VIVIR UN AÑO NUEVO
Infinito RETORNO
El año nos da una relación con el tiempo. El tiempo nos hace ser. Sospecho que el tiempo nos hace “hacer”. El niño tiene tiempo y el anciano tienen tiempo, son tiempo y el tiempo los hace tener, conservar-se, permanecer-se, vivir-se. Uno actúa distinto que el otro. Su “hacer” los hace ser diferentes en su historia personal. Su “hacer” les da la configuración que sustentan y exhiben ante el otro. Hay seres que acaban su vida en poco tiempo por la multiplicidad de sus “haceres” y hay seres que la prolongan y la estiran hasta la última gota de ser por economizar sus “haceres”. Cada ser humano se da y se entrega de forma distinta al tiempo, siendo tiempo. Un año es una arquitectura de piedra transparente, cada hora, día, semana, mes, pasillos y caminos, espacios abiertos y cerrados, laberinto de habitar lo abierto como si el camino fuera redondo, donde cada ser humano fuera la partida y la llegada a la vez. Partida y llegada que es un ciclo como es el ciclo transparente de pronunciar “Año”. “Año”: Emperador de los meses y semanas y días y horas. El tiempo es como el barro al que uno le da forma y termina dándose forma. El Año sólo determina la perspectiva de esa forma, pero nada se determina.
Cumplir ciclos es conmemorar “el Tiempo”, al dios Tiempo se podría decir, el que nos hace ser en actos para subsistir como Tiempo. Un filósofo nos recuerda que somos tiempo, “el ser es tiempo.” Sospecho que el ser como ser, supera al tiempo de ser, es decir, si la forma del tiempo es el “hacer”, este “hacer” es su sentido como tiempo, es decir, el tiempo sería la forma y el hacer su contenido. Pienso que este tiempo es tiempo del “hacer”. Los latinoamericanos somos “hacer”, “hacer” en el tiempo. Por el “hacer” somos. Hacemos y en el hacer somos, hacemos sin más. Esto es fundamental. Y en este sentido somos movimiento, espacio.
Un año más de vida significa integrar actos en el cuerpo, darle forma al espacio que nos contiene, múltiples actos se encadenan y disipan, se insinúan y se rozan, se equilibran y se ocultan, se violentan y serenan, aparentan concluir un ciclo que significan empezar otro. El cuerpo es el protagonista en esta forma de tiempo. El tiempo encarnado es el “hacer” del cuerpo que se convierte en un espacio encarnado. El cuerpo se impregna de Tiempo y en la forma de impregnarse esculpe su rostro y experimenta la potestad y el saberse propietario de su existencia, de su ser. Estoy, Existo. Habito. Persevero en el perseverar mismo. Siendo vida acepto hacerme lo vivo en actos.
En cada ciclo de tiempo nos reafirmamos en nuestro ser. Existo. Soy. Yo diría, “Hago”. “Me Hago” en el sentido de me realizo, me hago realidad con todo, me uno a todo a través de mi acto y este todo me hace que me pertenezca a mí como acto de perseverar en el “hacer”. Cada Año Nuevo hace que me enfrente a mis actos, luego entonces, cada año es una suma de actos en su inquisición postrera. Pero un acto no es imperfecto ni perfecto, ni bueno ni malo, “es” simplemente. Esto no hay que tomarlo a la ligera, pues el acto siempre tiene un destinatario universal que es el propio mundo, el otro, el semejante. En este sentido sospecho que el Año Nuevo sólo tiene sentido para el mundo, para el otro, para el semejante, son ellos quienes me lo hacen patente, me lo presentan, me lo ponen en la cara para que marque mi rostro como un tatuaje perpetuo, y bajo esta perspectiva mi acto que “era” solamente, ahora puede ser perfecto e imperfecto, malo o bueno, etc. Es por el otro que mi acto es dual, bivalente, incierto, débil.
Todos sabemos que el cuerpo es quien envejece, pero, ¿envejece con respecto a qué? ¿Al mundo, al otro, a mí mismo? El mundo no envejece, se transforma. El otro no envejece, se transforma. Yo entonces no envejezco, me transformo. Cambio. El tanto moverse me hace tener cansancio y poco a poco soy más lento. El cuerpo cumple su ciclo. Un año más y otro y otro. La potencialidad de ser se agota en su presencia de ser. Tanta presencia de ser se desgasta en cada acto de ser, pues en cada acto queda su esencia como presencia de ser en acto.
Quien viaja por el tiempo es mi cuerpo en suma de actos constantes, lo que los griegos llamaron“devenir”. Pero“romper”elTiempo en años, meses, semanas, horas es algo que tiene sentido para el que me observa, no para mí que vivo el tiempo y me vive el tiempo, no para mí que actúo y creo actos. El niño es una suma de actos como el anciano es una suma de actos, enteros en sí mismos. Esto quiere decir que el acto aparenta estar en el tiempo, como nos es claro que la conciencia no está en el tiempo. La conciencia, el alma, el espíritu no se miden en razón de tiempo ni en ninguna otra razón, son enteros en su enteridad. Digamos que es el cuerpo el que deviene tiempo, la conciencia no. La conciencia “es” con un todo y que es el propio todo.
Dicen que un Año Nuevo es tiempo de reflexión, de hacer recapitulación y revisión de lo que se hizo en un año. Desde este punto de vista quien cumple los ciclos es el otro que me mira actuar, pues el otro sí tiene la referencia de los días y meses, yo solamente vivo, duermo y me levanto. Es el otro que me pone el límite de haber vivido un año. Yo vivo la vida en su enteridad, en su extensión total, porque la vida es todo. La vida no está rota en, como, para el tiempo. De hecho cada año es cada año, es decir, cada día es un año respecto al otro día del otro año. Cada día cumple un año y cada día sería motivo de reflexión.
Cualquier ser humano puede vivir en una isla acompañado por el día y la noche. El tiempo toma la forma del ser que lo contiene y lo vuelve plástico, líquido, sólido, gaseoso, salado, útil, distante, dulce, amargo, frutal, selvático, marino, montañoso, sanguíneo, palabra. La reflexión no supone asumir la amargura del otro. No hay felicidad si no hay serenidad, no hay prosperidad si todos no avanzamos de la mano. En suma, es “el otro” el que me pone en el tiempo y es para el otro que yo envejezco y tengo ciclos de años. Yo vivo en la totalidad de la vida y en la eternidad, pues, mi relación es con la vida en su enteridad existente y no en su particularidad de medida. Y en este espacio siempre conservaré la edad total de mi cuerpo que siempre será única y entera, pues tengo toda la edad de todos los universos posibles. Sí, el Tiempo no se debe entender, se debe vivir.
¡FELIZ ETERNIDAD!
¡UN ABRAZO DEL TAMAÑO DEL CIELO!
Te Desea...
Dyma Ezban.
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