jueves, 11 de julio de 2024

Primera Temporada de Ópera de la Filarmónica de Querétaro (1993)

Tras haber sido recibida entusiastamente por lo queretanos (en marzo de 1992) proviniendo de su lugar de origen, la entonces FILARMÓNICA DEL BAJÍO (inició actividades el 21 de agosto de 1986, en el Teatro Juárez de la capital guanajuatense) fue "naturalizada" por el Patronato que se constituyó como soporte de la orquesta, a la que otorgó el nuevo nombre de FILARMÓNICA DE QUERÉTARO, en mayo de 1992. Apenas un año después, con el apoyo del Instituto Nacional de Bellas Artes (nos prestó las escenografías y el vestuario), se pudo presentar la Primera Temporada de Ópera, en la que descollaron brillantes solistas vocales mexicanos y dos no menos brillantes directores de escena.

La Filarmónica de Querétaro se lució por todo lo alto en esta temporada, comprobando una tremenda flexibilidad artística y una gran capacidad de aportar lo sustancial para enaltecer los tres títulos presentados.





Festival de Verano de la Sinfónica Nacional de México en Aguascalientes (1980, 1982)

 Uno de los retos que me impuse al asumir la Dirección Artística de la ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL de MÉXICO (OSN), fue el de emprender actividades de la institución fuera del ámbito del entonces Distrito Federal, buscando así darle una mayor justificación a la dimensión nacional que se implica en su nombre. En este tenor y tras gestiones que realicé de manera directa con el Gobernador Constitucional del Estado de Aguascalientes, Rodolfo Landeros Gallegos (gobernó el estado de 1980 a 1986), se pudo concretar, apenas un año después de haber asumido la titularidad de la OSN, la realización del Primer Festival de Verano de la OSN en la capital hidrocálida que, dada la avidez de la población local  de conciertos clásicos de alta calidad, resultó en un gran éxito, con nutrida asistencia a todas las actividades (didácticas, para niños, cursos magistrales, conferencias, exposiciones, etc.). En la programación sinfónica destacaron los Conciertos para Piano y Guitarra, de Manuel M. PONCE, con los brillantes solistas Guadalupe PARRONDO (piano) y Mario BELTRÁN DEL RÍO (guitarra), así como la "Sinfonía India", de C. CHÁVEZ y el "Huapango", de J. P. MONCAYO.

Allí mismo, en Aguascalientes, como resultado de esa primera edición del festival (se llevaron a cabo cuatro (4) ediciones, hasta el verano de 1983), prendió la chispa que un año después devino en el Festival de Primavera de la OSN, en la capital oaxaqueña.

Se puede observar en la programación de la Tercera Edición de este Festival, la inclusión de una de las obras más portentosas de la literatura sinfónica, "La Consagración de la Primavera", de I. STRAVINSKI, que, por cierto, tuvo una memorable exposición, conincidiendo con el centenario del natalicio del compositor.



  












martes, 9 de julio de 2024

Música mexicana en Nürnberg, Alemania (enero, 2001)

 En enero de 2001, fui invitado a presentar un concierto de música contemporánea de México en una serie de conciertos cuyo director artístico es el cornista Wilfried Krüger, en la ciudad alemana de Nürnberg. Tuve un pequeño ensamble de excelentes músicos a disposición (en su mayoría, integrantes de la Sinfónica de Nürnberg, como el propio Krüger), lo cual constituyó una garantía de la calidad musical expositora. La única condición que mencionó Krüger, es que fueran obras mexicanas de muy reciente factura.

Configuré una propuesta con obras de cinco (5) compositores: Alejandro CASTAÑOS, Rogelio SOSA, Carlos SÁNCHEZ-GUTIÉRREZ, BACA-LOBERA y de mí mismo. El concierto tuvo una magnífica recepción, incluso por parte de la crítica. De manera especial recuerdo con emoción y gratitud la excelente acogida que tuvo mi ciclo de siete (7) canciones para barítono, clarinete, viola y contrabajo, sobre otros tantos poemas de OCTAVIO PAZ, ciclo que lleva por título OIGO LATIR LA LUZ.  Destacó en esta exposición, de manera brillante, el barítono MATTHIAS VIEWEG, quien ya había tenido a su cargo el estreno mundial del ciclo un año antes en la Sala Bolívar, del Instituto Iberoamericano, de Brlín, Alemania, en el marco del Festival "El Museo como Escenario" (Schauplatzmuseum).

Sobre este ciclo, el periódico Nürnberg Nachrichten publicó la siguiente reseña/crítica:

„La sorpresa de la velada, sin embargo, fue Cárdenas mismo: como compositor. El ciclo de poemas de Octavio Paz OIGO LATIR LA LUZ, musicalizado por Cárdenas, debe ser calificado, simple y sencillamente, como sensacional. Así, más o menos, debió haber resonado en los oídos de los amigos de Schubert su VIAJE DE INVIERNO (Winterreise): algo entrañable y también increíblemente lejano. Cada canción tuvo su carácter primigenio y muy propio, perfectamente delineada, sin intentar 'hacerse simpática'. Todo es insinuado (notas que caminan descriptivamente, recuerdos de un vals, un pequeño fugato, hasta aparece un bajo en estilo jazz-combo), para, de inmediato, disimularlo. Sobre esto, la voz baritonal de Matthias Vieweg, que sin esfuerzo flota hasta en los agudos registros del falsetto: apenas se imagina uno que la poesía se pueda convertir en sonido de una manera más consistente que la que aquí se reseña.“ (Benjamín Wron, el 30 de enero de 2001, en Nürnberger Nachrichten).

Este ciclo se puede oír en:

https://www.youtube.com/watch?v=C-3QvWVTxxQ&t=1289s

Existe una grabación de la pieza de CASTAÑOS, que conduje algunos años después:

https://www.ivoox.com/sergio-cardenas-dirige-a-castanos-sintesis-audios-mp3_rf_663684_1.html


Para el programa de mano de esa fantástica velada musical, Krüger me solicitó un texto general de introducción, que aquí comparto en su versión original en alemán y en la traducción al español:

MÚSICA MEXICANA DE RECIENTE FACTURA, 

¿SIN MARIACHIS?


