sábado, 27 de julio de 2019

Un instrumento del sonido para manifestarse



Un instrumento del sonido para manifestarse
por Sergio Cárdenas*

Un músico compositor sabe que lo que comunmente se llama la voz de la Musa es, en realidad, el dictado del sonido; que no es el sonido su instrumento, sino él el medio utilizado por el sonido para manifestarse. No obstante, por mucho que pueda pensarse en él (muy adecuadamente, por cierto) como una especie de ser vivo, el sonido no es capaz de elecciones éticas.
Una persona se pone a componer música por diversas razones: para ganarse el corazón del ser amado; para expresar su actitud ante la realidad circundante; para reflejar su estado de ánimo en un determinado momento; para dejar —tal es al menos su intención— alguna huella en este mundo. Lo más probable es que recurra a esta manera de manifestarse (a través del sonido) por razones inconscientemente miméticas: el negro y vertical coágulo de la notación musical en el papel pautado le debe de recordar su propia situación en el mundo, el equilibrio entre el espacio y su cuerpo. Pero al margen del mayor o menor efecto que produzca en sus lectores lo surgido de su lápiz, la consecuencia inmediata de esta empresa es la sensación de entrar en contacto directo con el sonido, o, más exactamente, la sensación de quedar sometido a una inmediata dependencia respecto del sonido, a todo lo que con él se ha expresado, escrito y conseguido.
Tal dependencia es absoluta, despótica, pero también liberadora. Pues, aun siempre de más antigüedad que el compositor, el sonido sigue poseyendo la colosal energía centrífuga conferida por todo el tiempo que tiene por delante. Y este potencial temporal no solo queda determinado cuantitativamente por el tamaño del campo geográfico en el que el sonido en potencia queda plasmado en el papel pautado sino por la calidad de la música que se escriba en ese papel pautado.
El compositor es el medio de supervivencia de la música. Uno, que compone música, dejará de existir; y también quien la escucha. Pero la notación musical que simboliza la música, ha de permanecer; no sólo porque durará más que el hombre que la escribió, sino también por la mutación que el fenómeno musical va manifestando con el paso del tiempo.
Sin embargo, quien compone una pieza musical,  no lo hace porque pretenda alcanzar la fama en la posteridad, aunque suela albergar la esperanza de que su obra le sobreviva, al menos durante un tiempo. Quien compone una pieza musical lo hace porque el sonido lo inspira a ello, si no es incluso que el sonido le va dictando sonido por sonido.
Por lo general, al empezar una pieza, uno no sabe qué curso va a tomar, y muchas veces uno mismo es el primer sorprendido, pues a menudo el resultado es mejor de lo esperado, a menudo el pensamiento lo lleva a uno más lejos de lo que creía. Y ese es el momento en que el sonido se yergue como futuro, invade el presente.
Existen, como sabemos, tres modos de conocimiento: el modo analítico, el modo intuitivo y el modo de los profetas bíblicos, la revelación. Lo que distingue  la composición musical de otros géneros literarios es su utilización de los tres modos a la vez (aunque sobre todo del segundo y del tercero). Los tres, en efecto, se dan en el fenómeno sonoro; y hay ocasiones en que, mediante un simple sonido, una simple progresión melódica o armónica, el compositor se ve llevado allí donde no ha estado nadie antes que él, quizá incluso más lejos de lo que él mismo deseaba.
Quien compone una obra musical lo hace, sobre todo, porque el plasmar esos sonidos potenciales  en el papel pautado,  es un extraordinario acelerador de la conciencia, del pensamiento, de la comprensión del universo. Una vez experimentada tal aceleración, ya no se puede renunciar a repetir la experiencia; establecemos una dependencia total con este proceso, al igual que otros con las drogas o con el alcohol. A quien establece esta especie de dependencia con el sonido es, supongo, a quien llamamos compositor musical.

* a partir de un texto de Joseph Brodsky

©SergioIsmaelCárdenasTamez; Ciudad de México; el 16 de mayo de 2019.

                     


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