DEJAR DE SER ORIGEN Y VOLVERSE FRUTO*
In Memoriam Carmen Romano Noelk
La primera prueba consistía en tocar selecciones de "La Historia del Soldado", de Igor Stravinsky. El candidato, venido a la Ciudad de México desde una de las más hermosas ciudades coloniales de México, procedió a colocar la batería de instrumentos que pide Stravinsky. El salón donde se llevaba a cabo la audición estaba lleno de los más variados instrumentos de percusión: se realizaban audiciones para pasar a formar parte de la Filarmónica del Bajío, que debería empezar actividades en el verano de ese 1986.
De pronto, el candidato empezó a buscar algo con cierta desesperación y, con un gesto que pareció delatar su decepción, procedió a colocar un instrumento que no estaba en la lista de los requeridos por Stravinsky. Antes de que empezara a tocar, decidí interrogarlo sobre la conformación de la batería stravinskiana, a lo que respondió que como no teníamos uno de los instrumentos requeridos por el compositor, decidió poner otro, parecido, en su lugar.
Le pedí más explicaciones: "Ustedes no tienen aquí el tambor de bosque", me dijo. Entonces le pregunté: " ¿ Me lo podrías describir?" "Sí", me dijo, y procedió a darme una explicación minuciosa del mentado tambor de bosque. Una vez que terminó con su descripción, le pedí que me indicara cuál era la parte de la partitura stravinskiana que debería de tocar ese instrumento. Indicó, entonces, la parte marcada como "Tambour de basque". El interrogatorio siguió: " ¿Quién te dijo que el 'Tambour de basque' es el tambor de bosque?", le pregunté. "Mi maestro de percusión", dijo. "Nosotros tampoco lo tenemos en nuestra escuela", continuó, "pero mi maestro me lo describió detalladamente y esperé encontrarlo aquí con ustedes, aunque veo que tampoco lo tienen", concluyó.
Acto seguido decidí hacerle ver el error en el que estaba y también cómo se le estaba mintiendo en su educación musical, pues el famoso 'tambour de basque' no es otra cosa que el pandero, mientras que su maestro le había descrito un instrumento que no existe y que se tuvo que inventar para que su alumno no descubriera su ignorancia sobre el significado de 'tambour de basque'. Al parecer, este "maestro" jamás pensó que algún día su alumno aspiraría a alcanzar metas musicales y personales más lejanas que las que el entorno de su bella ciudad colonial le podía proporcionar y, en ese camino, tener la posibilidad de medir sus conocimientos en otros contextos.
Cuando finalmente el candidato percusionista tocó las selecciones musicales que la audición requería, quedó también claro que tenía una educación musical tan deficiente que casi se podía hablar de una "deformación", pues era evidente, a la vez, que el muchacho no estaba del todo desprovisto de talento musical.
Como éste, son muchos los casos con los que me he topado en los que compruebo que, en gran medida, el hecho de tener en México pocos músicos profesionales que sin problema alguno se puedan medir con similares de otros países desarrollados, se debe a la gran carencia de personal capacitado y de infraestructura para propiciar el desarrollo musical del enorme talento con el que ha sido dotado un porcentaje considerable de la población mexicana.
Me parece que también es menester mencionar aquí un 'problema de origen': la música (y las artes en general), sigue siendo considerada como algo prescindible en todo momento, como una especie de ornato "que no deja para vivir", como ese "algo que suena mientras hacemos otro algo más importante." A lo largo de la historia del México independiente, el ejercicio musical ha encontrado poca apreciación por parte de quienes deciden el contenido de los programas educativos y, por ende, se le considera como algo que sólo sirve como distracción, como algo que (quizá) 'viste', como "un mal necesario" (para no quedar mal con las 'tradiciones ' sociales) o hasta como algo que comparte con nosotros su presencia en momentos de soledad.
Ni los gobiernos ni las fuerzas de la economía han considerado como importantes las contribuciones sociales y económicas tan benéficas que tendría una inversión política y económica en la educación artística, en especial en la educación musical por ser la música el arte que se sirve de un lenguaje más abierto, más intenso, más abstracto y más rico que el lenguaje que hablamos día tras día, tan limitado y cada vez más pobre en su expresión.
