Anillo “recuperado” tras un cuarto de siglo,
por Sergio Cárdenas
La fecha central del episodio del que me ocuparé aquí, es la del 14 de agosto de 1997. A las 22:00 h de ese día, en la Ciudad de México, sobre la Av. Paseo de la Reforma, justo frente al Hotel Four Seasons, fui víctima de un asalto bastante violento.
Debo reconocer que mi estado de ánimo en ese entonces, no era del todo positivo: apenas unas semanas antes, a principios del anterior mes de julio, había yo decidido renunciar a la Filarmónica de Querétaro (que había fundado en Guanajuato, Gto, como Filarmónica del Bajío, en 1986); el día 18 de ese mismo mes, mi padre falleció en Cd. Victoria, Tam.
Dado que para esa fecha ya tenía yo un buen número de poemas de Rilke (1) traducidos al español, me comuniqué con un amigo que poco antes había asumido la dirección de un proyecto editorial y le pedí una cita para plantearle la posibilidad de que publicara mis traducciones y, quizá, pudiera yo recibir por ello alguna remuneración. Quedamos de vernos en el bar del mencionado hotel aquel fatídico día. Así, llevaba yo mis traducciones debidamente fotocopiadas y engargoladas.
Para llegar a la cita acordada, decidí tomar un taxi, que resultó ser un Vocho, tan populares por esos días. Al llegar al hotel, abrí la puerta del Vocho, puse un pie en la calle y procedí a buscar el dinero para pagar al taxista. En esas estaba, cuando dos tipos, elegantemente vestidos (iban trajeados), se acercaron al Vocho y me propinaron una golpiza, ordenando que me regresara al Vocho; también golpearon al conductor del Vocho y lo amenazaron. Me regresaron al asiento (trasero) del Vocho, se sentó cada uno de ellos a mis lados (yo en el centro, claro); el que iba a mi derecha sacó una pistola con cuyo cañón, a partir de ese momento, presionó la parte lateral derecha de mis costillas y me advirtió que al menor movimiento “sospechoso” de mi parte, jalaría el gatillo. Del conductor se encargaba el que se sentó a mi lado izquierdo: le golpeaba la cabeza y le ordenó que arrancara obedeciendo sus instrucciones sobre cuál ruta seguir.
El de mi derecha, por su parte, también golpeó mi cabeza, me ordenó que la agachara, que cerrara los ojos y que no hablara. El cuaderno con mis traducciones rilkeanas, lo puse en mi regazo ya que no lo podía sostener con mis manos pues me ordenó que pusiera mis brazos de manera paralela a mis piernas. Fueron momentos de tremenda tensión para mí, más aun pensando en lo que justo había yo vivido un mes antes.
Empezaron entonces a interrogarme: que de dónde era, que a qué me dedicaba (les dije que era profesor de idiomas!!!), que si estaba yo casado y tenía familia (les dije que sí, que tenía una niña de cinco años!!!), etc. En eso estábamos, cuando el que se sentó a mi izquierda, tomó el cuaderno con las traducciones y lo empezó a hojear (y a ojear!). Cuando leyó el nombre de Rilke, exclamó:
- ¡puta, un idiota!!! Se enamoró de Lou Andreas Salomé, una pinche vieja que andaba con Nietzsche y con Schopenhauer: si habrá sido un pendejo!!!
Yo me quedé perplejo al comprobar la enorme cultura de esos ladrones, tan enterados de los vericuetos de las vidas de filósofos y poetas alemanes: ¿cómo compaginar sus habilidades como ladrones con sus conocimientos de la cultura alemana, que no es precisamente del dominio público???
Recordé, entonces, algo que había leído en la prensa unos meses antes: a principios de diciembre de 1996, el entonces Gobernador de Jalisco, en compañía del Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, habían inaugurado la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que, como sabemos, es de las más importantes a nivel mundial y que, año con año, atrae a connotados escritores y editoriales de todo el planeta, en especial del mundo de habla hispana. La reseña de prensa, informando sobre esa inauguración, dio cuenta de un, a mi parecer, bochornoso episodio: algún periodista preguntó al Gobernador jalisciense cuáles eran sus autores preferidos, a los que el susodicho respondió, según fue reseñado:
- ¿Autores? ¿Cómo que autores? Nunca he leído un libro en mi vida, ¡no sé porqué y para qué existen los libros!!!
Y ahí, en el asiento trasero del Vocho, me preguntaba: ¿en qué país estoy? ¿Cómo es que las máximas autoridades están orgullosas de no leer libro alguno y en la calle, los ladrones, conocen incluso las vidas privadas de los filósofos y poetas alemanes más deslumbrantes????
Mientras sucedían todas esas “linduras”, los elegantes ladrones me fueron desvalijando y al taxista lo traían mareado dando vueltas por todos lados, seguro que para destantearme. Me quitaron la tarjeta de crédito, también el efectivo que traía (habrán sido unos cuatrocientos pesos), una corbata Ferragano que me habían regalado y que justo estaba estrenando esa noche, y mi anillo de oro puro que me había patrocinado mi tío Baldemar (hermano de mi madre) cuando terminé mis estudios en el Departamento de Música Sacra del Seminario Teológico Presbiteriano de México, con sede en Coyoacán.
