Universidad Nacional
Autónoma de México
ESCUELA NACIONAL DE MÚSICA
Ensayo que corresponde al inciso b) del
rubro PRUEBAS,
presentado por
Sergio Ismael Cárdenas Tamez
para el
CONCURSO DE OPOSICIÓN ABIERTO
para ocupar la plaza 75626-33
de Profesor de Carrera Titular “A” de
Tiempo Completo
en Interpretación, especialidad de Conjuntos Orquestales,
en la
Escuela Nacional de Música
de la
Universidad Nacional Autónoma de México.
Ciudad
de México; el 7 de noviembre, 2012.
Cúspide de un apostolado
de la mexicanidad.
MANUEL
ENRÍQUEZ: Visión de los Vencidos,
para solistas vocales, coro mixto y orquesta, sobre textos de la obra homónima
de Miguel León Portilla.
En los albores de mi devenir
en tanto que director sinfónico (al frente de la Sinfónica de la hoy
Universidad de la Música “Mozarteum”, de Salzburgo, Austria), me llenaba de
emoción el entusiasmo con el que los jóvenes integrantes de ese ensamble, que
en la gran mayoría eran alemanes o austriacos, llegaban a nuestros ensayos para
abordar obras de “sus” compositores. Tocábamos muchas obras de Mozart, el héroe
local, alternando con páginas célebres de Bach, Beethoven, Schubert y Brahms.
El entusiasmo de “mis” músicos era en verdad contagiante, entre ellos mismos,
hacia mí y hacia el público que nutrido asistía a nuestros conciertos. Les oía
decir uno al otro: “¿Te das cuenta? ¡Estamos tocando Mozart! ¿Te das cuenta?”
Me quedaba yo con la impresión de que ese hecho, en lo aparente insignificante,
constituía de igual manera una contribución a su crecimiento interior, una
ampliación de su dignidad cultural, una reafirmación de la grandeza de un
legado musical, legado que lo sentían muy suyo: una propiedad ciertamente
intangible que los identificaba.
Mi
encuentro con la música mexicana de concierto fue el inicio una travesía que me llevó de asombro en
asombro al ir descubriendo un corpus
musical contundente, variado, de gran riqueza, cautivador, con gran
expresividad y con un sello distintivo: ese corpus
sonoro me descubría de manera plena
la grandeza de México.
En México, la música ha sido una expresión prioritaria del pueblo. Es parte de sus vivencias fundamentales, de su dialéctica existencial. Los sentimientos de los mexicanos de todos los rincones de la República son, en sí mismos, razones consumadas, claras y suficientes, de una expresión que nos ubica, a la vez, ante los demás humanos y en el cosmos. A través de nuestra música, que es diáfana y poderosa, los mexicanos expresamos tribulaciones emocionales y euforias existenciales, romances que bordan lo religioso y la exuberancia de la naturaleza mexicana, detalles de vivencias inmediatas y las dimensiones cósmicas del transitar por esta vida a la que “sólo venimos a soñar”, como escribiera Nezahualcóyotl.
En México, la música ha sido una expresión prioritaria del pueblo. Es parte de sus vivencias fundamentales, de su dialéctica existencial. Los sentimientos de los mexicanos de todos los rincones de la República son, en sí mismos, razones consumadas, claras y suficientes, de una expresión que nos ubica, a la vez, ante los demás humanos y en el cosmos. A través de nuestra música, que es diáfana y poderosa, los mexicanos expresamos tribulaciones emocionales y euforias existenciales, romances que bordan lo religioso y la exuberancia de la naturaleza mexicana, detalles de vivencias inmediatas y las dimensiones cósmicas del transitar por esta vida a la que “sólo venimos a soñar”, como escribiera Nezahualcóyotl.