Estudios científicos realizados en la última década en países con tan diferentes tradiciones musicales como lo son Alemania y Canadá, han sorprendido a no pocos con sus resultados: el seguimiento, durante lustros, del comportamiento y del rendimiento de aquellos que en su infancia estudiaron música con énfasis en alguno de los instrumentos clásicos, corroboró las muchas bondades que aporta al devenir de la sociedad el estudio de la música como parte del desarrollo integral del ser humano. Los que estudiaron música en su infancia (siempre de acuerdo a los resultados de esos estudios), fueron más capaces de tener una relación exitosa con su sociedad, tuvieron una actitud tolerante y comprensiva hacia quienes eran diferentes de ellos en color, preferencias sexuales, religión, etc.; fueron gente más organizada y, por ende, con más éxito productivo, afrontaron la adversidad con imaginación y con creatividad, superaron problemas existenciales.
Por otro lado, en el Instituto Max Planck, de Leipzig, se han hecho investigaciones neurosicológicas sobre la musicalidad del ser humano. Se ha investigado con mediciones neurofisiológicas cómo trabaja el cerebro humano la música: cerca de doscientas personas participaron en esta fascinante experiencia en la que para realizar las mediciones referidas, les fueron colocadas cachuchas con hasta 46 electrodos que midieron las reacciones de las células nerviosas ante la ejecución de una secuencia de acordes desde Bach hasta Beethoven, acordes a los que se les mezclaron acordes „falsos“ (con notas „equivocadas“). Las reacciones de las personas participantes en esta investigación fueron registradas en encefalogramas que, como si fueran detectores de mentiras, dieron cuenta de la manera tan sensible como reacciona el cerebro humano ante los sonidos. La conclusión de los científicos fue: „Todo ser humano es musical.“
Sin embargo, ¿de qué clase de música estamos hablando? ¿Acaso hay categorías en la música? ¿Podríamos afirmar que la música de Beethoven es mejor que la del grupo Molotov? ¿Los criterios de quién serían los reconocidos para hacer esta evaluación?
Tradicionalmente asociamos el ejercicio artístico con un status social determinado: por lo general, el ámbito en el que se han desarrollado las artes es el que les dispensan las clases de mayores recursos económicos, que se han servido de la expresión artística para documentar su concepto del dominio por sobre la mayoría y, también, con la intención de unificar criterios de calidad social, de vida, de educación, etc. J. S. Bach es uno de los primeros compositores que se manifiestan contra las rígidas reglas que definían cuál era la música de la nobleza y cuál era la que le correspondía a la plebe: tanto en sus suites para orquesta como en las partitas para instrumentos solistas, Bach recurre a la alternancia de músicas (danzas) representativas de estas clasificaciones sociales impuestas a la música para realzar el dramatismo de su creación musical. Así, con frecuencia encontramos que un Menuetto (elegante danza típica de la nobleza) es precedido o seguido por una danza como la Forlana, que era una danza vulgar de la región de Véneto (Italia) que era bailada con mucha algarabía y con zapatos de madera.
Las Crónicas de la Conquista de México nos relatan cómo la música que los españoles oyeron tocar a los aztecas, era percibida por aquellos como „una música estridente, ruidosa, de mal gusto.“ Esto llevó al conquistador a tratar de cambiar los „gustos“ de los nativos por los que ellos traían de Europa, por lo que pronto asignaron a los misioneros las tareas que incluían, amén de la conquista por medio del Evangelio, la domesticación por medio de la música.
