sábado, 30 de mayo de 2020

Rilke sobre la educación


                          QUIERO CRECER,    CUESTE LO QUE CUESTE

Reflexiones de Rainer Maria Rilke sobre la Educación

Traducciones de Sergio Cárdenas

   Uno debería hacer valer y honrar la vida del niño como una vida justificadamente independiente junto a la de uno mismo. Entonces nacería, por sí misma, otra escuela, una escuela sin exámenes y sin concursos, una escuela que no pierda de vista la vida sino que vaya siempre hacia ella. Esta escuela es la única posible, la única que no obstaculiza sino ayuda, la única que no asfixia de cuajo las personalidades, sino la que da a cada quien la posibilidad de abrir un camino a los deseos más profundos de su existencia. (1)

   Un educador debe proponerse hacer muchos y muy diferentes seres humanos del grupo de niños que se le ha confiado. Es mejor hacer uno de cada uno de dos seres que compiten que continuar con el propósito de educar a sus alumnos en una clase de ser humano. (2)

   Lo que los tiempos exigen con fervor son siempre las grandes individualidades, que son diferentes pues con ellas siempre ha estado el futuro. Pero cuando se muestra en un niño la individualidad, siempre se desprecia o menosprecia, o peor aún, se ridiculiza, lo cual es muy doloroso para un niño. Uno se comporta con los niños como si no tuvieran nada propio y devalúa sus riquezas, de las cuales viven, para cambiarlas por lugares comunes. (1)

    Toda la educación, como se lleva a cabo el día de hoy, se conforma de una lucha continua con el niño, lucha en la que ambas partes recurren a los métodos más abyectos. Aquí la escuela sólo continúa lo que los padres empezaron. La escuela es una lucha sistemática contra la personalidad. Desdeña al individuo, a sus deseos y nostalgias, y entiende como su tarea el rebajarlo al nivel de la masa. Uno debería leer la biografía de los grandes hombres: han llegado a ser lo que han sido siempre a pesar de la escuela, no gracias a ella. (1)

   Las grandes ideas han perdido vitalidad en las escuelas, se han vuelto abstractas y aburridas porque se les impuso el propósito de instruir. Después de todo, lo que uno conoce como instrucción general, es una reserva desproporcionada de un conocimiento impersonal muy crecido, sin vida ni coherencia interna como si fuera un diccionario. Nada de lo que el niño pide se le da, sino un cierto Quantum de resultados consumados que le provocan indiferencia total. (1)

   Tan raro como pueda aparecer, dadas las circunstancias actuales, la vida debe transformarse en la escuela. Si en algún lugar la vida debe ampliarse, profundizarse y humanizarse, es en la escuela. Más tarde se endurece con rapidez en las profesiones y los destinos, y ya no tiene tiempo de cambiar. Por el contrario, la escuela ha permitido una serie de errores impronunciables; siempre con mayor frecuencia se expulsan de ella la vida y la realidad. La vida era alguna otra cosa y la escuela debería ser sólo escuela. La vida debería venir más tarde, después de la escuela, y debería ser algo para los adultos, como si los niños no vivieran, como si no estuvieran en medio de la vida.(1)

    Las almas jóvenes son atacadas y cubiertas como por una lluvia de cenizas por la inconmensurable palabrería de la escuela. La voluntad de los jóvenes es confundida y cuando termina la escuela, ya no saben más lo que querían. Los más se apostan desorientados ante la vida, para la cual no se les preparó. Ajenos a toda realidad, toman cualquier trabajo casual que no demanda personalidades sino máquinas, para llenar así su vida. Aprendieron para el examen y cuando éste pasó, entonces la „educación“ había cumplido su propósito: ahora podían empezar...a olvidar, y esta ocupación llena desde entonces sus vidas. Pero donde hay uno en el que aún vive un poco de infancia y riqueza, de personalidad que no pudieron ser reprimidas, entonces comienza un camino de regreso difícil y tembloroso a través de la tierra desierta de la escuela y de la educación, hacia un nuevo comienzo, hacia el comienzo de una nueva y propia vida, que se comienza tardíamente y con tristeza. Aquí podría uno hablar de abuso de la fuerza humana y, a lo mejor, es la fuerza de los mejores, la que se ha destinado a tales dolorosos caminos de retorno. (1)

   La escuela debería considerar sólo a los individuos, no a los grupos, pues, a final de cuentas, la vida, la muerte y el destino se hicieron para el individuo. Y la escuela, si quiere llenarse de vida, debe recuperar su relación con los grandes y verdaderos acontecimientos. (1)

   Cada quien debería ser guiado sólo hasta el punto en que sea capaz de pensar por sí mismo, de trabajar por sí mismo, de aprender por sí mismo. (1)

                    Yo pienso que crezco cuando sufro.
                    Y crecer es lo que quiero, cueste lo que  cueste.

                    Yo no sé lo que me volveré,
                     tampoco lo que prometí ser,
                     sólo imito los gestos
                     serios de la Tierra.
                     Poseo tormenta y quietud,
                     claridad y crepúsculo;
                     en el crecer está mi voluntad... (3)



Ansbach, Alemania; el 6 de marzo de 1999

Fuentes de las traducciones:
(1)    Tomo X,de las Obras Completas de Rainer Maria Rilke, editadas por el Rilke-Archiv,Frankfurt/M, 1955.
(2)    Cartras y Diarios de los años 1899-1902, editadas por Ruth Sieber-Rilke y Carl Sieber, Leipzig, 1931.
(3)    Tomo VI, de las Obras Completas de Rainer Maria Rilke, editadas por el Rilke-Archiv, Frankfurt/M, 1955.