Por Sergio CÁRDENAS*


A menudo me sucede que cuando hablo de música mexicana en Alemania, la mayoría de mis oyentes inmediatamente piensan en los conocidos mariachis, por lo que mucha gente asocia la música mexicana, de manera automática, sólo con la música de estos grupos, una música que, por lo demás, es muy bonita. Es una pena que las expresiones musicales de las (otras) diferentes regiones de México sean poco o nada conocidas. Sobre todo, creo que es una pena que no hayamos descifrado (al menos todavía) la notación musical de los aztecas o de las otras grandes culturas prehispánicas de México, si es que tal notación existió.


Según las crónicas de los reporteros de las propias filas de estas culturas o de las filas de los españoles, esa música debió haber sido una música poderosa, emocionante y al mismo tiempo conmovedora, aunque algunos oídos europeos la consideraran simplemente ruido. Pero cuando veo el legado de los aztecas en términos de instrumentos musicales y al mismo tiempo observo la magnífica arquitectura de sus ciudades y leo los maravillosos poemas que nos han legado, me parece aún más lamentable que aún no hayamos descubierto cómo sonaba esa música.


La historia musical de México registra una interesante evolución en el campo de la composición: muy pocos años después de la Conquista, los nativos,  formados por los misioneros españoles,  ya sabían componer piezas musicales que al mismo tiempo estaban de moda en Europa: música policoral al estilo de los hermanos Gabrielli, de Venecia, por ejemplo. Durante los casi 300 años de dominio español en México, la música religiosa experimentó un desarrollo más significativo y, por lo tanto, también demostró ser “funcional”: la Conquista también se transmitió a través del Evangelio. Las crónicas de esta época dan cuenta de las pomposas celebraciones del clero católico, destacando las de las grandes catedrales de la Ciudad de México, Puebla, Oaxaca, Morelia, Durango y Zacatecas, por citar las más importantes de la época: el evangelio europeo era servido con música de manera suntuosa:  se contaba con sendas orquestas, coros y órganos. Y por supuesto, los talentosos compositores mexicanos y los importados de España aprovecharon estas excelentes oportunidades.


Sin embargo, en el siglo XIX, cuando el país se vio envuelto en muchos conflictos internos debido a su proceso de  independencia de España, el desarrollo de la composición musical se estancó un poco. Algunos de los compositores lograron llegar a Europa en la segunda mitad del siglo para continuar aquí su educación. Se prefirió a Francia porque fue el país que inspiró a México su independencia.


 Fue sólo con Manuel María Ponce (1882-1948), quien estudió en Berlín a principios del siglo XX con Martin Krause, el último alumno de Liszt, que se produjo un giro hacia adentro en la música mexicana. Lo que prevaleció sobre todo en el arte mexicano a principios del siglo XX, fue la búsqueda  por la propia identidad. Ponce fue probablemente el primer compositor mexicano que se atrevió a incorporar elementos folklorísticos en sus recitales de piano, pero también en sus propias piezas musicales. Con él se inició en el siglo XX el llamado período nacional de nuestra música. Hubo asimismo un movimiento que se ha propuso reconstruir la música de la época prehispánica; para algunos, este intento fue un primer paso hacia la "composición con fines turísticos". Pronto siguieron otros movimientos en esta dirección. Con gran apoyo del gobierno nació una música “nacional”, especialmente el huapango, también llamado son, muy preferido por los mariachis. Para varios musicólogos, este género es la “encarnación del México musical” por excelencia.


Pero desde hace casi 100 años ha habido compositores en mi país que son apasionadamente mexicanos pero que también componen “de manera diferente”, en su mayoría sin usar sonidos de mariachi. Aquí puedo, por ejemplo, mencionar a Julián Carrillo, el gran descubridor, al mismo tiempo que Aloys Haba en Europa, de la música microtonal.  O, para mí, el compositor más importante de México en los primeros 50 años del siglo XX, Silvestre Revueltas, en cuya música, como me comentó alguna vez Sergiu Celibidache, “toda el alma de México se puede escuchar desde lo más profundo de la tierra" en su música.  Entre sus obras maestras más importantes nombraría los cuatro cuartetos de cuerda y el poema sinfónico “Sensemayá”.


Manuel Enríquez (1926-1994) es el sucesor directo de Revueltas. Sus obras han sido presentadas en los más destacados festivales de música contemporánea; entre ellos,  el conocido Festival de Darmstadt, el Festival de Otoño de Varsovia, pero también, por ejemplo, las Semanas de Festivales de Berlín.

  El concierto de esta noche contará con obras compuestas recientemente. Nosotros, los cinco compositores mexicanos cuyas obras se interpretan hoy, somos todos mexicanos apasionados y, sin embargo, el elemento folclórico rara vez aparece en nuestras obras a menos que sea especificamente solicitado.  Todos reconocemos la riqueza de la música de nuestro pueblo, pero opinamos que no queremos ni consideramos necesario definirnos en lo musical de manera étnica o enfatizar con ello nuestros orígenes, especialmente cuando consideramos que la música folclórica actual es promocionada más por razones turísticas o exóticas, pero rara vez como una expresión profunda de un pueblo que canta y baila por sí mismo.

   En mi opinión, las obras que se representarán esta noche se caracterizan por su consumada elaboración, pero también por la expresividad que reside en ellas. Son obras que quieren ser habitadas porque juegan con la memoria y las capacidades perceptivas del oyente. Pero también porque dan a los artistas intérpretes mucho espacio creativo libre al fomentar la improvisación, características todas que también se dan en la música folclórica.


Me atreví a ponerle a la velada el título Macuilli Mexica. Esto significa en lengua azteca, cinco mexicanos. Tal vez debería nombrar la velada Macuilli Cuicano Mexica, que significa cinco compositores mexicanos. Cuicano es el nombre que se utiliza para los compositores en lengua azteca, náhuatl. El cuicano debía componer cada vez música nueva para los distintos festivales y celebraciones.

   Nosotros, los cinco compositores de esta velada, ya no somos aztecas: componemos, entre otras cosas, porque también celebramos nuestra existencia mexicana, una existencia con raíces profundas y con la vista puesta en el futuro; ya no buscamos una identidad sino que nos esforzamos por crear nuevas entidades en la música. 


Como escribió tan bellamente el gran poeta azteca Nezahualcóyotl: ¡Por fin mi corazón lo ha entendido: oigo una canción, miro una flor: ¡que nunca se marchiten!