Hoy en día estamos tan inundados de música (yo diría: no necesariamente de música, pero sí de muchos sonidos y muchos ruidos) que estamos corriendo el riesgo de terminar insensibles al fenómeno musical per se. En donde estemos encontramos, invariablemente, la muchas veces indeseable compañía de la música, que muchos llaman ambiental. El mercado ha llegado al extremo de ofrecer música para garantizar la soledad, para meditar, etc. Me parece que ésta es una reacción, quizá defensiva ante el poderío irresistible de la verdadera música, pues a través de su banalización (macdonaldización) se le pretende restar cualidades y virtudes. La verdadera música, la gran música, tiene una fuerza similar a la mirada intensa que nos atrapa y desea, que nos escudriña y acaricia, que es capaz de amarnos o de odiarnos y que nosotros, para evitar todos esos 'peligros' , huimos de ella desviando nuestra mirada.
Así, quien hoy en día afirma sentirse llamado, atrapado, cautivado por el arte musical, enfrenta de inmediato el problema de saber dónde está, dónde encontrar la música y, suponiendo que alguna vez da con ella, decidir qué hacer con la música o hasta dónde aceptar convertirse en su súbdito, en su siervo incondicional. No es una tarea fácil, sobre todo ante la manera tan frívola, tan banal como estamos siendo inundados de esa peste que se llama música ambiental. ¿Qué hacer, qué decirle, cómo 'guiar' al niño, a la niña, al joven y a la joven que siente la necesidad de expresarse a través de la música? Necesitamos encontrar los mecanismos para que el ejercicio de la música como camino de superación personal, como medio de expresión de uno mismo, como senda de realizaciones y de comunicación con nuestro entorno, no se vea arrasado por un mercado despiadado que nos ve sólo como clientes autómatas, impersonales de su consumismo
El Estado de Oaxaca, ubicado en el sureste mexicano, nos brinda un ejemplo contundente de lo que hasta ahora he esbozado. Se dice que existen sobre su territorio algo más que 1,500 bandas musicales de viento, cada una con una membresía que oscila entre los 10 y los 60 integrantes. Muchas de ellas son infantiles (como la famosa de Tlahuiltoltepec); virtualmente todas son autodidactas o aprendieron lo que saben "por tradición oral", por así decirlo. En algunas de las comunidades de ese Estado mágico, los infantes aprenden a leer las notas musicales (solfeo) antes de ir a la escuela (¡¡¡cuando tiene posibilidad de ir!!!) a aprender a leer y escribir el castellano (o su idioma materno). Estas bandas de música tienen, invariablemente, una incidencia muy importante en sus comunidades, comunidades de las que, en no pocos casos, son el eje de la vida social. Todas reflejan una actividad musical con rendimiento económico nada despreciable y son, hoy por hoy, los guardianes más celosos de la tradición musical de sus respectivos pueblos y/o regiones.
Sin embargo, nunca ha existido en Oaxaca una verdadera escuela de música que se aboque en exclusiva a la formación profesional de músicos, algo que en relativamente poco tiempo podría convertir a este Estado en "surtidor" de las necesidades musicales del país y, quizá, hasta en exportador de músicos profesionales de competitividad internacional. Ni el hecho de su importancia estadística, ni la trascendencia del impacto que su actividad tiene en la economía de sus pueblos, han logrado que las bandas de música de Oaxaca sean consideradas como algo más que un vistoso y disfrutable elemento folclórico que viene a complementar la visión exótica (es decir, domesticable) que desde fuera (empezando por la influencia criolla sobre nuestro mestizaje) se tiene de este mágico Estado. Lo que ofrecen sus escuelas de música, además de un nivel académico que deja mucho qué desear, es la repetición de lo que les impone el mercado, propiciando el que sus jóvenes estudiantes se ocupen demasiado pronto con los trabajos eventuales de bodas, bautizos, etc., trabajos por los que quienes los contratan hacen como que les pagan mientras ellos, los estudiantes, hacen como que tocan. En la actualidad existen verdaderas „mafias“ que controlan la mediocre actividad musical que se ofrece en la Verde Antequera, y con ello logran detener cualquier proyecto que pueda aspirar a ofrecer una mejor preparación musical a los muy talentosos músicos oaxaqueños quienes, 'seducidos' por la paga que les ofrecen sus 'capos', sucumben ante la mediocridad y la diatriba musical. No debemos olvidar, como punto de referencia, que durante el período Colonial la ciudad de Oaxaca contaba en su Catedral con una actividad musical de excelencia, equiparable a la de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México y a la de no pocas capitales europeas. Prueba de ello es el riquísimo acervo musical con que cuenta esa Catedral, acervo que, casi a cuentagotas, se ha venido 'reestrenando' ante la admiración de propios y extraños.