No sé si yo sea muy fetichista, pero el hecho es que le tenía mucho “cariño” a esa anillo. Recuerdo que lo había yo mandado hacer con un joyero del rumbo de Santo Domingo, en el Centro Histórico de la capital mexicana. Lo cobraron, según recuerdo, en quinientos pesos. Ese anillo me recordaba la hermosa época que viví en Coyoacán mientras cursaba los estudios de música sacra y, a la vez, los de preparatoria, que los hice en la ENP No. 6 (UNAM). Pero el anillo tenía unas inscripciones esenciales: en el centro, en relieve, la clave de Sol (o de violín, como también la conocen algunos); también se leía en él “Departamento de Música Sacra”; además, las siglas STPM (Seminario Teológico Presbiteriano de México), mis iniciales SICT y los años 1967-1969, años en los que coincidían los estudios en la preparatoria y en el seminario.
Fue en esos años cuando sucedieron cosas muy importantes en mi devenir musical: había yo empezado a estudiar formalmente música (¡con 10 años de retraso!); asimismo, había tenido la grandiosa oportunidad de dirigir un coro (el Coro Horeb, de la congregación homónima en la Col. 20 de Noviembre, que asumí cuando contaba apenas ¡15 años de edad!!!), había yo aprendido mucho de los magníficos profesores que entonces eran las estrellas del firmamento musical de la Iglesia Presbiteriana y que contaban con una depurada formación profesional: el Prof. Óscar Rodríquez y su esposa Bárbara; el Rev. James McKaughan y su esposa Dorothy, fueron mis principales enseñantes, a quienes recuerdo con invariable cariño y agradecimiento. También en esos años había yo vivido significativas experiencias en giras con el Coro del mismo departamento de música del seminario y otros formados por el Prof. Rodríguez. Recuerdo, vívidamente, la prolongada gira que hicimos por los estados de Tabasco y Chiapas, en la que experimentamos no pocos momentos conmovedores en comunidades ante las que jamás se había presentado un coro que, por si eso no fuera suficiente, incluía en su programa obras de los polifonistas del Renacimiento y del Barroco europeos, así como Negro Spirituals y otros himnos, programa al que que esas comunidades reaccionaron siempre con entusiasmo y agradecimiento. El en Culto de Graduación del STPM, realizado en el Templo “Príncipe de Paz” (Calle de Humboldt), se estrenó mundialmente una obra musical de mi autoría: el motete “Sálvame, Dios de Amor”, para coro mixto a Capella, que yo mismo conduje y que constituyó la primera ejecución pública de una obra de mi autoría; esto sucedió el 29 de junio de 1969.
Así, pues, el anillo de entonces evocaba todas esas vivencias y otras no menos significativas, razones por las que le tenía yo mucho “cariño” al anillo.
Pero los “cultos” ladrones ya le habían puesto el ojo y me ordenaron que se los diera. Puesto que durante ese día yo había estado caminando varias horas, ya los dedos de mis manos se habían hinchado ¡y el anillo no me lo podía quitar!!!
- “Pues si no te lo puedes quitar, tendremos que cortarte el dedo”, me dijeron los rufianes muy quitados de la pena.
Les pedí, entonces, que buscaran en la bolsa izquierda de mi pantalón, un tubito de crema Labello, para labios, pensando que si la untaba alrededor del anillo, ya se podría sacar el anillo. Por fortuna, así sucedió y ya no hubo necesidad de que me cortaran el dedo.
Tras unos 30 minutos de traerme “paseando” por la ciudad y después de habernos detenido ante un cajero electrónico en el que usaron mi tarjeta para retirar dinero, los HDSPM (¡perdón por el exabrupto!) me aventaron por el rumbo de la Torre de Pemex, en una calle muy oscura.
-“Aquí te bajas y corres en dirección opuesta al taxi sin voltear a vernos. Te estaremos apuntado con la pistola, que dispararemos si volteas”, me ordenaron.
Así lo hice; corrí hasta que llegué, nerviosísimo, a un Vips que estaba (o está) creo que sobre Marina Nacional. Entré temblando y me dirigí al cajero, a quien conté lo sucedido y rogué que me prestara dinero para irme en taxi (¡no volverá a ser un Vocho!, me dije) de regreso al hotel, prometiendo regresarle el dinero al mediodla del día siguiente, lo cual así sucedió.
Hace ya muchos años que mi madre (o ¿habrá sido mi abuela materna?) me regaló un esclava de oro, misma que por la inseguridad que priva en la actualidad, ya tiene tiempo que no he usado. Al recordar el incidente del 14 de agosto de 1997, decidí aprovechar el oro de esa esclava y “recuperar” el anillo que entonces me habían robado. Encontré un joyero en el Mercado de Coyoacán: ahí recogí hoy la reposición del multimencionado anillo y regresaron a mi memoria todas las vivencias de aquellos hermosos años de 1967 a 1969.
(1) Rainer Maria Rilke, poeta alemán, 1875-1926.
Ciudad de México; el 28 de junio de 2022.