En el panorama de la música
mexicana de concierto, la figura de Manuel Enríquez (Ocotlán, Jal., 17 de junio
de 1926- Ciudad de México, 30 de abril de 1994) se yergue con distinción
gracias a la muy rica y variada, así como a la enorme calidad de su producción
musical. Se trata de un creador
sonoro de intachable dignidad que con su producción musical y su propio devenir
se eleva como baluarte heroico de la música mexicana de concierto y contribuye
con su legado a que la fuente de la riqueza sonora de México esté rebosando y
nos invite a degustar los fluidos manjares del espíritu mexicano a través de
los sonidos.
Habiendo contado con una muy
sólida formación práctica y académica, su quehacer en la vida profesional de la
música mexicana obtuvo pronto el reconocimiento del gremio tanto como
ejecutante (fue un consumado violinista, por décadas Segundo Violín Principal
en la Sinfónica Nacional, más muy destacadas participaciones como solista
dentro y fuera de México) que como compositor. Su dominio absoluto del oficio
de la composición musical y lo mucho que como creador tenía que compartir,
enriqueció de manera considerable el repertorio de nuestra música de concierto.
Tras un periodo inicial marcado por las influencias de Hindemith y Prokofiev, Enríquez pronto da pasos hacia delante en el camino de lo que en Umberto Eco se denomina “obra abierta”: un modo de componer en el que se demanda la participación creativa del ejecutante, quien debe “completar” o “construir” en vivo la obra que el compositor ha plasmado con una grafología musical que, en su momento, rompía con lo acostumbrado y ponía nuevos retos a los instrumentistas y demás ejecutantes. Pero no se trataba de simplemente tocar lo que se le viniera en gana a los ejecutantes, sino que todo el proceso composicional estaba bien pensado y programado, cual pieza musical acabada de algún compositor incuestionable.
En el aparente desorden o arbitrariedad de la escritura, hay una gran meticulosidad y precisión en todas las instrucciones, del que resulta una ejecución que en su filigranada estructura, refleja un mundo emocional y/o vivencial transparente y complejo, esquemático y aleatorio, rico en contrastes de expresividad y timbres.
Tras un periodo inicial marcado por las influencias de Hindemith y Prokofiev, Enríquez pronto da pasos hacia delante en el camino de lo que en Umberto Eco se denomina “obra abierta”: un modo de componer en el que se demanda la participación creativa del ejecutante, quien debe “completar” o “construir” en vivo la obra que el compositor ha plasmado con una grafología musical que, en su momento, rompía con lo acostumbrado y ponía nuevos retos a los instrumentistas y demás ejecutantes. Pero no se trataba de simplemente tocar lo que se le viniera en gana a los ejecutantes, sino que todo el proceso composicional estaba bien pensado y programado, cual pieza musical acabada de algún compositor incuestionable.
En el aparente desorden o arbitrariedad de la escritura, hay una gran meticulosidad y precisión en todas las instrucciones, del que resulta una ejecución que en su filigranada estructura, refleja un mundo emocional y/o vivencial transparente y complejo, esquemático y aleatorio, rico en contrastes de expresividad y timbres.
El corpus
musical del compositor mexicano MANUEL ENRÍQUEZ SALAZAR es una de las columnas más sólidas
sobre las que se yergue el vasto edificio de la música mexicana de
concierto. A lo largo de su
devenir composicional, Enríquez hizo de la mexicanidad su apostolado, integrando
a su obra manifestaciones del pasado y presente mexicanos, elementos que
contribuyen a la vigencia, a la actualidad de su legado.
“Visión
de los Vencidos”,
compuesta por Enríquez en 1991 por encargo del Instituto de Cooperación
Iberoamericana de Madrid para conmemorar 500 años del desembarco de Cristóbal
Colón en tierras americanas, es una obra que en muchos sentidos condensa la
gran aportación enriqueciana a la música mexicana y que, a la vez, aborda de manera épica un
acontecimiento fundacional de la historia de México, tomando como punto de
partida los textos nahuas que dan testimonio de ese acontecimiento incluidos en
el libro homónimo editado por Miguel León-Portilla. La maestría de este compositor mexicano tiene en “Visión de los Vencidos” una de sus
comprobaciones más fehacientes.
