La prueba de la existencia de Dios.
por Sergio CÁRDENAS
A mi hermana Isabel, con cariño.
Más allá del hecho de que con Bach se consuma la consolidación de la tonalidad como nueva técnica de composición musical (el Clave bien temperado es, quizá, el mejor ejemplo de ello), y de su innegable contribución al desarrollo de las técnicas de ejecución instrumental que reflejan la culminación de la así llamada Era Barroca de la música occidental (entre otras contribuciones), me parece que hay algo que aún hoy, a más de 250 años de haber sido escrita, nos sigue cautivando de esta música.Y pensar que en los últimos años de su vida Bach sufrió porque alguien – ¿algún crítico musical o colega envidioso?- dijo que la música de Bach era “anticuada”. ¿Es que nosotros somos unos anticuados si un cuarto de milenio después de su composición seguimos oyendo y ejecutando –en el buen sentido de la palabra- su música?
Aparentemente, los oídos de –algunos- sus contemporáneos no aguantaban más las intrincadas polifonías de este compositor y, por y para su desgracia, tampoco se dieron cuenta de cuán secular era Bach, pues entre lo que se le reprochaba estaba su apegamiento a lo religioso (tras el último compás de cada una de sus obras, Bach siempre escribía Soli Deo Gloria), siendo que, con la consolidación del sistema tonal de composicion musical se estaba más bien reflejando un cambio profundo en el devenir social, con impactos específicos en el devenir de la composición musical, a saber:el sistema modal que dominaba la Europa del siglo XVIII reflejaba el férreo control que la Iglesia había ejercido sobre el desarrollo musical en términos de economía. Su nombre, del latin modus (regla, medida) se refiere a los modos –musicales-eclesiásticos que prescribían, con no poca rigidez, las notas musicales que deberían de usarse al componer una pieza basada en algunos de esos modos (algunos han traducido este término como tono, traducción que, a mi manera de ver las cosas, crea confución con el concepto de tonalidad, de aplicación muy diferente). La tonalidad, en cambio, refleja también la transición que se daba en Europa de un sistema feudal a un sistema de libre mercado en el que la fuerza con mayor capacidad de negociar es la que, a final de cuentas, se impone.
Así, el sistema tonal de composición musical se desarrolla a base de un intercambio libre de fuerzas, tensiones y distensiones en las que prevalecerá quien tenga la mayor fuerza centrípeta y quien, por ello, logre el “respeto” de todas las demás fuerzas (notas musicales) al final de la obra. Esto explica el que muchas piezas musicales escritas utilizando este sistema de composición musical, lleven la aclaración, como parte de su identidad, de cuál es la nota musical que se revelará al final como el punto centrípeta (se le llama centro tonal) de las fuerzas implicadas: en Do mayor, por ejemplo, se nos dice que está escrita la Primera Sinfonía de Beethoven. Esto no significa que en toda la pieza se escuche únicamente el acorde de Do mayor (o sus notas), sino que la nota Do, en su acepción acústica natural, es la que al final se confirmará como punto centrípeta de toda la pieza.
En otras palabras: en el barroco se inicia, de manera vertiginosa (también como resultado del movimiento reformatorio iniciado por Lutero), la secularización del control económico de la producción musical que, hasta entonces, había sido casi de la exclusividad de la Iglesia. Bach expresó estos profundos cambios en su música (queda por saber si de manera conciente) y, más que anticuado, mi convicción es que la producción musical de Bach es una de las que con mayor enjundia pueden adjudicarse el calificativo de actuales: su sistema de composición musical obedece al sistema de libre mercado en el que las fuerzas (musicales) actúan con libertad de movimiento y de expresión, dialogan, discuten, se incriminan y elogian mutuamente, luchan, sueñan, se ponen máscaras, sufren y gozan, odian y aman.
No son estas características las que, en mi opinión, dan vigencia a la música de Bach: las razones para ello hay que buscarlas no en su música sino en nosotros. Para no pocos la música de Bach ha significado el consuelo justo en el momento justo: en su libro Breviario de los Vencidos, E. M. Cioran escribe: “ Y si no hubiese tenido a mi alcance el Largo del concierto para dos violines de Bach, ¿cuántas veces no habría terminado? A él le debo el ser todavía...porque en ese Largo hay una ternura por la nada, allí el estremecimiento alcanza su perfección dentro de la perfección de la nada.” (Tusquets Editores, Barcelona, España).
Me parece, sin embargo, que es otra cosa lo que da vigencia a la música bachiana: nuestra necesidad de Dios, esa necesidad de romper con nuestros límites, esa necesidad de sobreponerse a todo en medio de la generalizada descomposición del mundo en el que se nos ha aventado: Bach es, por sobre todo, la explicación más contundente de la existencia de Dios. Oigamos de nuevo, para fnalizar, a Cioran: “Cuando escucháis a Bach, véis nacer a Dios. Su obra es generadora de divinidad. Después de un “oratorio”, de una “cantata” o de una “Pasión”, es necesario que él exista. De otra manera toda la obra del Kantor sería una desgarradora ilusión. Y pensar que tantos teólogos y filósofos han perdido días y noches buscando las pruebas de la existencia de Dios, olvidando la única...” (De Lágrimas y Santos, Tusquets Editores, Barcelona, España).+++
Ansbach, el 26 de julio de 2000.
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