Ennoblecer lo aparentemente inartístico



                              Ennoblecer lo aparentemente inartístico
Homenaje a Rodolfo Morales

                                                                                                                                                                                            Para Luis Rubio Chávez

   En el templo de Santo Domingo de Guzmán, de Ocotlán de Morelos, Oaxaca (México), no cabía nadie más. La nave central, la sacristía, el coro y los balcones estaban ocupados hasta el último rincón disponible por gente de todas las edades, ocotecos la mayoría, otros venidos desde la capital oaxaqueña, todos ávidos de escuchar el concierto que esa noche ofrecería la Filarmónica de Querétaro en el marco de la edición 1993 del Festival de Oaxaca.

   De haber sido material, la mezcla de entusiasmo, curiosidad, reverencia y emoción podría haber sido literalmente palpada: tal era el ambiente que se vivía esa noche en Ocotlán de Morelos. Los atrilistas queretanos ocuparon sus lugares frente al altar, se afinaron y guardaron silencio, señal inequívoca de que estaban listos para iniciar el concierto. Yo procedí a tomar mi lugar en el podio e invité a la orquesta a que juntos, de pie, saludáramos formalmente a esa multitud ocoteca que ansiosa aguardaba nuestra música.


   No bien habían los filarmónicos ocupado de nuevo sus lugares y justo en el momento cuando alcé mis manos indicando que estaba próximo a dar la primera entrada musical de la velada, cuando desde la cúpula del templo empezaron a caer con suavidad miles de pétalos de rosa roja con los que el pueblo ocoteco daba el saludo de bienvenida a la Filarmónica de Querétaro.

   Una emoción indescriptible e incontenible se apoderó de todos nosotros, los no ocotecos, emoción cuya intensidad desembocó en no pocos de nosotros en lágrimas de gratitud por ese sencillo y enorme gesto humano, pleno de sinceridad y calor, digno de la “performance” del más alto nivel artístico y con toda la fuerza y el aroma irresistibles de los pétalos de rosa. Aún hoy, a nueve años de aquel singular acontecimiento, se me enchina la piel cuando recuerdo ese concierto.

   En el público, perdido entre las primeras filas pero sin pasar desapercibido, estaba Rodolfo Morales, artífice de esos momentos mágicos, hechizantes, que acabábamos de vivir. Era gracias a él que nosotros, los filarmónicos queretanos, nos encontrábamos ahí esa noche. Él, al enterarse que el Festival de Oaxaca estaba organizándose, solicitó de inmediato que su natal Ocotlán de Morelos, situado apenas unos kilómetros de la ciudad de Oaxaca, fuera considerado en la programación de los conciertos que ofrecería nuestra Filarmónica. “La presencia de la Filarmónica de Querétaro en Ocotlán será motivo de fiesta popular”, habría dicho Rodolfo.

   En el atrio del templo se habían colocado sendos altoparlantes para que aquellos que ya no cupieron en el interior del mismo, pudieran también disfrutar del concierto. Los varios cientos de ocotecos que se dieron cita en el atrio, escucharon todo el concierto de pie o sentados en el suelo, “vigilados” por unas bonitas y coloridas mojigangas gigantes que, al finalizar el concierto, nos guiaron a todos a la casa de Rodolfo, ya convertida en Centro cultural, donde nos ofrecieron una cena típica oaxaqueña con su imprescindible mezcal, que disfrutamos hasta bien pasada la medianoche. Rodolfo Morales estuvo, en todo momento, atento al desarrollo de lo relacionado con este concierto memorable, desde las revisiones técnicas que emprendimos semanas antes hasta que el último filarmónico abordó el autobús que nos llevaría de regreso a la ciudad de Oaxaca.


   Rodolfo Morales, quien había nacido en 1925 en ese aún polvoriento pueblo, había regresado a él tras haber pasado más de cuatro décadas en la capital mexicana, enseñando su amor a la pintura a varias generaciones de le Escuela Nacional Preparatorio (UNAM). Durante esas décadas, Rodolfo pudo viajar a Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, para enriquecer y solidificar su innegable talento pictórico. El mundo tuvo que esperar a que casi cumpliera sus cincuenta años de edad para poder admirar su primera exposición individual en Madrid, España. En 1975, su paisano Rufino Tamayo lo “descubrió” en una exposición individual en Cuernavaca, Morelos (México) y lo introdujo al mundo, que aclamó la obra contundente de este gran mexicano, ejemplo de oaxaquidad y de universalidad a la vez.

   Rodolfo Morales regresó a su tierra natal para convertirla, a ella y a su gente, en el tema de su pintura. En Ocotlán, se reencontró con ese entorno cotidiano desdramatizado en el que había crecido y lo redujo a sus expresiones primigenias y esenciales, al compás de los ritmos de una cultura multicentenaria que perdura y que se yergue con dignidad.


   En esa periferia de la capital oaxaqueña, Rodolfo lleva una vida modesta, ajena a todo glamour y distante de toda expresión característica del divismo artístico. Ahí, en esa periferia, Rodolfo inventa en sueños su propio paraíso y plasma esos sueños en su pintura. En sus sueños, Rodolfo ennobleció la imagen aparentemente inartística, esa que se ha detenido en el tiempo y que se extiende en lo que parece ser un espacio que reposa ad infinitum sobre sí mismo.

   Se trata de un mundo que no pretende imponerse ni imponer, sino que a través de su conmovedor estatismo, cautiva y transporta a la contemplación empática, entrañable e intensa, con una gran carga melancólica de su paraíso privado perdido.