En septiembre de 1975, gracias
a los buenos oficios del director sinfónico mexicano Fernando Ávila ( a la
sazón, Agregado Cultural de México en Austria), conocí en Viena de manera
personal al compositor Manuel Enríquez Salazar. Debió de haber sido unos tres
años antes cuando le había yo escuchado por primera vez, en la sala de música
de cámara del Carnegie Hall, de Nueva York. Enríquez ofreció entonces, como
violinista, un recital integrado en su totalidad por obras de compositores
mexicanos. En Viena sucedió algo similar, aunque el programa de la velada
ofrecida el día 15 del mes patrio, fue ideada por Ávila. Dada la inclusión en
dicho programa de obras con efectos electroacústicos, se hacía necesario el
auxilio de terceros para organizar distintos efectos de iluminación: inició entonces mi colaboración de casi dos décadas con
este compositor mexicano: ofrecí mi colaboración para coordinar todo lo
relacionado con la iluminación en el escenario del conservatorio de música
vienés en el que se llevó a cabo el recital referido.
De la autoría de Manuel
Enríquez fue la segunda obra orquestal mexicana que dirigí en México al frente
de la Orquesta Sinfónica Nacional en el otoño de 1978: Si Libet (Como os plazca) constituyó mi primer encuentro
sinfónico con el mundo sonoro y/o
audible de este creador mexicano que, en mi convicción, representa en la
historia de la música mexicana de concierto de la segunda mitad del Siglo XX, lo que Silvestre Revueltas
representa en la primera mitad.
Son más de 45 obras,
sinfónicas, sinfónico-corales y/o de cámara, de Enríquez las que he tenido
oportunidad de dirigir desde entonces a la fecha, algunas de ellas en su
estreno mundial, como fue el caso de “…interminado sueño.” , “A Juárez” y
“Visión de los Vencidos”.
El periplo musical de
Enríquez, tanto en su devenir como consumado violinista como en el de no menos
consumado compositor musical, es de atractiva fascinación. Desde su formación
queda claro que Enríquez aspira al encuentro con las manifestaciones sonoras
que no tienen como meta el simple “acariciar” el oído o el de proveer una
ocupación espacio-temporal audible que distraiga o entretenga. Sus obras
tempranas ya llevan ese sello de lo puramente creativo que abreva, de manera
simultánea, en el pasado y en el presente, lo que les garantiza una vigencia
futura.
De igual manera, sin sucumbir
jamás ante las tentaciones panfletarias, sentimentaloides o patrioteras,
Enríquez manifiesta desde temprano un hondo nacionalismo que nada tiene de
fotográfico o turistero: Enríquez se interna en las profundidades del espíritu
y del sentimiento de la mexicanidad, en esas profundidades que inducen a la
aprehensión cósmica de la vastedad mexicana, tan intensa como vibrante, tan
eólica como telúrica., tan grandiosa como deslumbrante.
Pareciera que estas
características las encontramos sólo en obras medulares de lo que podríamos
denominar su período maduro, como lo son “Ritual”, “Raíces”, “Sonatina para orquesta”,
“Él… y ellos”, “Políptico” , “Manantial de Soles” o “Visión de los Vencidos”:
no es así o, mejor dicho, no es sólo así: el hondo mexicanismo de Enríquez se
ha manifestado de igual manera en su vehemente respeto por compositores
mexicanos de antaño y de hogaño, como lo documenta “Recordando a Juan de
Lienas” o las muy brillantes posturas estéticas ante más de veinticinco
canciones o valses populares mexicanos de algunos de los más celebrados
autores: Juventino Rosas, José de
Jesús Martínez, María Grever, Pepe Guízar, Rodolfo Campodónico, Macedonio
Alcalá, etc. En estas luminosas “versiones orquestales” (como él les llamaba
con modestia de genio), Enríquez da cátedra de amor a la música popular
mexicana, que arropa con envidiable maestría e incuestionable oficio de
orquestador, con acertado dominio de sus procesos armónicos tradicionales,
procesos que “condimenta” en la justa proporción con aplicaciones
armónicas ampliadas que en ningún momento se alejan del contexto tonal al que
pertenecen. No conozco otras
posturas estético-musicales ante las referidas hermosas manifestaciones de la
música popular mexicana que tengan la contundencia y la irresistibilidad de
esas brillantes “versiones orquestales” de Enríquez.