*Premio Nacional de Artes y Literatura -Bellas Artes- 2021




Mexikanische Musik aus der jüngsten Zeit,

      doch ohne Mariachis?

      von   Sergio Cárdenas

 

 

   Es geschieht mir des öfteren daß wenn ich in Deutschland von mexikanische Musik spreche, die meisten  meinen Zuhörern  sofort an die bekannten Mariachi-Kapellen denken.. Somit  assozieren viele automatisch die mexikanische Musik einzig und allein mit der Musik diesen Kapellen, eine Musik die, zweifelsohne, auch sehr schön ist. Es ist nur Schade daß die musikalische Ausdrücke aus den verschiedenen Regionen Mexikos nur wenig oder gar nicht bekannt sind. Vor allem finde es aber  Schade daß wir nicht (noch nicht, auf jedem Fall) die Musik-Notation der Azteken oder der anderen großen prä-hispanischen Kulturen Mexikos entziffert haben, sollte es einer solchen Notation gegeben haben. 

    Den Chroniken von den Berichtstattern aus der eigenen Reihen dieser Kulturen oder aus der Reihen der Spanier zufolge, muß diese eine gewaltige, packende und zugleich rührende Musik gewesen sein, wenn auch manche europäische Ohren sie einfach als Lärm betrachteten. Aber wenn ich  das Vermächtnis der azteken in puncto Musikinstrumenten sehe und zur gleichen Zeit die grandiose Architektur ihren Städten betrachte und die herrliche Gedichte die überliefert worden sind lese,  um so mehr finde ich  Schade daß wir nicht wirklich erfahren können wie diese Musik wohl geklungen hat.

   Die Musikgeschichte Mexikos registriert eine interessante Entwicklung im Bereich des Komponieren: sehr wenige Jahre nach der Conquista waren die von den Missionaren ausgebildeten Indios bereits in der Lage, Musikstücke zu komponieren sowie zur gleichen Zeit sie in Europa Mode waren: Mehrchörige Musik à la Brüder Gabrielli, aus Venedig, zum Beispiel. Während die fast 300 jährige spanische Herrschaft in Mexiko hat die kirchliche Musik eine bedeutendere Entwicklung erlebt und dadurch sich auch „dienstlich“ erwiesen: die Conquista wurde auch durch das Evangelium durchgezogen. Chroniken aus dieser Zeit berichten über die pompöse Feierlichkeiten der Kirche, besonders die jennigen der großen Katedralen von Mexiko-Stadt, Puebla, Oaxaca, Morelia, Durango und Zacatecas, um die damals wichtige zu nennen: das europäische Evangelium wurde mit prächtige Musik serviert: ganze Orchestern, Chöre und Orgeln stunden da zur Verfügung. Und selbstverständlich nützten die talentierte mexikanische Komponisten und die andere die aus Spanien importiert wurden, diese hervorrangende Möglichkeiten  aus.

   Im 19. Jahrhundert aber, da das Land auf Grund ihre errungene Unabhängigkeit von Spanien in vielen inneren Konflikte geraten ist, ist diese Entwicklung der Komponisten ein wenig zu einem stillstand gekommen. Einigen der Komponisten ist gelungen, im zweiten Hälfte des Jahrhunderts, nach Europa zu kommen um sich hier weiter bilden zu lassen. Bevorzugt war Frankreich weil es das Land war das die mexikanische Unabhängigkeit

Bewegung inspiriert hatte. Erst mit Manuel María Ponce (1882-1948), der am Anfang des 20. Jahrhunderts in Berlin bei Martin Krause, der letzte Schüler Liszts, studiert hatte, hat die Wendung nach innen in der mexikanischen Musik gegeben: was vorallem herrschte in der mexikanischen Kunst am Anfang des 20. Jahrhunderts ware ein großes Verlangen nach der eigenen Identität. Ponce ist sehr wahrscheinlich der erste  Komponist Mexikos gewesen der es wagte, flokloristisches in seinen Klavierabenden einzubauen, aber auch in seinen eigenen Musikstücken. Mit ihm begann die sogennante nationalische Periode unserer Musik im 20.Jahrhundert. Darunter ist auch eine Bewegung zu finden die es sich als Ziel gesetzt hat, die Musik aus der prähispanischen Zeiten zu rekonstruiren: für vielen war dieser Versuch ein erster Schritt in Richtung "Komponieren für Turistische Zwecke“. Bald folgten die anderen Bewegungen auch in diese Richtung  und, mit großer Unterstützung der Regierung, eine „nationale“ Musik wurde geboren. Durchgesetzt hat sich vorallem der Huapango, auch Son gennante, Musikgattung, die eben von den Mariachi-Kapellen sehr bevorzugt wird. Für mehrere Musikwissenschaftlern ist diese Gattung die „verkörperung“ des musikalischen Mexikos schlechthin

   Aber auch seit fast 100 Jahren gibt es in meinem Land Komponisten die leidenschaftlicher Mexikaner sind aber auch „anders“ komponieren, meistens ohne Mariachi-Klänge zu verwenden. Hier kann ich, z. Bspl., Julián Carrillo erwähnen, der große Entdecker, zur gleichen Zeit wie in Europa Aloys Haba, der Viertel- und/oder Achtelton-Musik. Oder der für mich wichtigste Komponist Mexikos in den ersten 50 Jahren des Jahrhunderts, Silvestre Revueltas,  in dessen Musik, wie Sergiu Celibidache mir einmal sagte, „die ganze Seele Mexikos aus dem Erdeninneren zu hören ist“. Unter die wichtigsten seiner Meisterwerke würde ich die vier Streichquartetten und die symphonische Dichtung Sensemayá, nennen.

   Manuel Enríquez (1926-1994) ist der direkter Nachfolger Revueltas. Seine Werke sind bei den herausragenden Festspielen zeitgenössicher Musik gespielt worden; darunter sind die bekannte Darmstädter Festspiele, der Warschauer Herbst,  aber auch, zum Beispiel, die Berliner Festwochen.

  Im Konzert von heute Abend werden Werke zu hören sein die jüngst komponiert worden sind. Wir, die fünf mexikanische Komponisten deren Werke heute erklingen, sind alle leidenschaftliche Mexikanern und dennoch, selten kommt das folkloristische in unseren Werken vor, es sei denn es wurde ausdrucklich verlangt.  Wir alle bekennen die Reichtum der Musiken unseres Volkes, aber  wir sind der Meinung daß wir es nicht wollen und auch es nicht für nötig halten, uns ethnisch musikalisch zu definieren oder dadurch unsere Herkunft zu betonen, insbesondere wenn man heute die folkloristische Musik mehr aus turistischen oder exotischen Gründen fördert, aber selten als tiefsinnige Ausdruck eines Volkes, das für sich selbst singt und tanzt.

