Resonancia
armoniosa en el hálito infinito
por Sergio CÁRDENAS*
Para Elisabeth Kittel, con sentido agradecimiento.
Radiqué en la ciudad de Salzburgo de septiembre de 1973 a junio de
1979. Ese ha sido uno de los
periodos más afortunados de mi vida. Lo ha sido porque tuve la grandiosa
oportunidad de escuchar la gran mayoría de los ensayos de la inagotable lista
de maravillosas orquestas que llegaban ahí para reafirmar su musicalidad y
profesionalismo en una de las cunas mismas de la música occidental: ahí nació
Mozart en 1756…y muchos años después, también von Karajan (1908).
Entre las vivencias más afortunas cuento todas aquellas en las que
disfruté, admiré y fui conmovido por la fantástica Filarmónica de Berlín, que
pude oír por primera vez en el Festival de Pascua de 1974, fundado y dirigido
por von Karajan y en el que brillaba en todo su esplendor su legendaria
Filarmónica.
Recuerdo aún, como si lo estuviera vivenciando en este mismo momento,
ese primer encuentro con von Karajan y sus filarmónicos: fue en el ensayo
general de la ópera “Los maestros cantores de Nürnberg” (Wagner). La opulenta
escena, que llegó a congregar a varios cientos de cantantes, coristas y
comparsas en el amplio foro de la Gran Casa de los Festivales de Salzburgo,
fue, para mí, opacada por lo que sucedía en el foso: von Karajan había pedido a
sus filarmónicos que no usaran camisa blanca en ese ensayo, que, de
preferencia, usaran camisa celeste o azul suave. Nunca en mi vida había yo
presenciado una orquesta que involucraba todo su cuerpo al momento de la
ejecución musical, lo que proveyó a la ópera wagneriana de un espectáculo
inesperado que se desarrollaba en el foso: la fogosidad wagneriana y las
emociones altamente contrastantes de su maravillosa ópera, se mostraban de manera
intensiva y cautivadora en aquel juego de luces (de los atriles) y sombras que
generaban lo que parecía un oleaje ora suave, ora violento, que me atrapaba y en el que yo, en el
mejor de los casos, gustoso me habría sumergido.
Y vaya que lo que se ofrecía en el foro no dejaba algo qué desear:
destacaban las maravillosas voces de Gundula Janowitz, de Peter Schreier y de
Karl Ridderbusch. Además, el experimentado Coro de la Ópera de Viena y un
vestuario deslumbrante, muy propio de la época.
Disfruté de seis de los Festivales de Pascua de Salzburgo gracias a la
generosidad de la pianista Elisabeth KITTEL, de Ansbach, Alemania, quien año
con año me regalaba un abono para asistir al bloque de tres conciertos y una
ópera, todo dirigido por von Karajan ante sus filarmónicos.
En una entrevista que se le hizo en el marco de alguno de esos
festivales, se le preguntó cuándo dirigiría de nuevo “Tristán e Isolda”. Von
Karajan había sido catapultado a la fama cuando dirigió esa ópera en 1939 (en
plena Segunda Guerra Mundial!) en la Ópera Estatal de Berlín, con apenas 31
años de edad. De alguna manera, su nombre quedó ligado a esa ópera desde
entonces; de ahí la pregunta en la entrevista. Karajan respondió (para entonces
ya rebasaba los 60 años de edad) que no era bueno para alguien mayor de 60
años, dirigir esa ópera. Se sabe que varios directores han muerto mientras
dirigían esa ópera, todos ellos durante el segundo acto.
Esto es porque la enorme tensión que Wagner construye en sus óperas,
atrasando y buscando siempre la redención , tiene, de manera irremediable, sus
efectos en la presión arterial, generando incluso que el pulso se eleve tanto
que alcanza nivel de taquicardia. Yo no he dirigido esa ópera completa, pero el
dirigir su “Preludio” y su “Muerte de amor”, me han sido suficientes para
comprobar esa alteración.
Por ello es muy significativo que Karajan, ya rondando los 70 años de
edad y bastante lastimado por un serio problema de la columna que casi le
obligaba a arrastrarse, haya programado la “Muerte de Amor de Isolda”, que es
el final de la grandiosa ópera, en un concierto con su Filarmónica y la
maravillosa soprano Jessye Norman.
Tuve la fortuna de estar presente en el ensayo general, único que
hicieron juntos. Al inicio del ensayo, estando ya Norman en el escenario junto
al Maestro, éste pidió le trajeran una silla y le dijo: “Por favor, siéntese y
escúchenos. Así no tendremos que hacer tantas explicaciones”. Procedió entonces
a dirigir (sí, dirigir) esa
conmovedora parte final de la ópera, que la Norman escuchó con atención. Luego
la dirigió de nuevo, ya con la Norman cantando.
Sobrecogedora es la manera como Karajan hace que esa música surja desde
los abismos más profundos, justo como inicia el “Preludio”. Así emergió la soprano
de la Norman y juntos, escuchándose, reaccionando al acontecer, fueron
creciendo en intensidad y en fuerza expresiva, tal y como dice el texto
wagneriano, que refiere a las olas de aromas embriagadores “que se dilatan y me
envuelven” en el fluctuante torrente, en la resonancia armoniosa, en el
infinito hálito…
Siempre he considerado que el campo en el que mejor se manifestaba la
enorme capacidad de von Karajan, era el campo de la ópera. Lo observé en muchas
ocasiones ensayando y dirigiendo “Don Carlos” (Verdi), “Trovador” (Verdi),
“Lohengrin” (Wagner), “Fidelio” (Beethoven), “Bohemia” (Puccini), “La flauta
mágica” (Mozart) y “Los maestros
cantores de Nürnberg”. Karajan, que conocía de memoria los textos de esas y
otras 40 óperas, en todo momento cantaba con los solistas, dirigía su
respiración, propiciaba en la orquesta el “tapete musical” necesario sobre el
que los solistas vocales se
manifestaban con soltura, con seguridad, con musicalidad. Y así como él
literalmente seducía e inducía a sus filarmónicos con una gesticulación mínima
pero extremadamente eficiente, así seducía e inducía a sus solistas en la
expresión de las múltiples emociones contenidas en la óperas.
También así sucedió cuando Jessye Norman cantó con él y su Filarmónica la
“Muerte de amor de Isolda”, lo que queda documentado acertadamente en el video
Notamos a von Karajan fundido,
sumergido en el gran Todo de la música, del universo, moldeando el sonido
orquestal y el vocal con profunda sensibilidad, con una empatía que es
fragancia, con una firmeza y suavidad que destella madurez musical, que refleja
la beatitud de morir de amor: es todo un marco y contenido musical en el que la
Norman se explaya, se expande, se eleva. Y, como dice el texto, todo resplandece con luz creciente, llena, sublime, que inflama el corazón y nos envuelve y traslada a los ámbitos
supremos, excelsos, redentores.
*Compositor
musical y director sinfónico. Director Artístico de CONSORTIUM SONORUS,
orquesta de cámara.
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