Me parece alarmante e insultante al devenir mexicano que de una institución como, por ejemplo, la Escuela Nacional de Música de la UNAM, haya egresado, apenas en el año 2000, la primera persona graduada como trombonista, a pesar de pagar, por décadas, a maestros instructores profesionales de ese instrumento. También que en esa misma Escuela haya más de 10 maestros de piano que a pesar de recibir puntualmente su pago como maestros universitarios de tiempo completo, no tengan siquiera alumnos. Que en las demás escuelas profesionales de música de la capital mexicana imperen estas mismas inercias que afectan de manera negativa el desarrollo nacional: es muy alta la deserción estudiantil, son pocos, muy pocos los estudiantes de música que tienen interés, siquiera, en terminar sus carreras profesionales de música.
Es tal la carencia de músicos profesionales en el país y tan alta su demanda, que nuestros músicos jóvenes, apenas pueden tocar más o menos algunas escalas musicales en sus
instrumentos y adquieren los conocimientos más básicos de música, pronto, demasiado pronto, empiezan a "huesear" (denominación que reciben en la jerga del mundillo musical los trabajos eventuales sobre los que no se imponen, por lo general, criterios de rendimiento cualitativo), acción que, por desgracia, pronto se vuelve también la actividad más importante de sus vidas (pues reciben dinero a cambio) al grado de abordar toda su actividad musical con esa misma actitud, la de estar "hueseando".
Esto no cambia cuando son aceptados (en muchos casos por razones de necesidad, en otros por razones sindicales) en nuestras orquestas profesionales, por lo que su actividad en éstas, que viven gracias al subsidio gubernamental, se vuelve un "hueso" más, así sea el "hueso" principal o, ya en el colmo del cinismo, el "hueso más seguro". Es fácil y cómodo culpar a los músicos atrilistas de esta situación. No debe ser así, según mi opinión. El asunto tiene más fondo y debe ser abordado con visión y con responsabilidad social, económica e histórica.
Mi experiencia de varias décadas como Director Huésped de sendas instituciones orquestales alemanas y como Director Titular de la Sinfónica de Hof (Baviera, Alemania), me ha llevado a apreciar las bondades del rigor y la disciplina en la formación musical, así como a actuar de manera consecuente en el ejercicio de mis responsabilidades artísticas. Es requisito indispensable para poder llegar a ser considerado como candidato a ser invitado a audicionar para tal o cual orquesta alemana, el comprobar haber terminado (o estar a punto de ) los estudios musicales en alguna escuela profesional de música reconocida. Sin embargo, ni el nombre de la que podría ser la mejor escuela de música ni la recomendación de algún intérprete o maestro ilustre, son garantía de "pase automático" para entrar a formar parte de una orquesta sinfónica: es necesario aún hacer una audición y ganarse el puesto por los méritos demostrados en la audición. Pero esto tampoco es una garantía definitiva: todavía hay que aprobar el así llamado "año de prueba", en el que los integrantes de la orquesta evalúan no sólo el rendimiento artístico, sino también el comportamiento y capacidad de integración del aspirante con los demás integrantes de la orquesta y sus autoridades.
Hay que reconocer, sin embargo, que a los estudiantes de música de ese país se les brindan las mejores oportunidades para que desarrollen su talento: escuelas de música por doquier, todas dotadas de la infraestructura mínima en cuanto a espacio, instrumentos, biblioteca, docentes, becas, etc. Claro que los estudiantes alemanes de música también empiezan a "huesear" en cuanto pueden, pero las condiciones de alto rendimiento cualitativo que les impone el mercado alemán de la música y el mercado de la vida misma, les permiten desarrollar actitudes profesionales rigurosas y puntuales lo cual, a la vez, contribuye al mantenimiento constante y sostenido del reconocido nivel musical de este país centroeuropeo.