   Rodolfo Morales fue portador de un arte que no puso condiciones. Él creó su propio idioma pictórico y describió con él su propio cosmos artístico, pintando por la fuerza de la intuición, es decir, pintando lo que el impulso le dictaba, más que lo que pensaba pintar. Así, su pintura corrobora que los enigmas mágicos de la oaxaquidad son más trascendentales que sus propios enigmas.
En la síntesis pictórica de Rodolfo Morales, la intensidad de los colores crea una nueva manera de percibir la luminosidad encerrada en los sueños, en esos sueños cuyos personajes y figuras no son una mera copia de la realidad exterior, sino una creación interior acompasada que contiene la esencia, la pureza, lo verdadero de su mundo cotidiano. Los sueños pictóricos de Rodolfo transmiten, en suma, una necesidad incontenible que irrumpe vigorosa y sutil, contundente y seductora, cuya comunicabilidad acrecienta la relevancia de su pintura y su independencia.

   Pero la pintura de Rodolfo Morales es también un llamado de atención: en ella se ha plasmado la verdad de un mundo amenazado, que ha comenzado a sufrir los embates que ponen en riesgo la esencia de su identidad y de su integridad.


   Rodolfo Morales luchó, con su pintura y en los hechos, a favor de esa identidad y de esa integridad. Durante sus últimos años, combinó su actividad artística con labores altruistas que han tenido como resultado varios logros sorprendentes, como la restauración del convento dominico del siglo XVI de su tierra natal; la restauración de varias casas coloniales de la capital oaxaqueña; la creación de una Fundación que lleva su nombre, dedicada a impulsar a la juventud y a tareas informativas tendientes a prevenir a la población de los estragos del SIDA y el apoyo a la educación artística, en especial entre la juventud ocoteca, pero no limitada a ella.

   Al morir el 30 de enero de 2001, Rodolfo Morales nos legó un reto: alcanzar esa plenitud artística rebosante de generosidad, de humanismo, de integridad, de sencillez y pasión, de entrega en bien de las causas más nobles, de lealtad a las fuentes en las que abrevó desde su infancia: su pintura, elocuente y grandiosa, da cuenta de estos atributos que marcaron su paso por este mundo. 


Guadalupe PARRONDO: Pianista-poeta



GUADALUPE PARRONDO:  PIANISTA POETA

   Quizá es el piano uno de los instrumentos musicales más antimusicales que hay.  A diferencia de la voz humana y de casi todos los demás instrumentos musicales,  excepción  hecha de los instrumentos de percusión, el piano tiene muchas limitantes de origen que dificultan una interpretación musical orgánica o lo más apegada a lo natural. 

   Por ejemplo en el piano es virtualmente  imposible hacer lo que en la terminología musical se conoce como el "crescendo", es decir ese incremento de intensidad sobre una misma nota sostenida.  Para lograrlo en el piano hay que repetir varias veces la misma nota. Además, el piano (si está afinado)  contraviene en cierta forma las tendencias naturales e inherentes a los diferentes procesos armónicos, pues la"afinación cuadrada" que le  caracteriza no nos permite disfrutar en toda su magnitud de las sutilezas  de la secuencia de tensiones y distensiones armónicas que configuran toda obra musical.


   Por lo demás, al popularizarse durante el siglo XIX entre la burguesía, el piano se volvió símbolo de status social, aunque también un medio exitoso para la promoción de obras musicales que no fueron escritas originalmente para este instrumento, pero que lograban una difusión más amplia por medio de las así llamadas transcripciones.  Dos de los representantes más conspicuos de estas tendencias lo fueron los célebres pianistas Frederick Chopin y Franz Liszt, quienes fueron consumados maestros del virtuosismo pianístico, así como comprometidos promotores de las novedades musicales de su época. 

   Por el carácter burgués con el que se ha asociado su desarrollo, el piano ha sido una especie de consuelo a innumerables aficionados a la música, quienes encuentran su satisfacción  no en saber tocar este instrumento sino, cuando mucho, en "acariciarlo". Es decir, esa capacidad de abordar el teclado de tal forma que se haga sonar el instrumento desde dentro, con toda la gama de estos armónicos y que esa maestría técnica sea  instrumento verídico de una expresión musical genuina, éso se da muy rara vez.  El verdadero pianista consciente de los elementos que he mencionado arriba, desarrolla una identificación casi orgánica con su instrumento de expresión.  Así podemos identificar a los grandes del pianismo universal  (Arrau, Lipati, Richter, Kempf, Gilels, por mencionar a algunos de los más trascendentales de la época reciente) por el sonido que obtiene del instrumento y que, finalmente, es su propio sonido.



   El conocimiento de Guadalupe Parrondo siempre me ha recordado a grandes pianistas.  En efecto, la Parrondo es leyenda viva de consumado virtuosismo pianístico tanto en lo técnico como en lo musical.  Esto le ha permitido seducir musicalmente a los públicos más heterogéneos de Asia, Europa y América;  ello no unicamente con obras de repertorio pianístico tradicional sino también con piezas representativas de la producción pianística mexicana, como lo son el "Concierto Romántico", de Ponce, el "Vals Capricho", de Castro, o "A Lápiz", de M. Enríquez.

   Así, esta pianista mexicana confirma también una enorme versatilidad que corrobora de concierto en concierto con una perfección producto de la autoexigencia ,  del rigor, del rechazo a las concesiones de demagogia técnico-artística; perfección que,  en fin, corrobora su consumado sentido de responsabilidad artística. 