   Meiner Meinung nach sind die Werke die heute Abend erklingen werden  durch ihre Vollendung charakterisiert, aber auch durch die Aussagekraft die in ihnen wohnt. Es sind Werke die, sozusagen, bewohnt werden möchten weil sie mit dem Gedächtnis und mit den Wahrnemungs Fähigkeiten der Zuhörer spielen. Aber auch weil sie viel  freier Schaffensraum den ausführenden Künstlern geben in dem sie das Improvisieren fördern, alle diese Charakteristika die auch bei den folkloristischen Musiken vorkommen.

   Ich habe es gewagt den Abend der Titel Macuilli Mexica zu verleihen. Dies bedeutet in der Sprache der Azteken, fünf mexikaner. Vielleicht sollte ich den Abend eher Macuilli Cuicano Mexica, das fünf mexikanische Komponisten bedeutet. Cuicano ist der Name der in der aztekischen Sprache, náhuatl, für Komponisten verwendet wurde. Der Cuicano sollte jedesmal für die verschiedene Festen und Feierlichkeiten neue Musik  komponieren.

   Wir, die fünf Komponisten des heutigen Abends, sind keine Azteken mehr: wir komponieren, unter anderem, weil wir auch unser mexikanisches Dasein zelebrieren, ein Dasein mit tiefen Wurzeln und mit einem Blick in die Zukunft; nichts mehr nach einer Identität suchend aber mit der Bestrebung, in die Musik neue Entitäten zu schaffen. 


Wie der große aztekische Dichter Nezahualcóyotl  so schön dichtete: Endlich hat es mein Herz begriffen: ich höre ein Gesang, ich betrachte eine Blume : mögen sie niemals welken!

 

Nürnberg, Deutschland, Januar, 2021.


 Der Autor ist Dirigent und Komponist mexikanischer  Herkunft.    







miércoles, 26 de junio de 2024

Dirigiendo la Sinfónica de Viena, en la Final del Concurso Swarowski (1977)

 Fotos del Concierto Final del 1er Concurso Internacional para Directores de Orquesta "Hans Swarowski", realizado en Viena, Austria, en mayo de 1977. Entre los miembros del jurado, estuvieron Claudio Abbado, Michael Gielen, Ralf Weikert y otros. Gané el derecho de participar como finalista (el único mexicano, al día de hoy, que ha logrado llegar a la prueba final de un concurso internacional para directores de  orquesta!!!), asignándoseme la Sinfonía no. 8, en Fa-mayor, de Beethoven.

Tuve a mi disposición la magnífica Sinfónica de Viena durante 30 minutos. Esto sucedió la noche anterior al concierto final, que tuvo lugar en la Casa de Conciertos de Viena (Wiener Konzerthaus) a las 12 del día del 15 de mayo de 1977.

El audio de la exposición de esa sinfonía, está disponible en


https://www.youtube.com/watch?v=KzMT3BpBch0&t=9s 

Fue un enorme honor para mí el contar en ese concierto, con la presencia de Doña Carmen Romano de López Portillo (esposa del Presidente de México), del Lic. Juan José Bremer, Director General del INBAL, de Antonio Juan Marcos Issa, Director General de FONAPAS, de Marco Vinicio Martínez Guerrero, Director General del DIF y del Mtro. Fernando Ávila Navarro, agregado cultural de México en Viena.

No recuerdo el nombre del fotógrafo estadunidense (¿David..?)









De cuando fui Profesor de Música en la Esc. Secundaria 35, de Coyoacán (CdMx)

 En el año lectivo 1969-1970, tras haber aprobado el examen de admisión, fui contratado por la SEP para fungir como Profesor de Música en la Escuela Secundaria No. 35, ubicada en la Calle de la Corina 93, Col. del Carmen, de Coyoacán, Ciudad de México. Cuando empecé, contaba yo 18 años de edad. Los alumnos de los grupos que me asignaron, rondaban los 15 años de edad. O sea: el asunto de la disciplina era un verdadero calvario. En uno de aquellos lunes en los que se rendían honores a la bandera, para el que todo el alumnado y profesorado nos dábamos cita en el enorme patio de la secundaria, se apareció por ahí el inspector de música que enviaba la Dirección de Música Escolar del Instituto Nacional de Bellas Artes. Se trataba del violista Abel Eisenberg, a quien conocí ese lunes. La directora del plantel le pidió a Eisenberg que condujera el Himno Nacional, desde el balcón del primer piso, donde nos habían colocado a los profesores. Eisenberg lo intentó, pero nomás no le respondió la comunidad. Acto seguido, Eisenberg me pidió que me encargara de ello y ¡sí funcionó!  Me encantó comprobar que los cientos de alumnos y profesores me siguieran, logrando que el Himno se cantara de manera exitosa, lo cual, a decir verdad, me emocionó mucho: fue algo así como un empujón en mi desarrollo como director musical, una especialidad de la que yo, por aquella época, ni siquiera había tomado conciencia.

Salvo esa situación y una más que describiré en otra ocasión, no recuerdo nada más de lo que viví en ese año lectivo en el que me estrené como servidor público en el Gobierno Federal de México.




Documentos de mi contratación en el Mozarteum, de Salzburgo, Austria (1975-1978)

 






Un Diplomado en Dirección Orquestal, en Querétaro, Qro (México)

Con el apoyo de la Facultad de Bellas Artes, de la Universidad Autónoma de Querétaro, y con la colaboración de la Camerata de la Filarmónica de Querétaro, tuve la primera oportunidad de impartir un Diplomado en Dirección Orquestal en instalaciones de la mencionada Facultad. Participaron jóvenes músicos provenientes de Zacatecas, Morelia, Ciudad de México, Estado de México y Querétaro. Los conciertos de clausura del diplomado tuvieron lugar en los hermosos templos queretanos de Santa Clara y de Santo Domingo, en el centro histórico de la capital queretana. Aún agradezco a las instituciones que patrocinaron este diplomado por haberme brindado esta magnífica oportunidad.






lunes, 24 de junio de 2024

LLANTO, in Memoriam RUFINO TAMAYO



LLANTO es un Collage para orquesta sinfónica. Lo compuse en Banff, Alberta, Canadá, el 18 de septiembre de 1998, por encargo del Gobierno del Estado de Oaxaca, México, In Memoriam Rufino Tamayo. 


