“Estábamos muy preocupados…”
Pasé el mes de febrero del año 1985, en París (Francia); estuve ahí para acercarme un poco al idioma francés, a través de un curso intensivo de cinco (5) horas diarias en la Alianza Francesa.
Disfruté mucho de esa estancia, hospedado en un pequeño hotel de St. Germain. Entre los recuerdos más gratos de entonces, está el haber conocido a doña Juanita Argerich, la mamá de la pianista Martha. Esto sucedió a los pocos días de mi llegada a París. Estaba yo haciendo fila ante la taquilla del Teatro de los Campos Elíseos, donde la Orquesta de París daría un concierto conducido por Barenboim; la esperanza era que algunos regresaran sus boletos para poder acceder al concierto, cuyas localidades se habían agotado. Pues estaba yo ahí, como quien dice “quitado de la pena”, cuando una mujer mayor se acerca a mí y pregunta:
- ¿Es usted Sergio Cárdenas?
Yo, que pensaba estar ahí de incógnito, me sorprendí demasiado y, un tanto perplejo, respondí de manera afirmativa.
- Es lo que supuse, me dijo la mujer cuando me oyó. Soy Juanita Argerich, la mamá de Martha. ¿No tiene usted boleto para el concierto?
- Señora Argerich, qué tremendo honor conocerle, respondí con notoria satisfacción. ¿Cómo es que me conoce?, le pregunté con curiosidad.
- Le conozco muy bien, me dijo. Le he visto muchas veces en Bellas Artes de México, dirigiendo la Sinfónica Nacional. Pero digo, ¿no tiene usted boleto para el concierto?
- No, señora, justo estoy en la fila esperando encontrar uno en la taquilla.
- Pues no se preocupe, venga, va usted a entrar conmigo, me dijo doña Juanita.
Al finalizar el concierto, me dijo:
- Venga, vamos a saludar a Daniel.
Y, pues fuimos. El fugaz momento que estuvimos con otras gentes en el camerino del teatro, permitió una muy rápida presentación con Barenboim, cuya reacción no puedo decir que haya sido amable. No espera yo ninguna otra, por cierto.
Empezó ahí una bonita amistad con doña Juanita, con quien conversé de manera frecuente en su departamento de Quai aux Fleurs, a menudo con otras amistades de Juanita del mundo musical. La última vez que nos vimos, fue en la Sala Gasteig, de Munich (Alemania), en un concierto conducido por Celibidache. Para ese entonces, Juanita estaba sufriendo los embates del cáncer, que finalmente le ganó la batalla. Recuerdo, conmovido, el inconsolable llanto de Juanita cuando Celibidache y sus filarmónicos muniqueses nos cautivaron con una poderosa exposición de la “Marcha fúnebre de Sigfrido” (Wagner, El Ocaso de los Dioses).
Algo curioso sucedió en el intermedio de ese concierto. Juanita y yo nos quedamos en la Sala, conversando. Ella sabía que yo tenía una profunda admiración, un gran agradecimiento y un profundo respeto por Celibidache. En medio de la conversación, ella me preguntó:
- ¿Crees que Celibidache es una gente honesta?
Se trataba de una pregunta que, de verdad, me sorprendió. Pero, de inmediato, respondí:
- Claro que sí, así conozco al Maestro.
- Pues te voy comprobar que no lo es, me dijo Juanita.
Me mostró, entonces, una de las páginas del programa de mano de esa velada, en la que se anunciaban los próximos conciertos de Celibidache. En uno de ellos, se anunciaba la participación de Elena Bashkirova como pianista solista.
-¿Desde cuándo, Sergio, se puede decir que Elena sea “pianista”?, me cuestionó Juanita. ¿Entiendes porqué digo que Celibidache no es honesto?
Pensé: claro que para Juanita, ante su hija Martha, nadie más en el planeta puede ser considerado/a pianista. Y sí, es muy difícil, si no imposible, “medirse” con ese fenómeno pianístico que constituye Martha Argerich. Fue un tema recurrente durante muchas conversaciones con doña Juanita.