   Guadalupe Parrondo constituye uno de los más afortunados encuentros que he tenido en mi vida pues, además, nos profesamos una genuina amistad a prueba de todo.  Es decir, combina la entereza de la exigencia profesional con una generosidad de espíritu que también sabe ser solidario y empático.  He perdido la cuenta de los momentos excelsos que la colaboración musical de Guadalupe Parrondo me ha brindado y quizá sean aún más aquellos en que como espectador he estado extasiado por lo que nos ha ofrecido en la interpretación de algunas de las páginas más exigentes de la literatura solista para piano.  La expresión musical de la Parrondo abarca todo, su dominio del instrumento es tal que el piano nos llega como un instrumento humano que canta y que siente.  Por ello mi reconocimiento y agradecimiento a esta excelsa pianista mexicana.


Si la memoria no me falla, las obras en las que he tenido el privilegio de colaborar musicalmente con Guadalupe Parrondo, son:

HAYDN:  Concierto en Re-mayor
MOZART: Concierto en re-menor
BEETHOVEN: Concierto no. 4, en Sol-mayor
BEETHOVEN: Concierto no. 5, en Mi-bemol mayor, "Emperador"
CHAIKOVSKI: Concierto no. 1, en si-bemol menor
SAINT-SAENS: Concierto en sol-menor
BRAHMS: Concierto no. 1, en re-menor
GRIEG: Concierto en la-menor
PROKOFIEV: Concierto no. 2, en sol-menor
PONCE: Concierto "Romántico"




miércoles, 20 de mayo de 2020

Canciones estrenadas en Berlín


La Canción de Arte de México
Gratificante velada en la capital alemana

El 26 de enero de 1999, en el marco del festival SCHAUPLATZ MUSEUM (El museo como escenario), de la Ciudad de Berlín, Alemania, se llevó a cabo una espléndida velada a cargo de la magnífica soprano mexicana, GABRIELA HERRERA y del pianista estadunidense STEPHEN HESS.  La velada tuvo como tema "La canción de arte de México" (¡sonido mágico de México!); el escenario fue la Sala Bolívar, del Instituto Iberoamericano de la capital alemana.

El público berlinés escuchó con atención un repertorio que desconocía en lo absoluto y que, además, le atrajo por una razón: ¿música mexicana sin mariachis?, se preguntaban. Pues sí, señor. ¡Y qué música! Por supuesto que nada en contra de nuestros mariachis, pero cuando se me dio la oportunidad de presentar un proyecto para el referido festival (que desde 1985 era organizado por el Servicio Pedagógico de los Museos de Berlín), opté por presentar otro tipo de repertorio, creado por mexicanos y, por ende, con su indiscutible sello.

                                                  La soprano mexicana Gabriela Herrera

El "recorrido" a través de la así llamada "canción de arte" de México, lo inició Gabriela Herrera con los Seis Poemas Arcaicos, de Manuel M. Ponce, compuestos por el zacatecano en 1930, durante su estancia en París. Esas canciones, cuyos textos son poemas escritos en España por los años en que Hernán cortés y sus huestes llegaban a México, fueron brindados por la Mtra. Herrera de manera exquisita, tersa y evocativa.

Gabriela Herrera, que a la sazón llevaba varios años de pertenecer al elenco de solistas de la Ópera Estatal de Stuttgart (donde el 10 de enero de ese 1999 la admiré en una arrobadora exposición de la !Sophie", de "El Caballero de la Rosa"), mantuvo esas cualidades a lo largo de la velada, en todo momento con una dicción clara, con excelente afinación, con una prosodia musical correcta y convincente, con un canto cristalino y aterciopelado.

Así fue como de similar manera la disfrutamos exponiendo las Cinco Canciones Infantiles, de S. Revueltas, cuatro canciones de B. Galindo (Jicarita, Arrullo, Paloma Blanca y Madre mía), y en tres canciones más de, "hit-parade" de Ponce: Tú, Lejos de ti y Estrellita.

Uno, como compositor, no puede estar más agradecido que cuando en el firmamento de los solistas vocales, aparece alguien que no sólo tiene disposición e interés en agregar algo a su repertorio, sino que de igual manera lo hace de forma altamente profesional y sensible. En la velada que nos ocupa. Gabriela Herrera estrenó mundialmente tres piezas para voz aguda y piano, de mi autoría: Oráculo, Niña (ambos sobre poemas de Octavio Paz) y La Canción que Nunca Diré (sobre un poema de Federico García Lorca). El aplauso cerrado del público fue el mejor reconocimiento a los estrenos mundiales de mis tres canciones.  (Un poco más de información sobre "La canción que nunca diré", se puede leer en: 
http://onomatopeyadeloindecible.blogspot.com/2020/05/la-cancion-que-nunca-dire.html
Justo es reconocer el desempeño del pianista, Stephen Hess, quien no fue un simple acompañante sino que se involucró de manera total en las obras, respirando con la soprano, ubicándose en todo momento en el contexto musical de cada una de ellas. Hess, que ya tenía en su historial el haberse presentado como pianista en recitales del tenor Niccolai Gedda, fue un complemento ideal para Gabriela, no "tocando por encimita", sino demostrando que conocía a fondo las piezas, lo cual se manifestó por su sensibilidad hacia las sonoridades y al peso de las mismas en el espacio temporal, hacia el sentido de los diferentes textos y a la esencia misma del canto, con el involucramiento justo y la distancia necesaria.

