De cómo Hermilo
Novelo salvó mi carrera musical.
por Sergio Cárdenas*
A Fernando
Ávila Navarro,
con
agradecimiento y afecto vigentes.
Cuando a finales de junio de 1975 el
Rector de la entonces Escuela Superior de Música y Arte Dramático “Mozarteum” (hoy:
Universidad de la Música), el Mtro. Paul Schilhawsky me ofreció, al término de
la Ceremonia de Graduación de la carrera de Dirección Orquestal, la conducción
de la Orquesta Sinfónica de esa prestigiada Escuela a partir del siguiente
ciclo académico (septiembre del mismo año), me encontré con un enorme problema.
Cinco años antes me había sido otorgada
una beca para realizar los estudios de Maestría en Dirección Coral en el
reconocido Westminster Choir College, de Princeton, NJ (USA). Esto sucedió cuando
llevaba apenas unos meses de estar cumpliendo con el Servicio Militar. Por la importancia de esa beca para mi
desarrollo, indagué en la Secretaría de la Defensa Nacional sobre la
posibilidad de posponer la realización del servicio militar, a lo que me
respondieron que en ese caso, se me podría dar permiso para ausentarme del país
por no más de cinco (5) años, al término de los cuales yo debería regresar a
México a concluir el referido servicio.
Así, yo debería regresar a México justo en
el verano de 1975. Entré en un periodo de angustia pues la fabulosa oportunidad
de ocupar la titularidad de una orquesta sinfónica en la ciudad natal de Mozart
a los 24 años de edad, me parecía algo que de manera alguna debería yo dejar ir de mis manos.
Ya en ocasiones anteriores, durante el
transcurso de mis estudios en Salzburgo, había yo recurrido a Fernando Ávila
Navarro, a la sazón Agregado Cultural de México en Austria, a solicitar consejo
respecto algunas inquietudes musicales mías. Recuerdo más que bien, por
ejemplo, cómo la vehemencia con la que Fernando me hablaba de Celibidache fue lo que a la postre me llevó al para
mí muy afortunado encuentro con ese demiurgo musical en 1977.
Fue en la primavera de 1975 cuando al
tomar conciencia del inminente regreso a México para cumplir con el Servicio
Militar, recurrí al consejo de Fernando pues dado lo vivido en Salzburgo en el
tiempo que llevaba yo ahí como estudiante, tenía la convicción de que
interrumpir entonces mis estudios y preparación musical no era lo más adecuado.
Fernando entendió de inmediato la dimensión de mi inquietud y prometió pensar
una posible solución para mí.
Pocos días después, Ávila me llamó desde
Viena para informarme que en unas semanas más, el violinista mexicano Hermilo Novelo
(http://es.wikipedia.org/wiki/Hermilo_Novelo) estaría ofreciendo un recital en
Salzburgo: “Acércate a Hermilo y plantéale tu problema; él tiene buenas
conexiones en México y seguro te
podrá ayudar”, me dijo Ávila.
Asistí en Salzburgo al recital de Hermilo
Novelo. Al término de su presentación, fui a presentarme con él felicitándolo
por su actuación. Lo invité a cenar, junto con su esposa, la escritora Marcela
del Río, quien lo acompañaba. En la cena, expuse a Hermilo mi problema. De
inmediato, con una generosidad cariñosa, me pidió que le escribiera a su amigo,
Mario Moya Palencia, entonces Secretario de Gobernación del Presidente
Echeverría. “Cuéntale todo, incluso que le escribes por recomendación mía”,
dijo Hermilo. “Yo regresaré a México en un mes y llegando me comunicaré con él
para insistir en que te ayude”, agregó.
Así lo hice. Sin embargo, pasaron los
meses y yo no recibía noticia alguna de México. Para entonces había llegado el
mes de junio y ya tenía en mis manos el magnífico ofrecimiento del Rector
Schilhawsky. “Con esto en mis manos, sería más que desafortunado no contar con
la solución del problema del servicio militar y, por ello, tener que regresar a
México, cancelando la posibilidad de asumir mi primer trabajo como director
titular de sinfónica en septiembre siguiente”, comenté a Ávila. “No pierdas la
calma, ya aparecerá algo”, me decía Fernando.
A mediados de julio, recibí de la Embajada de
México en Viena una llamada telefónica: “Que me presentara cuanto antes a
recoger un documento que debería ser recibido de manera personal”. Al día
siguiente, viajé temprano a Viena para llegar antes del mediodía. Previo al
abordaje del tren, me había tomado unas fotos en la caseta fotográfica que
estaba instalada en la estación central de ferrocarril de Salzburgo, pues me
habían pedido que llevara unas fotos tamaño infantil. Salieron tan horrorosas
esas fotos que cuando la secretaria de la embajada las vio, casi se negaba a aceptarlas
para agregarlas al documento que me entregaría: mi cartilla del servicio
militar ¡liberada! “¿Porqué me trae usted unas fotos suyas tan feas para un
documento tan importante?”, me había dicho la secretaria con voz de regaño. “No
tuve tiempo ni dinero para conseguir algo mejor; tampoco creo que con más
tiempo y dinero hubiera mejorado mucho la imagen”, le contesté.
Los documentos que recibí de la embajada
mexicana, incluían un oficio en el que el Secretario de Gobernación había
girado instrucciones al Secretario de la Defensa Nacional para que mi cartilla
fuera liberada. Todos los documentos los habían mandado por medio de la valija
diplomática que la embajada recibía con periodicidad de la Secretaria de
Relaciones Exteriores de México. Recuerdo que al ver esos documentos, no pude
contener la alegría y salté rebosando de felicidad: pensaba yo en lo que me
esperaba a partir del próximo mes de septiembre.
Esa intervención afortunada de Hermilo
Novelo me permitió vivir en Salzburgo cuatro años más, años que viví con gran
emoción y felicidad, entregado al estudio a fondo del canon clásico del
repertorio sinfónico. Esos años me permitieron, asimismo, dirigir la espléndida
orquesta estudiantil del “Mozarteum” en algunos conciertos memorables, entre
los que destacan aquellos en los que contamos con la colaboración como solistas
de Gidon Kremer y Henryk Szeryng. La gran sensación fue el concierto con
Kremer, a los pocos meses de asumir la titularidad de la orquesta, pues poco
antes von Karajan había declarado que Gidon Kremer era “el mejor violinista del
mundo”, declaración que en especial en Salzburgo, ciudad natal de von Karajan,
tenía nivel de dogma.
De similar manera, gracias a esa
continuidad de estancia en Europa, descubrí para mí a Sergiu Celibidache, cuyo
primer encuentro viví con perplejidad en la primavera de 1977 al asistir a sus
ensayos al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart. En otra
ocasión compartiré lo que significó para mí y cómo cambió (enderezó, diría) mi
vida a partir de ese luminoso encuentro. Mientras, mi agradecimiento perenne al
violinista mexicano Hermilo Novelo, salvador de mi carrera musical.
*Profesor Titular de Carrera en la Facultad de
Música-UNAM, Ciudad de México.
©Sergio Ismael Cárdenas Tamez, 10 de febrero de 2015.
Este artículo se publicó en el mensuario LA DIGNA METÁFORA, en febrero, 2015:
https://onomatopeyadeloindecible.blogspot.com/2015/02/mi-cartilla-en-viena-la-digna-metafora.html