En 1991, el Instituto de
Cooperación Iberoamericana de Madrid,
en ocasión de la conmemoración de los 500 Años del arribo de Cristóbal
Colón a tierras del hoy continente americano, encargó a cinco (5) compositores
iberoamericanos la composición de una obra musical alusiva a esa conmemoración.
Manuel Enríquez fue el único mexicano considerado entre los cinco compositores;
Marlos Nobre (Brasil) y Celso
Garrido Lecca (Perú) estaban de igual manera en la lista.
Enríquez pensó de inmediato en
los textos publicados por primera vez en 1959 por la Universidad Nacional Autónoma de México bajo el
título de “VISIÓN DE LOS VENCIDOS. RELACIONES INDÍGENAS DE LA CONQUISTA”. A
partir de las versiones al español que Ángel María Garibay K. hizo desde los
originales nahuas, el filósofo
Miguel León-Portilla preparó con minuciosidad la edición seleccionando
los textos y agregando una introducción y algunas notas alusivas. Enríquez
buscó al Dr. León-Portilla con la intención de comentarle sus planes y
esperando elegir de manera conjunta con él, los textos a ser incluidos en la
nueva composición. El Dr. León-Portilla, de acuerdo con informes proporcionados
por la Dra. Susana Alfaro vda. de Enríquez, no mostró interés alguno en ese
proyecto y recomendó a Enríquez hacer por sí mismo la elección de los textos.
Como su título lo indica, VISIÓN DE
LOS VENCIDOS da cuenta, desde la perspectiva de los nativos mexicas, de la
voracidad y de las acciones depredadoras de los españoles que con alarde sanguinario
y sádico, sometieron a los mexicas que habitaban la gran ciudad de Tenochtitlan
(hoy: Ciudad de México) a través de cruentas batallas que culminaron el 13 de
agosto de 1521 con el prendimiento de Cuauhtémoc, último emperador azteca. El
trauma, la desolación, la rabia y la depresión que provocó en el alma de los
mexicas la destrucción de su grandiosa ciudad capital y de su cultura, se
encuentran plasmadas en estas crónicas de dimensiones épicas que el mismo Dr.
León-Portilla equipara con “La Ilíada” homérica.
Todo indica que Enríquez estudió a fondo
estos textos; tan los hizo suyos que procedió a seleccionar aquellos que con
gran fuerza dramática condensaban los violentos sucesos así como los
sentimientos de encono y de furia ante ese acontecimiento fundacional de lo que
hoy conocemos como México. Los textos seleccionados por Enríquez para cada una
de las tres partes que conforman su propia “Visión de los Vencidos”, fueron
tomados del capítulo XV, Cantos Tristes
de la Conquista, del libro del
Dr. León-Portilla:
I.-
En los caminos
yacen dardos rotos,
los cabellos
están esparcidos.
Destechadas
están las casas,
enrojecidos
tienen sus muros.
(de la sección: Los últimos días del sitio de Tenochtitlan,
pag. 199)
El llanto se
extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco.
Llorad, amigos
míos,
tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la
nación mexicana.
¿Adónde vamos?,
¡oh, amigos! Luego ¿fue verdad?
Ya abandonan la
ciudad de México:
el humo se está
levantando; la niebla se está extinguiendo...