La velada fue un logro de los buenos oficios de la Sra. Ortrun Egelkraut, escritora alemana que ama profundamente a México. Asimismo, a los apoyos que, en su momento, brindó la Embajada de México en Berlín para hacer realidad este concierto.



martes, 19 de mayo de 2020

RILKE: El Libro de la Vida Monástica


RAINER MARIA RILKE

LIBRO DE LAS HORAS

EL LIBRO DE LA VIDA MONÁSTICA


   Escrito en al año 2005, el “Libro de las Horas”, del poeta RAINER MARIA RILKE (1875-1926), inaugura su madurez poética; en este libro, Rilke se confirma como un poeta de la poesía.
  
   En 1900 había emprendido un viaje a Rusia, en compañía de Lou Andreas Salomé. Rilke se enamoró de Rusia, en especial, de la hermosa fe que pudo atestiguar en los campesinos rusos.

   “Libro de las Horas” está conformado por tres libros. De el primero de ellos, “El Libro de la Vida Monástica”, comparto una traducción de mi autoría de la mayoría de sus poemas. En este libro, Rilke se presenta como un monje cuestionante, especulador de la divinidad, quizá en respuesta a la rigidez del concepto divino que le inculcaron sus padres.

   Así, “El Libro de la Vida Monástica” tiene un aspecto narrativo, que va describiendo, como si fueran recitativi de ópera, las distintas acciones del monje, para luego, como si fueran arias de ópera, reflexionar sobre esas acciones en forma poética.

   Se trata de una poesía poderosa, que emerge desde la profundidad rilkeana con abierta sinceridad, manifestando su íntima necesidad de creer, pero ¿cómo y en quién?.

   Dejemos que el grandioso libro se manifieste por sí mismo.

                                                                Rainer Maria RILKE

















lunes, 11 de mayo de 2020

Poemas de ELISABETH BORCHERS


ELISABETH BORCHERS
 (1926-2013)


TODO ES SIEMPRE DE HACE MUCHOS AÑOS
también ayer y hoy y mañana
y tú y yo
los vivos y los muertos.
Como la palabra que he dado y la que he tomado
como el tren retrasado, la canción de cuna y los ciruelos
el verde de los cedros y los viñedos
más verdes que las cosas verdes de la esperanza
más claro que las luces allende la frontera.
Más negro que la caída en lo negro
viajamos hasta ahí como una sombra, como trineo.
Joven como la juventud de Joseph Conrad.
Entonces se me rompe el corazón resquebrajado
y tras muchos años abandono el lugar con este poema.


COMO LA OSCURIDAD LA LUZ

Un ave que corre sobre el agua
un barco que conoce sus costas
el viento que habita en cada árbol
los días transcurren, emigran.
Proscribo el dolor
pero no lo conjuro,
me conoce demasiado bien
como la oscuridad la luz.

ADIEU

De pronto estás totalmente solo
En el espacio
Del mundo
Los médicos se quitan las batas
Las sondas se retiran
La mano se agarra fuerte de la flor
El lugar rebosante de estrellas de la última pausa respiratoria
se desliza ante mí

Qué sé yo, pues,
adónde


H. A.

Cuando Sofía murió
lo abandonó el coraje
lo abandonaron lo negro, lo blanco
y regresó
a las pequeñas flores
a las grandes estrellas
al murmullo de la fuente susurrante

MIRA

Mira cómo cae el sol
sobre las casas de la ladera
tal como las nubes caen sobre las cimas
tal como mis deseos
sobre tu indisponibilidad


ABANDONADA

Para la pipa, el tabaco
y lo demás que haya
que ya no existe
está en el rincón del balcón
la mesa
abandonada por todo el mundo


CERRADO

Ventanas y puertas cerradas
la fortaleza sellada por la hiedra
contra el robo y la fuga

Sólo de vez en cuando
se tambalea una palabra
y abre el portón del tiempo

cuando te llamo por tu nombre
pero
no sé quién eres




QUÉ PEQUEÑAS

Qué pequeñas y entendibles son mis palabras
yacen en los brazos de los ríos  y arroyos
alemanes
oscurecen en la lluvia y brillan
como Assmannshausen* cuando brilla sobre ella el sol.
Y los álamos napoleónicos se dan la mano.
                                      Una promesa que se dirige a ti.


*población alemana a orillas del río Rin.


Traducciones desde el alemán original de (c) SergioIsmaelCárdenasTamez
Ansbach, junio de 2000; Ciudad de México, mayo de 2020.

sábado, 9 de mayo de 2020

BRAHMS, o el largo camino hacia la luz



BRAHMS
o el largo camino hacia la luz

   A más tardar en el compás 477 del primer movimiento de la Sinfonía no. 2, en Re-mayor, op. 73, de Johannes Brahms, estará llorando quien ha oído hacia dentro de la obra, concentrado o cautivado irremediablemente por la oscuridad precedente. ¿Porqué llorar cuando llegamos a ese pasaje in tempo, ma piú tranquillo? ¿Es tristeza? ¿alegría? ¿decepción? ¿nostalgia? ¿triunfo o fracaso?

   Yo creo que es la plenitud, aunque aún no llegamos a la luz: faltan aún tres movimientos. Y es que este primer movimiento de la sinfonía brahmsiana, marcado como Allegro non troppo, nos ha llevado por las profundidades más puras del alma desde que lo iniciaron las sonoridades oscuras y profundas de los violonchelos y contrabajos, que con movimiento amplios y notas sostenidas, dan pie al espectro anímico que permea la obra.  Así, la sinfonía es una constante búsqueda del balance que debe descansar sobre la nota RE. Antes de Brahms, la tonalidad de Re-mayor llevaba invariablemente a una asociación festiva, radiante, sobre todo por la posibilidad del uso de las trompetas que, cuando menos desde el barroco, sonaban siempre meor en esta tonalidad. En esta tonalidad están, por ejemplo, algunas de las obras más brillantes de Bach (Cantata 180, Oratorio de Navidad, Gloria, de la Misa en si-menor, Suite no. 3 para orquesta), Haydn (Sinfonía no. 104), Beethoven (Segunda Sinfonía, Missa Solemnis, final de la Sinfonía no. 9), por mencionar sólo algunos de sus predecesores. Sin embargo, en Brahms esta tonalidad cambia de color: ahí está la Serenata op. 16, el excelso Concierto para violín y orquesta y, por supuesto, la Sinfonía no. 2.