La pieza fue estrenada, con mi conducción musical, el 6 de febrero de 2011, en el Teatro Hinojosa, de Jerez, Zacatecas, en el marco de SURCO, Jornadas Nacionales Candelario Huízar de la Música Mexicana de Concierto, con la participación de la Filarmónica de Zacatecas.







jueves, 20 de junio de 2024

Monumento a Mozart, en Irapuato, Gto (México)

 



Pocos meses después de que la FILARMÓNICA DEL BAJÍO iniciara actividades (concierto inaugural: 21 de agosto de 1986), se organizaron en distintos municipios guanajuatenses las Asociaciones de Amigos de la Filarmónica del Bajío, A. C.. Esto sucedió gracias a la iniciativa del irapuatense Dr. Armando Sandoval Pierres, Profesor en la Universidad de Guanajuato. Los municipios en los que esas asociaciones fueron configurados, eran Guanajuato Capital, León, Irapuato, Celaya y San Felipe.
Esas asociaciones desplegaron una actividad muy destacada en la promoción de la actividades de la FilBajío, que desempeñaron con entusiasmo y dedicación, aportando de manera notoria el acercar cada día a más personas a los conciertos de la orquesta, que, en promedio, acaecían cada dos semanas en esas ciudades. La FilBajío no sólo "surtió" musicalmente a las ciudades mencionadas, sino que también desplegó sus fértiles sonoridades en otros tantos 20 municipios del Estado.
Una de las asociaciones más entusiastas y activas, era la de Irapuato. La orquesta se presentaba cada dos semanas en el Templo del Convento, que en general registraba llenos con un público respetuoso, entusiasta, atento y agradecido.  En el año 1991, coincidiendo con el bicentenario luctuoso de MOZART, a propuesta mía, la Asociación de Irapuato promovió el proyecto encaminado a rendir homenaje al genio de Salzburgo, lo cual se logró, con el apoyo del H. Ayuntamiento, con la develación del busto del compositor, colocado sobre un pedestal, en una de las calles del centro de la ciudad. No recuerdo a quién se encargó la elaboración del busto.
La develación tuvo lugar justo el día del bicentenario luctuoso, el 5 de diciembre de 1991, antes de que la FilBajío se presentara en el Club Campestre de la ciudad brindando un concierto dedicado en su totalidad a obras de Mozart.
Me alegra y emociona mucho que ese monumento en Irapuato, se mantenga aún ahí donde se erigió hace ya más de 33 años.







Fotos cortesía de Gerardo Martínez jr.

domingo, 16 de junio de 2024

Lo que yo regalo el día de mi cumpleaños

 


Es práctica común el que el día del cumpleaños de un ser querido, la persona cumpleañera reciba regalos de sus parientes, amigos, colegas, etc. Hace 28 años, residiendo aún en la capital guanajuatense, decidí que para celebrar mi cumpleaños de ese 1996, sería yo quien diera el regalo. La historia de esa donación puede ser leída en



https://onomatopeyadeloindecible.blogspot.com/2019/06/con-una-intensidad-cautivadora.html 


Las obras de los creadores artísticos son regalos que el artista creador hace al mundo, al patrimonio artístico de la humanidad.  Así, el artista dona algo que no existía.


En 2024, he decidido volver a la práctica de 1996: concluí el sábado 15 de junio, la composición de EMITTE SPIRITUM TUUM, para coro mixto a Capella, sobre un texto tomado del Salmo 103:30, en la versión de la Vulgata Latina. Esta pieza constituye mi regalo al mundo,  al acervo coral universal, en ocasión de mi cumpleaños (17 de junio).


Es mi manera de desearme ¡Feliz cumpleaños!













domingo, 9 de junio de 2024

QUIERO SENTIR CÓMO ME ESCUCHAS.


QUIERO SENTIR CÓMO ME ESCUCHAS,


por Sergio Cárdenas*



Por ahí leí alguna vez que (atribuían la autoría a John Lennon):  “la música es eso que suena mientras hacemos algo más importante”; se trata de una aseveración que refleja, en mucho, el comportamiento contemporáneo ante el acto de escuchar. De alguna manera lo he corroborado en mis andanzas cotidianas, recorriendo calles, plazas, jardines, etc.; en especial en las plazas notamos algo así. Cuando radiqué en la ciudad de Guanajuato, mis visitas al Jardín de la Unión, en el centro de la ciudad,  me enfrentaban con un territorio minado por grupos musicales de variada índole. Frente al Hotel Santa Fe,  se apostaba un mariachi , apenas unos pasos de ahí, un trío huasteco o de la  Sierra Gorda queretana; al otro extremo de la plaza, otro mariachi emitía con enjundia su música bravía; por otro lado, un trío romántico del corte de Los Panchos, deleitaba a sus clientes; enfrente, se manifestaba la Estudiantina universitaria, con su tradición españolizante.  En fin, aquello era una algarabía que, en su simultaneidad, devenía demasiado compleja y daba por resultado que aquellas “músicas”, se aniquilaban unas a otras y, por lo tanto,  provocaban que me desconectara de esos fenómenos audibles de inmediato: me era imposible registrar lo que cada grupo exponía, y peor aún, que algo de lo que tocaran o cantaran, lo pudiera yo asimilar en su justa y propia dimensión de una manera que emocionalmente tuviera algún significado para mí. Por si todo eso no hubiera sido suficiente, de repente pasaba por ahí algún chavo con su reproductor portátil y nos imponía algún rock trasnochado, o un jazz inglés o algo similar. Los oyentes, estaban todos concentrados en sus propios “chismes” o reflexiones, en el comentario social o el político, en la “grilla” o en la ilustración histórica: en eso se concentraban, esa era su prioridad y, así, el fenómeno auditivo del momento, que sucedía “por allá”, al borde de lo consciente, perdía su significado original y de toda índole. 


                                                      El Jardín de la Unión, de Guanajuato, Gto.