Por agua se
fueron ya los mexicanos;
semejan mujeres;
la huída es general.
(de la sección: Se ha perdido el
pueblo mexica, pag. 198)
II.-
Y todo esto pasó
con nosotros.
Nosotros lo
vimos, nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa
y triste suerte nos vimos angustiados.
En los caminos
yacen dardos rotos,
los cabellos
están esparcidos.
Destechadas
están las casas,
enrojecidos
tienen sus muros.
III.-
Golpeábamos, en
tanto, los muros de adobe,
y era nuestra
herencia una red de agujeros.
Con los escudos
fue su resguardo,
pero ni con
escudos puede ser sostenida su soledad.
Gusanos pululan
por calles y plazas,
los sesos están salpicados en las paredes.
Rojas están las
aguas, están como teñidas,
y cuando las
bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre.
(de la sección: Los últimos días del sitio de Tenochtitlan,
pag. 199)
Lucha, ¡oh
Tlacaltéccatl Temilotzin!:
ya salen de sus
naves los hombres de Castilla y los de las chinampas.
¡Es cercado por
la guerra el tenochca; es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya viene a
cerrar el paso el armero Coyohuehuetzin;
ya salió por el
gran camino del Tepeyac el acolhua.
¡Han aprehendido
a Cuauhtémoc!
(de la sección La ruina de
tenochcas y tlatelolcas, pags. 200 y 201)
La instrumentación elegida por
Enríquez es:
1 Picc, 2
Fl, 2 Ob, 1 EH, 2 Cl (B), 1 ClBajo (B), 2 Fg, 1 Cfg
4 Hr (F), 3
Trp (C), 3 Trbn, 1 Tba
4 Timbales,
4 Percusionistas, con las siguientes dotaciones:
I.- 3 Tom-Toms; 1 Plato susp de 18” ó 20”; 5 Temple blocks;
árbol; sonaja;
cascabel.
II.- 2 Huéhuetls (diferente tamaño); Plato /sizzles; 5 Cencerros;
Teponaxtli;
1 Triang. grande; Bamboo wind chimes.
III.- Bongós; Bombo; Tam-Tam grande; woodblock; güiro.
IV.- Tarola; Plato susp, 12”; Glockenspiel; Triang, pequeño;
Metal wind
Chimes; claves; maracas.
Coro mixto
Mezzosoprano
y barítono solistas
Cuerdas
Ya la instrumentación de la
obra nos da algunas señales de los derroteros musicales que seguirá el
compositor. Destaca la nutrida participación de instrumentos de percusión entre
los que se incluyen aquellos que, lo sabemos, formaron parte común del acervo
instrumental de los mexicas: teponaxtli, huéhuetl, güiro, sonaja y en
sustitución del tambor indio, la tarola. Es menester aquí hacer una reverencia
al conocimiento profundo, riguroso y práctico que Enríquez demuestra en esta
obra (¡una vez más!), de los límites y alcances de todos los instrumentos de
percusión, cuyo uso en el aparato orquestal es mucho más significativo que
simplemente ser “condimento” en el devenir de la obra. La función evocadora de
dimensiones cósmicas que aportan con su timbre característico, así como su
definitiva importancia en la delineación de la forma y en el subrayado de las
tensiones que enfatizan situaciones de arrebatador dramatismo, hacen del
aparato percusivo un elemento constitutivo esencial que con sus fenómenos
audibles intercambia posiciones, alimenta y es retroalimentado por y con los
sonidos de los demás instrumentos y de las voces.