Unos días antes de concluir la estancia en París, recibí una llamada desde Ansbach, de mi amigo y mecenas Ludwig Baumann (qepd): que al Agregado Cultural de México en Berlín Oriental, don Víctor Balvanera, le urgía hablar conmigo. Le pedí que diera a Balvanera los datos de mi hotel en París y, unos minutos después, Víctor me estaba llamando.
Había yo conocido a Victor Balvanera unos tres años antes, cuando él ejercía la misma posición en Varsovia. Entonces, Víctor organizó en el Conservatorio Nacional de Polonia, en Varsovia, un concurso para cantantes teniendo como tema la llamada “canción de arte” de México, concurso al que me invitó como Sinodal aprovechando mi estancia en Polonia para dirigir la Orquesta de la Radio Nacional Polaca, de Cracovia (junio de 1981, con “Un Réquiem Alemán”, de Brahms).
Tras un breve saludo al teléfono, Víctor me preguntó:
- Oye, ¿quieres dirigir un concierto con la Staatskapelle de Weimar?
Tremendamente sorprendido y, a la vez, saltando de alegría, le respondí:
- Ohhh, ¿y cuánto hay que pagar para ello???
Sabía yo de la existencia de esa legendaria, multicentenaria orquesta, otrora dirigida por J. S. Bach, Franz Liszt, Richard Strauss, entre una larga pléyade de músicos europeos. Y, desde luego, sabía yo de su significado en el panorama orquestal europeo.
Víctor se rió de lo que consideró una “ocurrencia” de mi parte (en realidad, era una manifestación de enorme admiración hacia ese ensamble orquestal). Me explicó:
- Resulta que el director alemán previsto para dirigir ese concierto de la próxima semana, acaba de huir hacia Alemania Occidental. En Weimar está, por estos días, el reconocido compositor Siegfried Matthus, con quien la administración de la orquesta conversó sobre esa “huída” y Matthus, de inmediato, les propuso que te invitaran, pues él sabía que estabas ya en suelo europeo.
Meses antes, en casa de Manuel Enríquez, había yo conocido a Matthus, cuya presencia en México obedecía a su participación en el Foro de Música Nueva, fundado y organizado por Enríquez (Foro que hoy, por fortuna, lleva su nombre). En esa reunión, estuvieron presentes el escritor Juan Villoro (recién regresado de Alemania Oriental, donde había ejercido como Agregado Cultural), José Antonio Alcaraz, Margarita Pruneda y otros destacados personajes de la cultura mexicana. Ahí, Enríquez me presentó con Matthus, a quien comenté que estaba por volar a Europa en busca de nuevos derroteros.
Dije a Balvanera que, por favor, confirmara mi participación en Weimar y procedimos a ponernos de acuerdo para que yo llegara a Berlín Occidental, donde él pasaría por mí para trasladarme a Weimar. Terminado el curso en la Alianza Francesa, regresé de inmediato a Ansbach, para recoger el frack y la partitura de la Sinfonía no. 6, “Pastoral”, de Beethoven, que compartiría la velada con el Concierto para Violín, de Brahms.
No encuentro, nunca he encontrado, las palabras que hagan justicia a lo que viví desde que inició el primer ensayo con la Staatskapelle Weimar, en una de las salas de la Hochschule “Franz Liszt”, de esa ciudad. El inicio de la “Pastoral”, con la fabulosa sonoridad de las cuerdas de Weimar, era tan hermoso que tuve que hace un enorme esfuerzo para contener mis lágrimas por la emoción que amenazaba salirse de control. Ese inicio fue un excelente augurio para el resto de la semana, con ensayos intensos, meticulosos, expresivos, en los que la orquesta, en todo momento, fue una colaboradora excepcional, entusiasta.
El Sr. Hans Fischer, a la sazón Jefe de Personal de la agrupación (también era Co-principal de los Segundos Violines), se prodigó en atenciones en todos los ensayos y fuera de ellos; incluso me invitó a departir una tarde el té en su casa con su fina esposa. El miércoles de esa semana, el sr. Fischer me dijo que al terminar el ensayo deberíamos pasar a la oficina del Director Titular de la orquesta, para firmar el contrato con la secretaria de esa oficina.
