En la página 20 de la edición correspondiente al lunes 16 de marzo, 2015, l revista cultural LA DIGNA METÁFORA publica un texto mío en homenaje al barítono mexicano ROBERTO BAÑUELAS. Mi texto se publicó incompleto; este es el texto completo:
Cual aliento dentro del soplo divino
por Sergio Cárdenas*
La
mitología griega nos narra que cuando Zeus terminó sus trabajos de la
creación del mundo, preguntó a los dioses si había aún algo que le
faltara. Los dioses respondieron que sí: que faltaba que dotara al
hombre de la voz para que con su sonido manifestara la esencia de la
divinidad, pues el sonido es el don de una deidad, es su propia voz
sagrada (1)
La voz manifiesta la vibración del espacio sideral y la vibración de la razón. La voz es la manifestación del logos y del tonos,
de la razón y del sonido. Cuando nos referimos a la música, que es la
expresión de las Musas, esas deidades de la Grecia Antigua hijas de Zeus
y dignas de adoración, nos referimos a ese ámbito superior, diáfano y poderoso que constituye el reino del sonido.
Beethoven decía que la música es la más verdadera de todas las manifestaciones del pensamiento. Es una manifestación
que se enuncia primigeniamente a través del canto y del habla, pues
ellas reflejan ese imperativo del ser humano de alcanzar un
entendimiento trascendental que le permita la comprensión y la
percepción de la esencia de las
cosas y, a la vez, corrobore el milagro de la existencia humana. Día a
día comprobamos que cuando el ser humano es sacudido por fuerzas
elementales de su realidad, surge de inmediato el canto hablado o la
canción para confirmar ese milagro existencial.
En febrero de 1922, el poeta alemán
Rainer Maria Rilke (1875-1926), obedeciendo lo que él mismo llamó “un
dictado superior”, escribió en pocos días las dos series de los sublimes
Sonetos a Orfeo, obras
cúspide de la poesía de todos los tiempos. En esta concepción órfica del
devenir humano, se le exige al poeta medirse con Orfeo mismo, es decir,
con esa manifestación divina en la que el canto está en el aliento del
soplo divino, pues sólo ahí ese canto puede devenir en revelación
verdadera, en canto de la existencia y no como un sonido enamorado de su
propio efecto acústico o que vibra con vanidad en cada intervalo como
un canturreo volitivo, en vez de como un canto logrado. En el Tercer
Soneto de la Primera Serie, además de recurrir a metáforas bíblicas
(como aquella tomada de los Evangelios en la que Jesús sentencia que
será más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que un
hombre acaudalado entre en el reino de los cielos), Rilke hace énfasis
en el imperativo de liberar el canto de la apariencia, de la simulación,
es decir, en que sea sólo una revelación verdadera en la que el sonido
es la significación del ser del mundo, significación que está más allá
del dilema de la razón y nos remite al sentido original de la filosofía:
es el arte más elevado de las Musas, como afirmaba Sócrates. Alcanzado
este nivel, el cantor, como el camello en la parábola bíblica referida,
podrá seguir el camino de la divinidad a través de su angosta lira. No
es el aplauso pasajero ni el estrellato, globalizado o no, lo que nos
garantiza la integridad del canto, por más que por esas mismas presiones
se nos haga abrir la boca y emitir efectos acústicos, de alturas
definidas o indefinidas (2). Es el obedecer el aliento divino lo que
permitirá que el canto se logre, lo que hará de esa fugacidad un momento
eterno, lo que, en suma, nos confirmará lo milagroso de nuestra
existencia. Así lo dice Rilke:
RAINER MARIA RILKE
Soneto a Orfeo I/3**
Un dios lo puede. Pero dime, ¿cómo un hombre
Lo ha de seguir a través de la angosta lira?
Su razón es un dilema, No se yergue ningún templo
Para Apolo en el cruce de dos caminos del corazón.
Cantar como tú lo enseñas, no es deseo
Ni finalmente promoción de algo aún no logrado;
Cantar es existir. Algo fácil para el dios.
Pero nosotros, ¿cuándo existimos? ¿Y cuándo vuelve él
La tierra y las estrellas hacia nuestro ser?
