la siguiente y última semana de la Academia, lo cual así sucedió: al menos hubo algo de justicia.
Nuestro “héroe” contrabajista está hoy por ser titulado por la Universidad de la Música “Mozarteum”, de Salzburgo (Austria), ciudad desde la que con frecuencia se desplaza a Viena o a Munich, para tocar con la Orquesta de la Ópera Estatal de Viena o con la de la Academia de la Filarmónica de Munich.
Me he referido a este caso porque uno de los obstáculos que por lo general debe vencer en Europa cualquier músico clásico de origen no europeo, es la mayor exigencia que se le impone en comparación con la que se les impone a los europeos.  Y aún cuando ese obstáculo es vencido, hay resistencia a reconocerlo, como en el caso referido.
Ello tiene varias explicaciones; la primera es, quizá, la que tiene que ver con el hecho de que  Europa Central cuenta con una historia multicentenaria del mercado musical conocido como clásico, mientras que en la mayoría de los demás países o regiones no es ese el caso. En Alemania, por ejemplo, encontramos organismos orquestales con más de medio milenio de antigüedad, mientras en México el más antiguo se estará acercando a su primer centenario. Además, en Europa existe todo un mercado/sistema de música clásica que regula todo el proceso formativo fijando parámetros claros de excelencia no sólo por lo que el arte musical en sí mismo exige, sino porque es una conditio sine qua non para el mantenimiento de ese mercado, es decir, de esa economía.
En fechas recientes, conversando con académicos colegas de la Escuela Nacional de Música (UNAM), se abordó el punto de la gran cantidad de población extranjera en las orquesta profesionales de México. Justificaba uno de ellos esa cantidad con la destreza y alto nivel que demostraban en su ejecución gracias a la formación recibida en sus países de origen. Mi comentario fue que tras varias décadas de actividad musical a nivel internacional, en especial en Europa, podía yo asegurar que el potencial musical de México era mayor que el de varios países europeos, pero que nuestro país no contaba con los mecanismos o sistemas que brindaran a ese enorme potencial las condiciones que el desarrollo del talento musical exige, en especial por la ausencia casi total de un verdadero mercado de la música clásica. 
En el campo de la llamada música clásica de México, la globalización, que con no poca frecuencia ha sido entendida como “domesticación” de criterios musicales conforme a los patrones europeos o estadunidenses que se asumen “de manera natural” como superiores o de mejor calidad  que los mexicanos,  ha sido una constante.  Pero en el contexto de la globalización, ¿cuál es, cuál puede ser considerada la signatura, la firma de lo que México ofrece en música como valor de cambio? ¿Porqué lo global o internacional de la actividad musical en México se ha reducido a la importación de ejecutantes musicales  que, en proporción, opaca con claridad la exportación de ejecutantes mexicanos? Cierto es que, por fin, los nombres de Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo, Manuel Enríquez (en tanto que insignes representantes de la composición musical) aparecen con mayor frecuencia en las programaciones orquestales allende nuestras fronteras. De igual manera, es muy estimulante encontrar en las carteleras del mundo los nombres de Ramón Vargas, Rolando Villazón, Noé Colín y otros talentosos mexicanos que están emergiendo,  todos sustentados  por un inocultable talento, pero también, en cierta forma, obligados a emigrar por las muy pocas oportunidades que aquí reciben (baste con revisar las programaciones de las temporadas de concierto de las orquestas de la capital del país para corroborar este escándalo) y por el raquítico mercado de la música clásica en México.
Tengo para mí que además de su sensibilidad, de su cantabilidad, de su arrojo rítmico y de su inventiva, la gran contribución que el talento musical mexicano puede aportar al mundo es su concepción espacio-temporal de la vivencia musical, pues me parece que oye y se manifiesta en y con las dimensiones cósmicas envolventes que encontramos en Teotihuacán, en Monte Albán, en Chichén Itzá y aún en el Zócalo de la Ciudad de México. Quiero pensar, entender, que esta sí es una herencia que nos llega desde las deslumbrantes culturas prehispánicas, una herencia que se ha enriquecido en su intercambio con las aportaciones de otras culturas, culturas musicales que, a su vez, han sido enriquecidas por la aportación mexicana.
No son estas características del interés de los propósitos globalizadores, pues su interés principal es convertirnos en consumidores de su oferta. No han sido pocas las ocasiones en las que México ha sucumbido ante esos propósitos, obnubilado por los espejitos y por la mercadotecnia, abatido por el sistema económico-social que aún impone criterios clasistas ( por muchos años, la OFUNAM ha mantenido vigente un sistema en el que aplica tabuladores diferenciados a sus solistas y/o directores: si son extranjeros, tienen asignadas tarifas en miles de dólares USCy; si son mexicanos, en unos pocos miles de pesos) que niegan la valía de la oferta artística mexicana y que, quizá por ello mismo, brinda pocas posibilidades de desarrollo y confrontación a los talentos nacionales.
Los compositores musicales mexicanos han dado prueba a lo largo de nuestra historia, de que el constituyente esencial de la música, el fenómeno del sonido (con sus armónicos), es un valor global que al ser reconocido e identificado, de inmediato lo han hecho suyo y lo han desarrollado manifestando su propia manera de oír el mundo, el interior y el exterior. Algo similar podemos decir de los artistas que tras entrar en contacto con la pintura y la arquitectura barroca europea, la hacen suya y la convierten en el arte churrigueresco mexicano. De igual manera podemos referirnos a los diferentes géneros musicales europeos que se importaron  en el S. XIX: la polka, el vals, la mazurka, el chotís (schottisch), etc., fueron géneros que México acogió, asimiló, transformó y les otorgó una nueva signatura, enriqueciendo el repertorio global. El vals “Sobre las olas”, del humilde guanajuatense Juventino Rosas, forma parte desde largo tiempo ha, del repertorio del mundo.
En el S. XX, géneros musicales que llegaron a México desde el Caribe, como el danzón y el bolero, fueron acogidos con sensibilidad y transformados de tal manera que pronto se manifestaron desde la esencia mexicana, como es el caso de la canción-bolero “Bésame mucho”, de Consuelo Velázquez, reconocida como la que más veces se ejecuta a nivel mundial desde hace décadas.
Soy de la convicción de que la aportación musical que México ha hecho y puede seguir haciendo al mundo, es de enorme valor de cambio, tanto en la disciplina de la creación musical como en la de ejecución musical.  Tenemos una materia prima de extraordinario potencial; no tenemos aún las condiciones que permiten y estimulan la optimización de esa materia prima. Es tiempo de tomar conciencia de ello e internarse al mercado global con la seguridad y certeza de estar ofreciéndole  recursos musicales naturales de óptima calidad.+++
·       Director sinfónico y compositor musical, Profesor Titular de Carrera en la Escuela Nacional de Música de la UNAM (Ciudad de México). www.sergiocardenas.net
·       ©Sergio Ismael Cárdenas Tamez, 2010


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