por Sergio Cárdenas *
Hace varias semanas, la Secretaría de Educación Pública
(SEP) del gobierno mexicano, dio a conocer una lista de lo que en su
convicción contituye la Biblioteca Básica ideal para nuestros escolares. Dicha
publicación provocó una airada reacción de algunos que (como yo) no aceptaban
que se hubieran dejado fuera de la lista algunas obras de nuestros escritores
más preclaros. Desconozco si dicha protesta lograron que la SEP modificara la
citada lista y agregara las obras que motivaron la protesta.
Me parece, sin embargo, que hubo
una omisión más, quizá más importante que las que llevaron a la mencionada
protesta. Se trata de un libro milenario, enjundioso y, sin duda alguna, de un
enorme valor literario. Me refiero a la Biblia, también conocida como la
Sagrada Escritura.
La Biblia es ese libro
trascendental sobre el que toda la civilización occidental ha construido sus
fundamentos. Los datos históricos que contiene son de gran relevancia en el
entendimiento del mundo contemporáneo, en especial después del 11 de septiembre
de 2001. Sus preceptos teológicos son los pilares de millones de creyentes de
las fe judía, cristiana, ortodoxa y, parcialmente, musulmana. La Biblia ha sido
fuente inagotable de inspiración para las artes de todas las épocas y en todas
sus manifestaciones. En una época como la actual, en la que las obsesiones por
el poder han politizado de manera desmedida la fe, es necesario que uno vuelva
a la lectura de la Biblia para recobrar la pureza de la fe y de la gracia
divina.
Amén de ser fuente de consuelo
para millones de creyentes, la Biblia es una portento literario indiscutible.
Por una parte, contiene una poesía exquisita, sutil y poderosa, fina y franca,
mística y erótica, épica y dramática. Esta maravillosa poesía la encontramos en
los muchos himnos, salmos, plegarias, poemas de amor (ahí está el soberbio
"Cantar de Cantares"), baladas y arengas tan intensas como precisas
en la expresión.
También encontramos en la Biblia
todo tipo de aforismos útiles para las relaciones humanas y para el devenir
cotidiano (véase el libro de los "Proverbios"), con lo que la Biblia
se reafirma como un libro cercano al hombre común, al que se dirije sin
retóricas ni rebuscamientos lingüísticos.
La narrativa bíblica es, en todo
momento, emocionante, que cautiva y conmueve al lector y "no lo
suelta". Se sabe que en cierta ocasión, Oscar Wilde fue examinado en sus
conocimientos del griego clásico. Le fue dado a leer, en griego, un pasaje de los
Evangelios. Tras leer los primeros párrafos, el jurado examinador le hizo saber
que era suficiente. Sin embargo, Wilde se siguió leyendo, haciendo caso omiso
de la indicación del jurado. Se le preguntó porqué había seguido leyendo. Su respuesta
fue: "Quería saber cómo terminaba la narración."
La narrativa bíblica estimula la
imaginación (puede cubrir, por ejemplo, muchos siglos en apenas una frase, como
se lee en la Historia de la Creación), traza las grandes líneas dramáticas y
destaca lo necesario. Su narración más importante es una historia épica: la
historia de Dios, como lo ha mencionado el teólogo ex-jesuita Jack Miles en su
libro "Dios. Una biografía". La Biblia nos narra la metamorfosis
divina, sus celos, su ira, su amor, su indiferencia, su resignación y hasta su
curiosidad por sentir en carne propia lo que sentimos los humanos, curiosidad
manifestada al transformase en Jesucristo y presentada por la Biblia (en los Evangelios)
como una novela policiaca-metafísica, con una pléyade de ejemplos de
personajes (soldados, espías, traidores, prostitutas, la familia del acusado
-quien es tratado, a la vez, como enemigo del Estado, como sacrílego y como
loco -, los seguidores del acusado, sus detractores, los jueces religiosos y
los laicos, el pueblo, un via crucis, un monte calvario, la pena de muerte, un
centurión que le perfora el pecho al condenado "para que se muera
rápido", se lee en el Evangelio) participando en un dramatismo que
confronta lo político con lo religioso ("Mi reino no es de este
mundo", habría dicho Jesucristo a Pilatos), que aborda preguntas
sustanciales de la existencia ("?Qué es la verdad?, preguntó Pilatos), que
corrobora el sadismo sediento de sangre de las masas de todos los tiempos.
En la Biblia encontramos también
esas historias fascinantes y llenas de mensaje como las de Sansón y Dalila, de
David y Goliath, de la caída de los muros de Jericó, de la plagas que azotaron
a los egipcios para que liberaran a los judíos esclavizados, de la
peregrinación por el desierto y el cruce del Mar Rojo, de las tentaciones de
Jesucristo, etc.
De sus tratados teológicos, son
dignos de mención los discursos de Job y sus interlocutores, las epístolas
paulinas y los libros de los profetas, tanto los así llamados mayores como los
menores.
La Biblia también nos habla del
amor como virtud y atributo por excelencia: podemos leer sobre ello en la
Primera Epístola a los Corintios, capítulo 13. Ante estos contundentes versículos
bíblicos, Eric Fromm queda ubicado en un nivel de aprendiz.
Y qué decir de la definición
bíblica de la fe: la certeza de lo que no se ve (en el capítulo 11 de la
Epístola a los Hebreos), para que ningún predicador ni Padre Amaro nos venga
con cuentos.
No faltará quien objete que en un Estado en el que la
Constitución Política consagra la laicidad de la educación pública, la Biblia
no debería ser siquiera considerada como material de lectura. Yo digo que no
hay necesidad de creer (o de imponer una creencia) en lo que se lee en la
Biblia, sino que es un libro fundamental para nuestra cultura occidental y,
además, de indiscutible valor literario. Como dijo Borges, „un libro que
ha sido inspirado por el Espíritu Santo no puede traernos nada negativo“. Por ello
y por convicción propia, no de ahora sino de mucho tiempo ha, recomiendo
fervientemente la lectura de la Biblia, aunque no se crea en ella.+++
(c) Sergio Ismael Cárdenas Tamez.
Ansbach, Alemania; el 2 de octubre de 2002.
*Compositor musical y director
sinfónico.
Ya lo dice el Salmista en Salmos 119: Cuán dulces son á mi paladar tus palabras! Más que la miel á mi boca.
ResponderEliminar104 De tus mandamientos he adquirido inteligencia: Por tanto he aborrecido todo camino de mentira.
105 Lámpara es á mis pies tu palabra, Y lumbrera á mi camino.