En su escritura para la
sección de percusiones, las instrucciones de Enríquez son muy precisas respecto
a la manera de tocarlos: ora con la mano, ora con distintas baquetas (blanda, dura,
de madera, de triángulo), ora con mazo doble. De los percusionistas se espera
un dominio total de las técnicas de ejecución percusiva, pero de igual manera
una sensibilidad ante los fenómenos audibles generados y ante la interacción
dentro y fuera de la sección; el percusionista, en el mejor sentido de la
expresión, debe estar en todo momento “componiendo” (en el sentido de
“creando”) la obra que en cada ejecución será siempre nueva. Esta exigencia
enriqueciana se aplica a todos los demás instrumentos y voces participantes en
la obra, lo que hace que la pieza sea, en efecto, siempre de nueva creación,
característica resultante de la dosis exacta en las combinaciones de lo
aleatorio y lo determinado, de lo metafórico y lo específico. Regresaré más
adelante a este tema.
Por lo general, al referirse a
los instrumentos de percusión, uno los asocia de inmediato con las
manifestaciones rítmicas en las que la recurrencia periódica de fenómenos
audibles generados por esos instrumentos, tiende a fijar rumbo, a encausar el
devenir musical, a sentir mayor seguridad por fuerza de la asociación con los
latidos del corazón. Enríquez, sin embargo, da un uso más amplio, más audaz y
más espacial a las percusiones, generando así una sensación que para algunos
podría parecer de indefinición o de vaguedad temporal. No es así.
La maestría composicional de
este notable mexicano, logra, a través de pasajes de caos organizado que
alternan o en los que se intercalan
fenómenos sujetos a métricas musicales precisas, una dimensión
espacio-temporal de vastas proporciones que nuestra imaginación quiere
complementar con las imágenes grandiosas que hemos conocido de la gran
Tenochtitlan, ciudad que con sus habitantes es el objeto de esta obra maestra
de Manuel Enríquez. Los escenarios audibles generados por la sección de
percusiones, timbales incluidos, transitan de lo sombrío a lo abismal, de lo
irritante a lo desesperante, de la desolación a la aflicción, de lo temporal a
lo intemporal.
Si bien la conquista de
la cultura mexica por los españoles comandados por Hernán Cortés tiene fecha
precisa en el calendario, ¿en dónde se ubica en el imaginario mexicano de hoy?
¿se tiene alguna relación afectiva con ese acto fundacional más allá de su
ubicación en el calendario? ¿es importante tomar, tener conciencia de ese
momento traumático de la historia mexicana? ¿qué sensación nos deja la obra de Enríquez?
Aunque el compositor toma como
punto de partida unos textos específicos, de ninguna manera se puede uno
referir a su “Visión de los Vencidos” como una obra funcional (como es el caso
de las Misas). A pesar de recurrir a un texto literario, la obra respira
autonomía total pues el texto está
asumido como fuente de inspiración, como elemento generador de líneas energéticas
que nos trasladan a unos ámbitos
sin precedente en la conciencia colectiva de la historia de México, por un
lado, pero más allá de eso, a la toma de conciencia de un legado que sitúa al
ser humano en el centro del cosmos, no como centro de atención de ese cosmos
sino como un cosmos en sí mismo integrado al cosmos universal. Es justo este
punto el que fija como reto esta magna obra de Enríquez, que el compositor
manifiesta a través de esa afortunada capacidad de construir poderosos y
contundentes cosmos sonoros y de fenómenos audibles que no sólo emanan de la
acción de instrumentistas y cantantes, sino que llenan el espacio y nos
envuelven, nos arropan, regresan a nosotros y ocupan nuestro interior de tal
forma que trascendemos la pequeñez del calendario, la pequeñez geográfica, la
pequeñez social.
Esta grandiosa obra de Manuel
Enríquez, hay que decirlo, exige nuestra apertura total de espíritu, pues
ninguna “repercusión” tendrá en quien se bloquea escuchando, digamos, de manera
epidérmica. En ella, los giros melódicos (como en el pasaje coral de la letra “C” de la partitura, de carácter
épico logrado por medio de una escritura en unísono octavada, en el registro
medio de la voz) son enfatizados con brillantes destellos instrumentales
combinados con figuras ostinadas; la polifonía propia del Siglo XVI nos
recuerda la multiplicidad de voces
víctimas de aquellos hechos, voces que desembocan en un aglomeramiento
abigarrado de intervalos vecinos (muy cercanos), conocidos como “clusters”,
cuando se toma conciencia de que lo perdido es “la nación mexicana” (7 compases
antes de “D”).