Subimos al tercer piso del Teatro Nacional de Weimar y llegamos a la mencionada oficina. Fui presentado con la Sra. Gensch, secretaria de la oficina.
- Así que usted es el director mexicano huésped de esta semana, me dijo. Lo felicito mucho. Los músicos están muy contentos con su trabajo.
- Oh, señora Gensch, se lo agradezco. Para mí es un tremendo honor hacer música con una orquesta tan célebre como la Staatskapelle Weimar, así como enterarme de lo que de mí comentan.
- Ah, pero no es así de fácil, me respondió.
- ¿porqué?, me atreví a preguntar.
- Pues mire: estábamos muy preocupados cuando nos enteramos que un mexicano vendría a dirigir Beethoven con nuestra orquesta: ¿en qué podría acabar eso?
Confieso que al oír eso, se retorcieron mis entrañas. Según mis informes, nunca antes (y creo que tampoco después de mí), mexicano alguno había dirigido esa prestigiada agrupación orquestal. Entonces, ¿porqué ese prejuicio despectivo y “gratuito”?
No le respondí a la tal sra. Gensch, cuyo nombre y figura, desde entonces, tengo grabada con precisión en mi memoria. El sr. Fischer, que, supongo, percibió mi sentir, entró en la conversación y apresuró a la sra. Gensch para que me entregara el contrato a ser firmado. Fischer, al ver el contrato, protestó:
- Sra. Gensch, dijo a la secretaria, no puede ser que le ofrezcan esta “bicoca” al sr. Cárdenas. Son honorarios muy por debajo de la alta calidad que nos comparte. Favor de comentar esto que digo con su jefe para que le incrementen considerablemente lo que le ofrecen.
Desde luego que tal intervención me llenó de felicidad y, de golpe, opacó la escena anterior con la tal sra. Gensch. Confieso que ni recuerdo a cuánto ascendía lo que me ofrecían; sólo recuerdo que, al final, doblaron el ofrecimiento. Por aquellos años, la moneda de la República Democrática Alemana casi no tenía valor en Occidente. No era eso lo que me importaba entonces, sino el privilegio de “medirme” musicalmente con instituciones que admiraba desde mis días de estudiante y cuya grandiosa calidad comprobé desde el primer compás de la “Pastoral”. Finalmente, gasté todo lo que me pagaron comprando partituras y porcelana, para lo que el sr. Fischer, de nueva cuenta, me ayudó para enviarlas por correo o paquetería a Ansbach y a México.
El programa con Brahms y Beethoven se presentó dos veces (jueves y viernes) en el Teatro Nacional de Weimar; fueron conciertos muy exitosos, lo cual me permitió regresar varias veces más a hacer música con esa maravillosa orquesta, conduciendo obras de Sibelius, Schnittke, Brahms, Bloch, Mahler, Saint-Saëns, y Haydn.
Fotos de mi debut al frente de la Staatskapelle Weimar, el 8 de marzo de 1985.
Recordé esta escena con la sra. Gensch cuando, hace apenas unos días, me topé en Facebook con un texto sobre la sección “México”, del campo nazi de concentración de Ausschwitz. En ese texto, se explica la razón por la que a esa sección los nazis nombraron Sección México: porque se tenía la idea de que México era un lugar sucio, insalubre, lúgubre ( https://www.ngenespanol.com/ el-mundo/por-que-una-seccion- de-auschwitz-conocida-como- mexico/amp/) En la Alemania Oriental había un número considerable de personas que añoraban la era nazi, como se ha comprobado tras la caída del muro de Berlín, con el fuerte “renacimiento” de esa ideología conocida hoy como neonazis. No sé si la ahora famosa sra. Gensch se proyectó como de esa tendencia con su, para mí, muy desagradable apreciación de lo mexicano.
El Teatro Nacional Alemán, de Weimar, con las estatuas de Goethe y Schiller al frente, quienes dejaron un huella indeleble en a cultura local y alemana.
Ciudad de Mexico; 30 de junio de 2020.
©SergioIsmaelCárdenasTamez