Apenas unas semanas atrás, me contaron de una maratón musical (así le llamaron) en el que participaron alrededor de una veintena de grupos instrumentales y vocales, de diversas formaciones y provenientes  de regiones tan remotas como el corazón de África o Asia. Ninguno de esos ensambles se presentó de manera simultánea con otro y cada uno participó alrededor de 25 minutos. Pregunté a quien me compartió esa experiencia, qué tanto recordaba, cuando ya estaba escuchando el grupo número dieciocho, de lo que había ofrecido el segundo grupo y si algo de lo ahí expuesto (alguna melodía, algún texto, algún ritmo) se había “anidado en su corazón” por mor de su fuerza expresiva o de su buena factura. “Nada”, fue la respuesta, a lo que yo pregunté cuál podría haber sido el sentido o justificación para haber estado ahí, a lo que en tono similar, me contestó “ninguna”. Comenté que vivencias como la reseñada, me parecían formas de escape, de alejar de uno mismo cualquier atisbo de realidad o de interioridad, que se trataba de algo que tenía como único propósito, el distraer a los asistentes de sí mismos a través de vivencias audibles aportadas por culturas autodenominadas “indie” o de resistencia (¿ante qué?) provenientes de diversos continentes, para que el “entretenimiento” no aburriera. Es decir,  nada de lo ahí ocurrido  (sucedió al aire libre en un paraje atractivo  al sur de la capital mexicana)  había quedado grabado en sus corazones de tal forma que a la vuelta de los días, pudiera surgir de forma espontánea en su memoria emocional o, al menos, geográfica , o que la vivencia musical los hubiera “marcado” de manera tal, que habría dejado una huella indeleble en su espíritu. Al parecer, lo prioritario no estuvo en escuchar la (supuesta) música, sino estar en el alboroto, al aire libre, junto a (miles) de personas que estaban ahí en las mismas condiciones. Además de esa inutilidad, todo había contribuido (quizá, gozosamente) a enriquecer el bolsillo de los organizadores del “numerito”, al que asistieron gente de los USA, Canadá, México, Centroamérica, etc.


                                                     La Gran Sala de la Casa de los Festivales,
                                                                    de Salzburgo, Austria.


En otro texto, me he referido a una vivencia inolvidable que tuve en la Gran Sala de la Casa los Festivales de Salzburgo (Austria), sala que tiene una capacidad para más de 3,000 personas. En la ocasión referida, la Filarmónica de Berlín, conducida por von Karajan (1912- 1989), exponía un programa que se inició con el Divertimento KV 287, de Mozart (1756-1791), cuya pieza central es un Adagio, de cadencia lenta. Esa exposición, a más de cuatro décadas de acontecida, aún la recuerdo de manera vívida, elocuente, altamente expresiva, emocionante. Es cierto que hay asistentes a ese prestigiado Festival que van como resultado de una exigencia de status social. Pero es igualmente cierto que la gran mayoría lo hace por la exigencia personal de contar con vivencias únicas, de (quizá) incalculable valor artístico que forman parte de la oferta del Festival. La vivencia en cuestión, vivencia en la que la música (aquí sí lo era) no se oía por ahí  mientras se hacía algo más importante, era la prioridad, la importancia misma. El Adagio referido se cuenta entre lo más sublime (Sublime, escribió I. Kant en 1764 en sus Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabenen (Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y sublime),es aquello en comparación con lo cual todo lo demás es pequeño.”) compuesto por Mozart. Y ahí, en su tierra natal, los filarmónicos berlineses y von Karajan, desde que dio inicio el Adagio, fueron ocupando nuestro espíritu, nuestra respiración y el espacio mismo de manera tal que al finalizar (tiene una duración aproximada de 14 minutos), todos los que estábamos ahí exhalamos la respiración contenida con un notorio “Ah…”, como si nos estuviéramos desinflando, lo que reflejaba el grado de profundidad y vivencia que habíamos tenido durante la exposición de esa mágica pieza, que recorre un amplio espectro de territorios expresivos, un amplio espectro de las posibilidades (graves y agudas) de la tesituras instrumentales, que manda, que exige una disposición  exquisita, precisa, fina, sensible, siempre expresiva de exponerla… ¿y también de oírla?


Cuando asistimos a un concierto clásico, ¿cómo escuchamos? ¿Qué escuchamos? No han sido pocos los comentarios que he escuchado en ese contexto, comentarios que oscilan entre la frivolidad y la profundidad, que son, ambas,  válidas. “¿Oíste el pianissimo que consiguió el director de la orquesta?”; “¿qué te pareció el Do-agudo del tenor?”; “¿notaste el temperamento del director, cuya melena terminó despeinada?”… y así por el estilo. Otros comentarios pretenden manifestar la capacidad analítica del oyente: “creo que no se logró transmitir el proceso formal de la pieza: su clímax pasó desapercibido!”; “la solista en el concierto para piano, sólo aplanó teclas, no “le sacó” sonido al piano”; “las cuerdas se manifestaron cuidadosas, pero lo metales sólo “echaron montón”.


Desde décadas me pregunto eso, ¿cómo oímos cuando asistimos a un concierto de música clásica, sea orquestal, de cámara o de un solista? ¿Se trata de un entretenimiento? O ¿de un encuentro con la música? O ¿de un descubrimiento musical? Quizá antes deberíamos preguntarnos porqué asistimos a un concierto y si, en caso positivo, lo hacemos con la disposición a la escucha como una acción creativa. Mi convicción es que uno, como oyente, al asistir a un concierto clásico, debe asumirse como una página en blanco sobre la que la vivencia sonora que se escucha, empieza a narrar, a "escribir"  su historia. Claro es que habrá tantas historias como oyentes en el concierto, pues, con seguridad, no habrá dos personas entre el público que tengan de manera exacta el mismo marco musical de referencia.  Mi propuesta es que el oyente no debe intentar "entender" (lo que sea que eso signifique) lo que escucha pues, como ya lo decía T. S. Elliot en relación con la poesía: "la poesía comunica aún antes de ser entendida". Y así la música, liberada del yugo de la palabra, demanda la apertura auditiva para que uno entre en esa vivencia inmersiva del sonido y este, a su vez, ocupe nuestro interior: vivenciar, no entender, pues. En no pocos recintos se ha vuelto tradición el invitar al público a asistir a las conferencias de apreciación musical que se ofrecen antes de iniciar un concierto. Tengo para mí que esas acciones, si bien ayudan a acercar a los artistas con el público asistente y, de alguna manera, ubicar el contexto histórico, geográfica o político de las páginas musicales en referencia, no garantizan que, en efecto, sean de ayuda eficiente en la escucha musical. Con frecuencia, se toca de manera opuesta a la que se mencionó en la conferencia.