   “Elaborar desde el interior”, había escrito Friedrich von Schlegel en 1800, resumiendo la esencia de lo romántico en el arte. Es precisamente en este sentido en el que Brahms “elabora”; y puesto que lo aborda desde dentro, el romanticismo brahmsiano es puro, desprovisto de melodramas externos tan llenos de exabruptos. El célebre director alemán de orquesta, Wilhelm Furtwängler (1886-1954), en su discurso en el marco del Festival Brahms, que la Sociedad Brahms de Alemania organizó en Viena en 1931, manifestó lo siguiente:

Brahms es el músico objetivo par excellence. La objetividad sólo puede significar una visión clara, precisa y penetrante de lo que hace de la música un arte. Unicamente se dice lo que tiene que ver con el asunto, es decir, con el mundo que la obra en cuestión personifica. Brahms fue un apasionado de la objetividad.” (1)

                                                      Brahms en 1874

   Y puesto que Brahms elabora desde el interior, aspira llegar al mismo destino en nosotros, es decir, más allá del impacto puramente señorial. Y para llegar a nuestro interior, nada mejor que la oscuridad. De allí el recurso de este hamburgués de nunca prescindir de las sonoridades graves que garantizan, en efecto, esa oscuridad. Lo podemos comprobar de inmediato en la primera página de la partitura de esta sinfonía, esto es, en sus primeros nueve (9) compases: tras un compás de violonchelos y contrabajos que fija la gravedad del “asunto” a tratar, entran los cornos franceses y los fagotes (también instrumentos que se asocian más con la gravedad y oscuridad por su timbre) con la exposición del tema principal que es “comentado” por flautas, clarinetes y, de nuevo, fagotes.

   Creo que aún más que los cinco (5) compases anteriores, son estos de las flautas, clarinetes y fagotes los que ya no dejan duda alguna del manejo que Brahms hace de la luz, pues la brillantez que las flautas pudieran haber tenido si las hubiera dejado solas, es opacada por la presencia, una octava más abajo, de los clarinetes y, más aún, por lo fagotes tocando lo de los clarinetes  una octava más abajo pero, en especial, por los fagotes tocando lo de las flautas ¡dos octavas más abajo! O sea que, a final de cuentas, las flautas contribuyen a poner algo de luz en esto primero compases que, de otra manera, se habrían quedado en la oscuridad. Esta técnica de orquestación se mantendrá vigente el resto de la obra y, por lo general, en todas las obras brahmsianas. No encontramos en este sinfonía un solo momento en el que alguna(s) voz(voces) sin la orientación o sentido que le fija(n) las voces graves. Por esta razón, creo que Brahms tendría más identificación con Rembrandt, como maestro del claroscuro que, digamos, con C. David Friedrich, uno de los grandes de la pintura romántica alemana.

   A ello hizo referencia Furtwängler en el mismo discurso referido antes:

A mi me ha parecido siempre un descendiente de aquellos antiguos artistas alemanes o flamencos, de aquellos Van Eyck, Rembrandt, etcétera, e cuyas obras se asocian la intimidad, la fantasía, una fuerza comprimida y a menudo impetuosa, y un maravilloso sentido de la forma.”

   Los recursos que emplea Brahms para elaborar musicalmente desde el interior están a la vista, o mejor dicho, al oído: ya mencioné el no dejar nunca a los instrumentos brillantes solos en las tesituras altas, sino siempre oscureciéndolos con otros tocado en tesituras bajas; asimismo, está el preponderante papel que les asigna a los violonchelos a los que, junto con los cornos franceses, parece haberles dedicado toda la sinfonía; al independizar los contrabajos de los violonchelos, reafirma su intención de ir al fondo musical, pues enfatiza los fundamentos mismos de la armonía; sus melodías siempre tienden al descenso, hacia abajo, por más que tenga intentos de emerger a las alturas; el uso frecuente de ritmos sincopados o con el acento pospuesto dan margen para que las armonías no sólo tengan oportunidad de manifestarse con autonomía rítmica, sino que, por eso mismo, pueden expandirse y presentarse robustas.

   No son esos todos los recursos brahmsianos para interiorizar. Sin lugar a dudas, es el manejo soberano de las armonías, de esa enorme capacidad para configurar la disposición de los sonidos verticalmente con su respectivo impacto en el devenir horizontal, lo que constituye el factor decisivo del claroscuro de este genio.

   Para empezar, está el recurso de las notas “pivote”, es decir, comunes a varias configuraciones verticales de los sonidos. Un ejemplo: la nota RE la utiliza, además de elevarla al nivel de “alfa y omega “ de la obra, es común a las sonoridades verticales (acordes) en si-menor, Sol.mayor, sol-menor, Sibemol-mayor, Mi-mayor y mi-menor con séptima, re-menor, solsostenido disminuido. Este simple ejemplo nos informa que esta sinfonía, escrita en una tonalidad mayor (Re-mayor), ¡se desenvuelve más de la mitad del tiempo en armonías menores!, lo cual no sólo crea tensión natural que resulta de contravenir las tendencias orgánicas de la serie de armónicos, sino que da al devenir musical más elementos para logra una expansión orgánica.

