DAVID HUERTA
El aliento de
Orfeo
Al asediar las honduras de un poema, de los enlaces de las palabras
que lo conforman, de los vínculos de la prosodia —cantidades silábicas,
modulaciones en las frases y cláusulas-, el músico extrae una sustancia
sensible para disponerla en el espacio sonoro. Y del poema queda en la
composición, ya no las palabras o su textura verbal, entonces, sino algo que
podríamos llamar un hálito central, un soplo primigenio.
En el siglo XIX, el ideal de Verlaine (“De la musique avant toute
chose”) y los símbolos adelgazados y ardientes en la forma perfecta de la
poesía de Mallarmé alcanzaron en los versos de Rainer Maria Rilke (1875-1926)
una realización aún más completa: En sus poemas brilló con luz cenital lo mejor
de la poesía europea.
Rilke, poeta de
lengua alemana, nació en una de las más hermosas ciudades de Europa, Praga, en
el corazón de Bohemia. Fue el suyo un espíritu de fragilidad abismal; pero supo
descubrir con los ojos abiertos visiones únicas y tuvo el pulso firme para
llevarlas al papel.
Tres poemas
rilkeanos le sirven a Sergio Cárdenas para desplegar su imaginación. ¿O es el
compositor mexicano el que sirve a los poemas? No importa. Lo que importa es la
música, el poder órfico de las armonías y los timbres, la riqueza orquestal
conducida con mano maestra, el lirismo preciso y la déchirure trágica en
equilibrio sereno o tempestuoso.
Comienzo apenas a
entender, con la escucha repetida, el sustrato mítico y simbólico de esta música
de Cárdenas. El Yggdrasill, árbol cósmico de la mitología septentrional, está
como dibujado con una punta de plata en uno de estos poemas rilkeanos. Sergio
Cárdenas lo ha
convertido, con el columpio que de él cuelga, en un poderoso
símbolo musical.
Veo una vez más a Sergio Cárdenas en
Praga, donde lo conocí, en el Puente de Carlos, junto a ese “santo de piedra,
mudo, ahogado” (San Juan Nepomuceno), según se lee en un hermoso poema
mexicano. Y junto al perfil sonriente del músico mexicano descubro la efigie
melancólica, afantasmada, de Rilke. Veo y oigo los instrumentos, el prístino
rumor del agua fluvial.
Escuchemos. El
sueño de la realidad ha sido orlado aquí por el aliento de Orfeo.
© David Huerta, Ciudad de México, septiembre de 2005
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