Un colega, director de una sinfónica importante de México, me comentó recientemente cuán desesperado estaba después de que dedicó casi todo el tiempo de un ensayo (dos horas y media) a ensayar el "Huapango" (J. P. Moncayo) sin
lograr que la pieza fuera tocada "como Dios manda" en ese lapso de tiempo. Decía el colega que en fechas recientes habían sido aceptados en la orquesta varios extranjeros y otros tantos jóvenes mexicanos y que ninguno de ellos conocía esta pieza (que para muchos mexicanos ha adquirido rango de himno nacional), tan rica en yuxtaposiciones rítmicas, en colorido, en sabor popular, tan demandante, a pesar de su complejidad, de una expresión distensada, de sólido desparpajo, de abierta naturalidad.
Es obvio que el problema no era tanto el que la pieza fuese conocida o no por los ejecutantes, sino que la imposibilidad de una ejecución satisfactoria nos remite más bien a una formación musical deficiente y, por lo tanto, insegura en cuestiones fundamentales de ritmo, afinación, fraseo, balance, etc. Si a ello agregamos lo que parece que también era una "batuta deficiente", pues no nos debe sorprender la desesperación del director.
Conviene aquí agregar un comentario sobre el estrellato en la música: es muy probable que todos los estudiantes de música aspiren a (o, cuando menos, sueñen en) una carrera exitosa como concertistas solistas. A la vuelta del tiempo muchos se encuentran, "de repente", como atrilistas en medio de una orquesta a la que nunca pensaron pertenecer y ello los lleva a realizar su "trabajo" con frustración y desánimo. Si, además, su "trabajo" no es bien remunerado ni le cubre las prestaciones mínimas que estipula la Ley Federal del Trabajo, entonces su amargura aumentará en proporción similar... y en proporción similar sonarán las obras musicales que interprete.
Otro comentario que conviene hacer aquí es el que se refiere a los directores de las orquestas: en no pocas ocasiones culpan a la orquesta de los conciertos mal tocados, aunque raras veces están dispuestos a reconocer (por el prurito del principio de autoridad, según dicen algunos) que también en no pocas veces todo eso ha sido de su absoluta responsabilidad: acostumbrados a "estudiar" las obras siguiendo alguna grabación, se acostumbran a creer que la orquesta real suena tan bien como suena la del disco (eso suponiendo que escogieron una buena grabación, lo cual también es cuestionable); olvidan (por creer que así conviene a sus intereses) que hay que ensayar, que hay que corregir muchas insuficiencias rítmicas, de afinación, de fraseo, de balance, de direccionalidad, de estructuras, etc., trabajo que, por lo general, sí hizo quien dirigió la grabación. Pero aún antes de llegar a estas "nimiedades", resulta que muchos directores son, cuando mucho, "batuteros" y poca o nula idea tienen de lo que es la dirección orquestal, la que va más allá de un simple tocar juntos, pues "batutean" por igual a Mozart que a Revueltas, a Bruckner que a Ponce, pasando "de noche" por la riqueza expresiva que cada uno ofrece a su manera y "macdonaldizando" el vasto repertorio de la así llamada música clásica, que empobrecen y degradan. Por cierto que éste, con justa razón, es otro más de los porqué de la frustración de muchos atrilistas.
Cuando recuerdo que a los catorce años de edad tuve la oportunidad de dirigir mi primer concierto público al frente de un coro infantil que, como yo lo había hecho antes, se aprendió todas las obras del programa "de oído", corroboro que es mucho el potencial que tiene México in puncto talento musical. Corroboro, también, que es mucho lo que aún tienen
que hacer los responsables de las políticas públicas de educación.
Mis décadas de participación activa en la música en muchas partes de la República Mexicana, me han demostrado que la música como expresión personal y social es uno de los tesoros más preciados del ciudadano mexicano. También que la negligencia e irresponsabilidad de muchos gobiernos han casi destruido este tesoro ("Siempre el golpe contra lo que canta", escribiría el poeta Roberto López Moreno cuando Carlos Medina Plascencia firmó el Decreto (el 28 de enero de 1992) por el cual determinaba que el Gobierno del Estado de Guanajuato se desentendía de sus obligaciones -que habían sido autorizadas por el Congreso del Estado- para con la entonces Filarmónica del Bajío, hoy Filarmónica de Querétaro).