   Esto lo encontramos incluso en el idílico tercer movimiento de la sinfonía, acertadamente marcado por el autor como Allegretto grazioso (quasi andantino), en el que al hacer que el solo de oboe que abre el movimiento, cante la bucólica melodía alternado Sol-mayor y sol-menor, no sólo la oscurece sino que asimismo la expande al ampliar su campo de acción orgánica partiendo siempre de la nota-pivote, Sol.

   A este logrado manejo de la multifuncionalidad armónica de una misma nota (de un mismo sonido) se agrega, siempre en este ámbito de la configuración vertical de los fenómenos sonoros, el uso de cromatismo, es decir, de los semitonos, así como de las suspensiones, yuxtaposiciones y anticipaciones.

   En contraposición de lo que Nietzsche escribió de Brahms (“es la nostalgia de la impotencia”), considero que en Brahms respiramos la nostalgia de la plenitud humana en su concepción más amplia. Por ello Brahms recurre a las llamadas formas abstractas para expresarse: es decir, su música no está sujeta a programas extramusicales o literarios, sino que se concentra en lo estrictamente musical, como lo refirió Furtwängler en el primer párrafo que cité de él.

   En lo que respecta al Re-mayor que es origen y destino en esta sinfonía, su plenitud se manifiesta no sólo en lo que mencioné en los párrafos anteriores, sino va mucho más allá, como lo atestiguamos en el pasaje inmediato anterior al compás 477 del primer movimiento, al que me referí al inicio, donde Brahms sintetiza el devenir hasta ese momento y emprende el camino hacia la parte final del movimiento en el compás 447: sobre un acorde de si-menor con séptima disminuida (enarmonicamente como Sol-sostenido) tocado por las  cuerdas y trombones, reaparece el tema inicial de los cornos franceses para, tras un crescendo, desembocar en La-mayor con séptima desde donde partirá el primer corno hacia la plenitud usando usando como motivo musical el contenido en el cuarto compás del movimiento; lo acompañarán en este camino no sólo las cuerdas tocando en registros graves, más grave aún que el registro en el que se moverá este famoso solo de corno francés.

   Al principio, el movimiento armónico es lento, con los contrabajos ascendiendo cromaticamente y violines y violas usando motivos descendentes hasta que el corno, tras dar pasos firmes de intervalos de segunda mayor, parece “resbalar” en un intervalo de segunda menor antes de cambiar posición una tercera menor más arriba, lo cual incrementa, de pronto la tensión, misma que, de ahora en adelante, se intensificará por medio de un movimiento cromático de las sonoridades verticales cada vez más abigarrado , lo cual será reforzado por la agitación generada por los ritmos sincopados de violines y violas, así como por la respiración que antecede a cada nuevo intento de ascensión del corno solista, hasta llegar al Sibemol en el que alcanza el punto de mayor tensión del pasaje al encontrarnos con una sonoridad vertical “disminuida” (basada in intervalos de terceras menores), con los contrabajos cayendo a las profundidades de su cuerda más grave y todos alcanzando la mayor intensidad dinámica (volumen) del pasaje. A esta secuencia de tensiones se ha agregado un stringendo, es decir, el tiempo (tempo) se ha acortado y, por lo tanto, acelerado, todo lo cual ha causado una gran agitación del espíritu que incluso dificulta nuestra respiración, pero aún no llegamos a la catarsis.

   El descenso del Sibemol de corno solista, lo utiliza Brahms para configurar el retorno a la paz interior plena por medio de pasos que no sólo baja escalón por escalón, sino que van modulando la distensión de la presión vertical por medio de suspensiones y yuxtaposiciones hasta que, por fin, regresamos al punto de partida del movimiento (Re-mayor) con un corazón engrandecido que ha hecho un largo viaje para encontrarse con su propia plenitud.

   No puedo ocultar mi preferencia por los movimientos lentos de todas las grandes obras musicales. El segundo movimiento de esta sinfonía, Adagio non troppo, no es la excepción. Este movimiento tiene, a la vez, un carácter enigmático y nostálgico, añorante. El movimiento abre con una sentida melodía de los violonchelos, la cual apunta ya a otras melodías largas y amplias, casi interminables, que fueron el ideal de los románticos y que encontraron puntos culminantes en Wagner (¡Tristán e Isolda!) y Bruckner (en especial, los Adagio de sus sinfonías).

   Si bien la tonalidad indicada en este movimiento es la se Si-mayor, el carácter enigmático del movimiento lo establece el hecho de que en realidad, en ningún momento, salvo en el último compás, se puede decir que dicho ámbito tonal domina alguna otra parte del movimiento. Esta tonalidad, a tres quintas ascendentes en relación con el Re-mayor del primer movimiento, ubica a la pieza en los dominios de una construcción a futuro que se yergue sobre un pasado que demanda ser recuperado como memoria viviente de la existencia. Brahms configura este movimiento generando un constante deseo ferviente de llegar al Si-mayor del que partió. A veces su evolución da la impresión de ser resultado de la agitación provocada por una larga espera, que se manifiesta  por medio de valores rítmicos que, conforme se incremente la agitación, son cada vez más cortos, hasta desembocar en el trémolo.