Una de las piezas musicales que plantean alta exigencia auditiva al público, es la maravillosa “Gran Fuga”, op. 133, para cuarteto de cuerdas, de  L. v. Beethoven (1770-1827). Su exposición demanda semanas de preparación individual y en el ensamble; los cuerdistas requieren de total concentración para lograr compartir atisbos de la grandeza de esa tremenda obra. Un crítico escribió que “era tan incomprensible como la lengua china”! Pues bien: se refiere con frecuencia que el público vienés es un público culto, versado en la música clásica y que Beethoven es “de los suyos”. Cuando este portento se estrenó en Viena en 1826 (un año antes de la muerte de Beethoven), el público asistente, todos de la así llamada nobleza, fue abandonando la sala a poco de iniciar la exposición. Al terminar la obra, sólo en encontraban en la sala,  los integrantes del cuarteto expositor y Beethoven. Esta poderosa pieza no es de las que, digamos, “acarician” el oído con dulzuras melódicas, etc., sino que nos convoca a escuchar a profundidad,  a escuchar con atención, concentrando nuestros pensamientos y nuestro espíritu en lo que la obra “nos va diciendo”, es decir, no permitiendo que esa música suene mientras estamos pensando o imaginando algo “más importante”. Creo poder imaginar a los nobles asistentes al concierto de estreno de este cuarteto, profundamente decepcionados por encontrarse con que tenían que concentrarse a fondo escuchando la obra.


No han sido pocas las vivencias con las que la vida me ha privilegiado escuchando conciertos en los que su veracidad, su intensidad, su sensibilidad expresiva, por la congruencia expositiva y la contundencia de esa exposición, generaron en mí una energía empática con los expositores y con la obra misma. Esas vivencias devinieron en vivencias beatíficas. So pena de quedar en deuda al no mencionar algunas, me referiré a varias de ellas:


En el verano de 1973, recién llegado a Alemania (Munich), vi anunciados recitales de canto con dos de mis favoritos liederistas del momento: Hermann Prey (1929-1998) y Dieter Fischer-Diskau (1925-2012). Los recitales tuvieron lugar en la Sala Principal del Teatro Nacional, de Munich. Prey adquirió mucha fama cantando el “Fígaro”, de “Le Nozze di Figaro”, o el “Papageno”, de “Die Zauberflöte”. Desde el primer momento se nos mostró tal cual lo conocíamos: bonachón, desenfadado, irradiando calidez. Dedicó su recital a las baladas de Karl Loewe (1796-1869), que me descubrieron una intimidad musical finamente manifestada, lo que el público apreció de manera justa: tan arrobado y eufórico estaba, que “obligó” a Prey a brindarnos ocho (8) “encores”. Agradecí a la vida con tremenda emoción el haber estado ahí, aunque haya sido en la última fila del tercer piso. Con cada balada expuesta por Prey, mi corazón se regocijaba y se ensanchaba, sentía como si ese magnífico barítono estuviera cantando todo eso para mí.


Pero luego siguió Fischer-Diskau, en el mismo recinto, uno o dos días después, también ante una sala abarrotada. Para entonces, a mis 22 años, este ícono liederista alemán ya lo consideraba un símbolo del ideal de cantante. Fischer-Diskau había ya brillado como cantante en un sinfín de óperas y ya era muy reconocido como uno de los grandes liederistas de la historia. Ofreció un programa variado y exigente, con canciones (lieder) de algunos de los más conspicuos representantes del romanticismo alemán, a saber: Schubert, Brahms, Wolf y Schumann, en todo momento con rigor musical, con impecable dicción, con una entonación inmaculada, desplegando seriedad, una modulación vocal que parecía contener el universo mismo, que ora lo escuchaba junto a mi oído y luego a la distancia como si me hablara desde la eternidad. El público explotó en atronadores aplausos, incluso de pie, y ni sí logramos convencer a Fischer-Diskau que nos regalara algún “encore”. Recuerdo muy bien que salí de ese concierto casi levitando, tan emocionado me encontraba de haber vivenciado un concierto que me confirmaba porqué Fischer-Diskau era mi ”ídolo” del momento. En ninguna de estas vivencias, la música sucedió mientras yo hacía algo más importante.


En la primavera de 1977, viajé a Londres con mi muy querido amigo Claudio Maria Perselli (QEPD). Compartíamos el entusiasmo y el interés por asistir a todos los ensayos y algunos de los conciertos conducidos por Sergiu Celibidache (1918-1996) al frente de la London Symphony Orchestra, organismo al que retornaba tras haber estado ahí un cuarto de siglo antes. El programa: Suite Iberia (Debussy, 1862-1918), Tres Danzas de Petrushka (Stravinski, 1882-1971) y la Cuarta Sinfonía, de Brahms (1833-1897).


                                                                   Sergiu Celibidache


Ya en el primer ensayo nos percatamos de la enorme tensión que generó Celibidache con la orquesta, en especial porque tras los primeros noventa minutos de ensayo, el Maestro apenas había logrado ver unos 30 compases del segundo movimiento de Debussy. Y después del descanso, las cosas no “mejoraron”: tras sesenta minutos, Celibidache apenas llegó a la tercera o cuarta variación del cuarto movimiento de la sinfonía. El desasosiego entre los atrilistas era muy notorio:  “¿cómo es esto posible si este repertorio lo tocamos con mucha frecuencia?”, comentaban. Para colmo, el Maestro se dirigió a los atrilistas al término del ensayo. Entre otras “linduras”, comentó: “Cuando fui invitado a dirigir estos conciertos, me informaron que estaría yo trabajando con la mejor orquesta de Londres; tras escucharlos a ustedes hoy, no quiero ni pensar cómo han de estar las otras orquestas.”


De inmediato se armó una “revolución”: el  representante de los atrilistas convocó ipso facto a una asamblea en la que, tras enconadas deliberaciones, se acordó cancelar todos los conciertos con Celibidache. Al ir a informar al respecto al empresario que había llevado a Celibidache, recibieron la respuesta. “Pues como ustedes digan. Sólo aclaro que si deciden cancelar los conciertos, me tienen que pagar el costo del boletaje de los siete conciertos programados con el Maestro, conciertos cuyo boletaje está vendido en su totalidad, y demás gastos.” Tan seguros como estaban de su decisión original, se dijeron: “pues así por la buena, sí tocamos.”


Lo cual nos regocijó mucho. A partir del segundo ensayo, ya con la orquesta en mejor disposición, empezamos a ser testigos de una transformación sonora y musical  como pocas veces lo he atestiguado. El Maestro moldeaba el sonido, corregía arcadas, articulaciones de los alientos, los instruía sobre la fenomenología musical, con gran pasión abordaba las sutilezas de Debussy, lo circense de Stravinski y la gran línea, adusta y severa, del sinfonismo alemán encarnado por Brahms. Cuando finalmente pudimos escuchar en concierto el resultado de ese trabajo meticuloso y entregado de Celibidache, me dije: “Es la primera vez en mi vida que puedo decir que he vivenciado un concierto con “todas las de la ley.” Aún permanecen en mi memoria muchos de los momentos de esos históricos ensayos y concierto. Lo verdaderamente importante fue que la música la oímos, la escuchamos como lo más importante del acontecer en ese momento. Fue, en efecto, una vivencia beatífica.