Las voces de los solistas y
del coro son explotadas en varias de sus posibilidades, sin abandonar el canto
en sí. De estas voces se exige una contribución a través de efectos como el de
la letra “I” (y hasta el final de la primera parte), en el que el coro debe
pronunciar repetidamente un texto sin hacerlo de manera simultánea, lo que
provoca un caos de enorme desesperación que transita de la estupefacción al alarido,
desembocando en un panorama sombrío, de abandono total (el texto de este
pasaje: “Por agua se fueron ya los mexicanos…la huída es general.”)
Los solistas, por su
parte, son proveídos de pasajes de conmovedor lirismo dramático (como en lo
asignado a la mezzosoprano de la letra “E” a la “G”. El texto aquí: “¿Adónde
vamos, oh amigos? Luego, ¿fue verdad? Ya abandonan la ciudad de México…la
niebla se está extinguiendo…”). O de recitativos ariosos de enorme expresividad
y vehemencia (como lo asignado al
barítono de la letra “N” con el texto : “ Nosotros lo vimos, nosotros lo
admiramos…”) o con narraciones de contundente plasticidad (como lo asignado a
ambos en la letra “U” con el texto
“Gusanos pululan por calles y plazas…”).
Las secciones de
alientos (maderas y metales) y de cuerdas son tratadas con especial deferencia,
explotando al máximo su expresividad, dramatismo y fijándoles retos creativos
en las secciones aleatorias. Una mirada a las instrucciones que da Enríquez sobre las distintas
maneras de ejecutar pasajes o sonidos dados corroborará la destreza creativa
del compositor: vibraciones lentas, trinos, resbalones (glissandi) y trinos de
manera simultánea, resbalones y temblorinas (tremolo) de igual manera,
aceleramientos o alentamientos progresivos sobre un mismo sonido, con y sin
expresión, etc. La gran variedad
tímbrica de estos instrumentos es utilizada en todo su potencial, ya sea en
seductores pasajes solistas o en arrebatadores bloques de sonoridades masivas
que, para mí, reflejan la grandeza arquitectónica de Tenochtitlan, por un lado,
pero de igual manera la dolorosa vivencia que constituyó esa guerra traicionera
y dolosa.
Especialmente elocuente es la
sección entre las letras “G” e “I”, con ese crescendo
amenazante que transita desde los
abismos hasta la telúrica, desgarradora y volcánica erupción de todos los
participantes justo en la letra “H”, con un larguísimo y doloroso alarido coral (acorde de Sol-mayor con
séptima mayor en la voz soprano) el cual de pronto se desploma en un “cluster”
que debilitado, se desvanece.
No acaban ahí las
manifestaciones volcánicas: la segunda parte de la obra inicia con unas
fanfarrias que parecen presagios ominosos: las percusiones interrumpen con
violencia, como atacando, con lo que provocan una reacción de gritos agitados,
desesperados de los metales (letra “K”), culminando todos en un delirio
caótico, lacerante, de enjundiosa elocuencia.
A ello, el barítono reacciona
entonando con gravedad el texto “Y todo esto pasó con nosotros…”. La conmoción ahoga, oprime el
espíritu: “Lento, senza espressione,
legato, respirare liberamente, pianissimo possibile”, instruye Enríquez a
los solistas de Piccolo, Corno Inglés, Clarinete bajo, Contrafagot, Tuba y los
cuatro percusionistas en la letra “N”: la congoja, la estupefacción, la rabia
contenida (el texto aquí es: “Nosotros lo vimos…”, que entona el barítono) se
manifiesta en este pasaje aleatorio que en su consumada finura nos transmite la
impotencia del arrollado.