   En este proceso, Brahms no escatima ningún recurso de las posibilidades expresivas de su aparato orquestal, resultando así en un movimiento que es, a la vez, amplio y desesperado, intenso e íntimo, brillante y profundo. Al final de movimiento, como si fueran latidos del corazón que ve cada vez más cerca la satisfacción de su nostalgia en el futuro cercano, el timbal nos guía dramáticamente al punto deseado: el acorde final en Si-mayor, meta última del desarrollo de este célebre Adagio non troppo.

   Tras la intensidad expresiva del segundo movimiento, en tercero, marcado como Allegretto grazioso (quasi Andantino), con su cautivador carácter bucólico e idílico, aporta a nuestro espíritu un balance emocional en el contexto de toda la sinfonía.

   Sol-mayor es la tonalidad de este movimiento, es decir, cuatro quintas descendientes del Si-mayor del segundo movimiento. En relación con el primer movimiento, tiene una función de Subdominante, es decir, nos remite a un pasado que, a todas luces, fue gozoso, extravertido, incluso con etapas de rebosante algarabía. Abre el movimiento un solo muy famoso  del oboe, tan puro en su expresión, en su sencillez, con un aire lúdico-bucólico que por su contundencia seductora, nos arrebata. Su carácter popular o folclórico, lo subraya Brahms haciendo a los violonchelos acompañarle pellizcando sus cuerdas (pizzicati), que nos hace imaginar a un pastorcillo entonando una melodía haciéndose acompañar por su lira. El mismo tema del oboe, desprovisto de toda retórica y rebuscamiento, conduce a Brahms a desarrollarlo con variaciones de una gran vivacidad, que hacen al aparato orquestal alternar secciones en bloques de las cuerdas con los alientos-madera en un juego crispante e iridiscente que, casi de la mano, nos guían al regreso del tema original de oboe, que con cada “regreso”, reafirma su contabilidad pura, ingenua.

   El último movimiento de la sinfonía, Allegro con spirito, será el campo en el que se librará la “batalla final” en el camino hacia la luz. Escrito, como el primero, en la tonalidad de Re-mayor, se caracteriza por mantenerse clásico en su manejo de la funcionalidad de las sonoridades verticales. Esto obedece a la rapidez con la que se desenvuelve el movimiento, por lo que nos es propicio recurrir a configuraciones armónicas complejas o más elaboradas. Inicia con un misterioso unísono de las cuerdas, que Brahms demanda sea tocado sotto voce, es decir, como si se estuviera murmurando; este inicio resulta ser un acertado enlace entre el movimiento anterior y éste, lo cual nos da impresión de la continuidad orgánica de la sinfonía que, se pretende, se perciba como un todo, a pesar de su multiplicidad o riqueza de contenido.

   Este vigoroso movimiento mantiene ese ámbito de reflexión que ansía emerger, que Brahms manifiesta con el uso de secuencias de motivos ascendentes que con cada nuevo intento, nos llevan a mayores alturas; es como querer llegar a la cima de la montaña por medio de impulsos que se van alimentando unos a otros por medio de auténticas erupciones en fortíssimo del aparato orquestal y, de similar manera, por los contrastes apasionados de segundo tema que debe ser “cantado”, como Brahms lo especifica, “largamente”, es decir, con amplitud, dando así un respiro antes de continuar el ascenso.

   Y, en efecto, por este camino Brahms nos lleva hasta unas fanfarrias clásicas que, en este contexto, emergiendo desde la oscuridad, tienen un efecto por demás radiante, luminoso, de todos los metales que, de esta manera, confirman los propósitos del devenir musical de este grandiosa sinfonía: llevarnos a la luz, devenir que Brahms construye “elaborando desde el interior”, desde las profundidades primigenias del alma humana en un largo pero firme y positivo camino hacia la luz.

                                   Pörtschach, Lago Wörther, Carintia, Austria.

   Brahms emprendió la composición de su Sinfonía no. 2, en Re-mayor, op. 73, en el verano de 1877, en el pueblito de Pörtschach, a orillas del Lago Wörther, en Carintia, Austria. En una carta fechada el 5 de octubre del mismo año, dirigida a su editor Simrock, Brahms narra que el compositor y director alemán Felix Otto Dessoff (1835-1892), tras estudiar la partitura de esta sinfonía,  respondió a Brahms: “No ha compuesto usted, hasta hoy, nada tan hermoso como esta sinfonía”.

                                       Monumento a Brahms, en Pörtschach

   El estreno mundial de la obra corrió a cargo de la Filarmónica de Viena, dirigida por Hans Richter, el 30 de diciembre de 1877. Fue muy exitoso; Richter había ensayado muy bien la compleja obra.

   Wilhelm Altmann (1862-1951), compositor alemán que firma la nota introductoria a la Edición Peters de esta sinfonía, consigna que el 12 de febrero de 1878, la Sra. Emma Engelmann-Brandes escribió, desde Leipzig, a Clara Schumann, que “el compositor holandés de Utrecht, Verhulst, presente en el ensayo de la sinfonía (con la Orquesta Gewandhaus), lloró como un niño; y cuando terminó el concierto en el que se tocó la obra, dijo a una dama sentada junto a él: “Nunca olvide que ha tenido usted la fortuna de haber escuchado esta música”.

                La antigua Sala de Conciertos Gewandhaus, de Leipzig, Alemania.

(1)  Furtwängler, Wilhelm: Sonido y Palabra. Ensayos y Discursos 1918-1954. Ediciones Acantilado, Barcelona, 2012. Páginas 39 – 50.

“Brahms o el largo camino hacia la luz”, fue incluido en el libro del autor publicado con el título ESTACIONES EN LA MÚSICA, de la Serie Lecturas Mexicanas, Conaculta, Ciudad de México, 1999.