Alguna vez escuché en la Gran Sala de la Fundación Mozarteum, de Salzburgo, Austria, en un estado de humildad, admiración y devoción, al gran pianista Friedrich Gulda (1930-2000) ofrecernos, de memoria, los dos tomos del “Clave (teclado) bien temperado”, de J. S. Bach (1685-1750). Toda una proeza, sin duda alguna. Gulda (quien había tenido como su única alumna a Marta Argerich), hilvanó con toda finura los Preludios y la Fugas de ese poderoso portento de la composición musical. Se mantuvo pianístico en todo momento (nunca fue un simple aplana-teclas), con ejemplar sobriedad expresiva, con una transparencia que nos permitía distinguir cada una de las voces de las piezas, manifestándose lírico o, incluso, religioso, cuando así lo inducían las piezas, o desplegaba tremendo virtuosismo con exquisitez. Recuerdo bien que tras la segunda velada (una para cada uno de los tomos), varios compañeros del Mozarteum, alumnos y profesores, nos encaminamos a comentar, con mucha admiración y arrobamiento, lo que Gulda nos había brindado, lo cual acompañamos con la típica Wein Schorle, que es una bebida de vino mezclado con gaseosa, muy popular en la región.


                                                                     Friedrich Gulda


En junio de 1981, tuve el privilegio de dirigir el Coro y la Orquesta de la Radio Nacional Polaca, de Cracovia, Polonia. Pude tener varios ensayos con el muy magnífico coro, lo que había sido una de mis peticiones: nos las teníamos que ver con el poderoso “Un Réquiem Alemán”, op. 45, de J. Brahms (1833-1897), que es una de las piezas “más cercanas” a mi corazón. Con el coro y con la orquesta traté de trabajar con el mayor detalle musical, es decir, no de manera mecánica. El concierto que brindamos en la Sala de Conciertos de la Radio, también ha sido uno de los más memorables para mí. Además, estaba yo muy emocionado de contar con la colaboración de uno de los grandes barítonos polacos: A. Hiolski, a quien ya había yo podido admirar durante mi época de estudiante en los USA, cuando participó en las grabaciones y conciertos de “La Transfiguración de Nuestro Señor”, de Olivier Messiaen (1908-1992), en Washington, DC, en 1973. Al terminar el concierto en Cracovia, muchas personas del público pasaron a felicitarme al camerino. Veía yo por ahí, un tanto rezagada, a una señora que me pareció ya entrada en años. Se esperó para ser la última en felicitarme. Se acercó a mí y se fue directamente a tomar mis manos entre las suyas: llorando con mucha intensidad, empezó a besarme las manos  a la vez que decía no sé qué. Me acompañaba en ese proceso el gerente de la orquesta. Yo, que ante la emoción manifestada por la señora, apenas podía articular palabra, le pedí que, por favor, me tradujera lo que decía la señora: “Que está profundamente agradecida con lo que sus manos han hecho esta noche con Brahms.”  Y la señora seguía llorando y besando mis manos, ya no recuerdo por cuánto tiempo. Lo que sí recuerdo es creer haber sentido la intensidad energética de la señora al manifestar la conmoción que “Un Réquiem Alemán” le había causado. En cierto momento, dejó mis manos, me abrazó y se despidió. Fue otra experiencia beatífica.



En la primavera de 2024, compuse mi segundo cuarteto para cuerdas. Durante el proceso de composición, que duró alrededor de tres semanas, estuve involucrado con intensa emoción en la escritura de cada una de las voces, buscando respetar en todo momento su veracidad, su autonomía, la expresividad con la que esa veracidad debería (idealmente) de exponerse, rescatando la identidad sonora de cada uno de los instrumentos, buscando una escritura que, de manera inevitable, llevara a los integrantes del cuarteto, a “vérselas” con la veracidad emocional en la obra. Me cuestionaba constantemente si  el público que estuviera en el estreno de la pieza, no haría lo mismo que hizo el que asistió al estreno de la “Gran Fuga” beethoveniana. Si eso llegara a pasar, ¿cómo habría yo reaccionado? A la par de esas elucubraciones, pasé mucho tiempo en la búsqueda de un título para la pieza. Al involucrarse como oyente con la obra, el oyente experimenta que algo sucede en su interior energéticamente, que algo le “mueve”, que la vivencia auditiva le provoca que abra bien sus oídos para que se pueda involucrar, que aunque se encuentre sentado entre el público, esa vivencia deviene (debe devenir) en una en la que tiene la sensación de que se trata de algo muy personal, muy adentro de sí mismo, muy conmovedor y cautivador. 


                                                              Página 17 del manuscrito de

                                                 "Quiero sentir cómo me escuchas"


En suma, anhelo con fervor que la asistencia a un concierto de música clásica, aunque haya sido compuesta en fechas recientes, devenga en una vivencia que deja huella en la memoria y corazón del oyente, una vivencia que demuestre que pese a su fugacidad, la música no es un simple objeto de consumo de naturaleza desechable sino que es una expresión con tremenda carga de veracidad y energía que deja una huella poderosa en nuestras vidas, lo que convierte a esa fugacidad en un atisbo de eternidad. Confío en que el oyente ha estado ahí en respuesta a una exigencia interior, a una necesidad de llenar sustancialmente oquedades emocionales que nos causa la cotidianidad.


Después de recurrir a varios títulos ( mi obsesión por definir este punto, hacía que algunos de esos títulos  me aparecieran en sueños), finalmente me decidí por “Quiero sentir cómo me escuchas”, porque, en efecto, es lo que deseo con fervor. 


                                                            Sergio Cárdenas, en 2023



(C)SergioIsmaelCárdenasTamez; Ciudad de México, el 9 de junio de 2024.


* Premio Nacional de Artes y Literatura 2021 (Gobierno de México); Premio Nacional de Arte y Cultura Eduardo Loarca Castillo (Universidad Autónoma de Querétaro);  Doctoratus honorem (Conferencia Internacional de la Comunidad Universitaria); Premio Nacional de Arte y Cultura, 2023  (Mil Mentes por México Internacional).