La tercera parte de “Visión de los
Vencidos” abre con una declaración de vastedad: el Piccolo, en las alturas
propias de su registro, parece ser un ave sobrevolando lo devastado. Algunos
sobrevivientes intentan darse ánimos rememorando músicas de sus fiestas: cuatro
solistas de alientos-madera (flauta, oboe, clarinete, corno inglés) y tres
percusionistas, intercambian recuerdos de sus celebraciones musicales: los
patrones melódicos y rítmicos que Enríquez les ha asignado, revelan, de manera
concisa, un humanismo cabal, puro,
sensible y exuberante a la vez., componentes todos ellos de la cultura mexica
(letra “Q”).
Pero falta aún la batalla final. Tras un
lamento que es toma de conciencia de lo destruido (“Golpeábamos, en tanto, los
muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros.”, es lo que el coro
entona con aflicción), las huestes mexicas se reaniman: una danza rústica en
ritmo binario, que parece rebosar vitalidad y energía (letra “U”), culmina en
una arenga final, que intenta
revertir los golpes hasta ahora recibidos: en la letra “W” , el coro
irrumpe cual heraldo en el campo de batalla entonando con intensidad el texto
“Lucha, oh Tlacaltéccatl Temilotzin”, pero pronto “es cercado por la guerra el
tenochca” (3 compases después de “X”, los tenores y bajos del coro “rapean”
este texto de manera ostinada hasta justo antes de la captura de Cuauhtémoc,
letra “Z”), que sucumbe y con estupefacción contempla cómo “¡Han aprehendido a
Cuauhtémoc!”.
“Visión de los
Vencidos”, para solistas vocales, coro mixto y orquesta sinfónica, fue
estrenada mundialmente bajo mi conducción musical y en presencia del
compositor, el 26 de febrero de 1993, en el Auditorio “Josefa Ortiz de
Domínguez”, de la ciudad de Santiago de Querétaro, Qro. (México), por el Coro
de la Escuela Nacional de Música-UNAM (director: José Antonio Ávila), el Coro
de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro
(Director. José de Jesús Almanza), la mezzosoprano Adriana Díaz de León, el
barítono Arturo Barrera y la Filarmónica de Querétaro. En el sitio youtube.com se encuentran
disponibles tres vídeos grabados en vivos del concierto ofrecido el 13 de
septiembre del 2009 en la Sala Nezahualcóyotl, de la Ciudad de México, por la
mezzosoprano Linda Saldaña, el barítono Luis Alberto Pérez, los Coros de la
Escuela Nacional de Música-UNAM (Director: Dr. Samuel Pascoe) y la Orquesta
Sinfónica de la Escuela Nacional de Música-UNAM, todos conducidos por mí.
Hago votos porque esta contundente obra
que, considero, culmina un largo periplo de Manuel Enríquez como apóstol de la
mexicanidad, sea motivo de orgullo para todos los mexicanos, como los jóvenes
en Salzburgo estaban orgullosos de “sus” compositores; deseo que se programe
con mayor frecuencia en los escenarios de México y del mundo, no sólo por
fuerza de su grandeza musical, sino de igual manera en virtud de la intensidad
épica con la que remite a un acontecimiento fundacional del México
contemporáneo.
Considero que ante los procesos
globalizadores de la economía contemporánea, es menester reafirmar los valores
esenciales de nuestra cultura, es menester no acallar la voz del cosmos propio,
es menester la toma de conciencia de lo nuestro para configurar el propio
devenir. Así lo ha manifestado
Manuel Enríquez en su obra “Visión de los Vencidos”, que con enjundia y fuerza
cautivadora, es una razón más para estar orgullosos del corpus de la música mexicana de concierto.+++
BIBLIOGRAFÍA:
LEÓN-PORTILLA,
MIGUEL, ed. Visión de los Vencidos, Relaciones Indígenas de la Conquista,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, Biblioteca del Estudiante
Universitario, 2009.
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