México cuenta hoy con un gobierno federal legítimo que ha prometido el cambio: ¿cambiará también, para bien, la "tradicional" irresponsabilidad de los gobiernos hacia la educación artística, en especial hacia la educación musical? ¿Contarán nuestros conservatorios, finalmente, con planes de estudio actualizados, con infraestructura instrumental adecuada, con las plantas docentes necesarias, con los espacios propios, con sus programas de becas y estímulos, etc.? ¿Tendrán nuestros talentos jóvenes los incentivos correctos para aspirar a una formación musical rigurosa y a un posterior ejercicio profesional digno, bien remunerado, constructivo y productivo, en el campo de la música?
El 7 de julio de 2000, escribí lo siguiente: La elección del 2 de julio ha comprobado, una vez más, que el hundimiento de
la sociedad mexicana no está en la agenda de la nación: la semántica individual altamente diferenciada que permea en la sociedad mexicana no descansa en el aire o en el vacío. Es esta riquísima semántica individual la que transforma las carencias en virtudes, la que reacciona con imaginación a los incumplimientos de las múltiples promesas que le han hecho los partidos políticos (o sus candidatos), la que se unifica ante el rumbo que la inercia que se ha construido le señala.
Así, se espera que el ejercicio político del México de los umbrales del siglo XXI, sea garante de estabilidad y de transformación, nutriéndose siempre de ese poderoso recurso natural de la sociedad que le permite soportar a los partidos políticos mismos: la fuerza que emana de su futuro, de ese futuro cimentado en sendas culturas milenarias que nos han puesto el ejemplo en lo productivo, lo organizativo, lo social, lo educativo y lo artístico.
Resta ahora al ejercicio político demostrar que es instrumento eficiente que aporta las condiciones para la consumación del devenir de la sociedad, mas no para su domesticación. Esto requiere que sea lo substancial lo que se administre y proteja, dejando lo superficial y frívolo a un lado del camino, más sin perderlo de vista.
La sociedad enfrenta, pues, el reto de asumir una nueva voluntad, una voluntad constructiva, positiva (es decir, que tenga futuro) y propositiva, una voluntad en la que se reafirme que el YO no existe sin el TÚ, una voluntad que respete el espacio y el ritmo de cada individuo, que respete sus creencias y sueños, sus preferencias íntimas y sus inclinaciones culturales.
Hoy agrego: puesto que estoy convencido que la música es uno de los bienes más substanciales del ser humano, debemos encontrar los medios y mecanismos para garantizar su permanencia como elemento de transformación, como un bien insustituible en el acervo que garantiza la paz y la estabilidad económica de la sociedad, como un instrumento que nos impulsa y cuestiona, que nos estimula y escudriña, que recuerda constantemente nuestra cosmicidad y nuestra terrenalidad, como instrumento que nos engrandece y nos ilumina. Es en este contexto donde veo el reto de quienes formarán parte de la Historia verdadera de nuestro México, de esa Historia cuya infraestructura la constituyen el saber, la educación, el desarrollo personal y el intercambio enriquecedor de los verdaderos bienes. ¡Que trascendamos nuestro origen pleno de talento y nos volvamos fruto nutritivo de nuestro entorno y de nuestro devenir mismo a través de la música!+++
Artículo incluido en mi libro UN RAP PARA MOZART, editado por la Dirección General de Publicaciones del CONACULTA, en la serie "Cuadernos de Pauta", Ciudad de México, 2003.
- El título de este ensayo está tomado del poema Anton Bruckner, de Dyma Ezban, (León, Gto.; *1959)
** compositor musical y director sinfónico, Profesor Titular de
Carrera en la Escuela Nacional de Música de la Universidad
Nacional Autónoma de México. Su página web es:
© Sergio Ismael Cárdenas Tamez, 2001.