No es eso, doncel, lo que amas, aunque
La voz entonces la boca te haga abrir.
Aprende a olvidar que cantaste. Eso es pasajero.
Cantar, en verdad, es otro aliento.
Un aliento por nada. Un soplo dentro de dios. Un viento.
En
el devenir musical del México contemporáneo, la figura de Roberto
Bañuelas se yergue como un hito, como un punto de referencia
incuestionable en el ámbito musical gracias a un canto logrado, libre de
apariencias, un canto verdadero, genuino, que confirma nuestra
necesidad de un entendimiento trascendental, que ha guiado nuestro
espíritu y conducido nuestro corazón por caminos luminosos y translumbrantes que nos reafirman y fortalecen a través de esos momentos beatíficos brindados por su canto.
Tuve
el privilegio de escuchar por primera vez esta voz prodigiosa en los
inicios de mis tentativas musicales a finales de la década de los 60.
Asistí entonces a una presentación de la ópera Il Trovatore, de G. Verdi, en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana. De inmediato Roberto Bañuelas, cuyo
rendimiento de “Il balen dil suo sorriso” aún recuerdo vívidamente, se
volvió para mí un ejemplo y un parámetro. Deseaba para mí, por aquellos
años, llegar algún día a alcanzar tal plenitud vocal y musical. La vida
me llevaría, a final de cuentas, por otros derroteros: por los campos de
la dirección y de la composición musical. Para mi fortuna, esos nuevos
derroteros no me alejaron de Roberto Bañuelas y, así, pude vivir muchos
momentos memorables marcados indeleblemente por la maestría vocal y
artística de Roberto Bañuelas. Hago
propicia hoy la oportunidad de agradecerle, de nueva cuenta, el
privilegio que me brindó de hacer música a su lado durante mi paso al
frente de la Orquesta Sinfónica Nacional de México y de la otrora
Filarmónica del Bajío, hoy Filarmónica de Querétaro.
Enlisto,
a continuación, algunos extractos de oratorios, óperas o ciclos de
canciones con los que compartimos escenarios, y que fueron intervenciones inolvidables de este gran barítono mexicano: El aria “La trompeta sonará”, del oratorio Mesías, de Haendel. El aria “Basta ya”, del oratorio Elías, de Mendelssohn. La plegaria “Dios, hazme saber que mi vida tiene un fin”, de Un Requiem Alemán, de Brahms. El aria, con coro, “Apresuraos, almas impugnadas”, de la Pasión según San Juan, de Bach. El vertiginoso “Estuas interius”, de Carmina Burana, de Orff. La conmovedora personificación del Marqués de Posa en la ópera Don Carlo, de G. Verdi, o su no menos conmovedor Raimondo con su “Cessi quel contento”, de la ópera Lucia de Lammermoor, de G. Donizzeti. A principios de la década de los 80, en el Palacio de Bellas Artes con la Sinfónica Nacional, compartimos una hora estelar con el ciclo de canciones de “El cuerno maravilloso del doncel”,
de G. Mahler, en especial con aquella canción del prisionero en la
torre que proclama “Die Gedanken sind frei”: Los pensamientos son
libres. Y qué decir de las
diversas ocasiones en las que en ese mismo espíritu de libertad, nos
arengó en el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven con el
agregado que el coloso de Bonn le colocó a la oda de Schiller. “Amigos,
no más estos tonos, sino entonemos algo más agradable y más lleno de
alegría”.
Mi
gratitud a Roberto Bañuelas por todas estas muestras de generosidad
artística, muestras a las que hoy, para fortuna de nuestra Escuela
Nacional de Música de la UNAM, tienen acceso las nuevas generaciones de
talentos vocales a través de su vocación pedagógica. Esos jóvenes
talentos, para crecer, también deberán medirse con él y, como él, aspirar a brindar un canto verdadero, sin simulaciones, cual aliento dentro del soplo divino.
*Profesor Titular de Carrera y del Posgrado en la Escuela Nacional de Música de la
Universidad Nacional Autónoma de México.
© Sergio Ismael Cárdenas Tamez. Ciudad de México; el 14 de abril, 2008.