martes, 7 de septiembre de 2021

NO HE TOCADO A SCHUBERT CON SUFICIENTE LENTITUD

 

                                                               Franz Schubert (1797-1828)


                                                             Sviatoslav Richter (1915-1997)


NO HE TOCADO A SCHUBERT CON SUFICIENTE LENTITUD


Habla Suvorin:


   Yo era un pianista en los días  buenos y, en los malos, alguien que tocaba el piano.  Nunca fui perfecto, me tomo libertades y he tenido problemas, a menudo serios, con los compañeros que perseguían la perfección…Lo que buscaba era lo opuesto a la perfección. ¿Qué se supone que es la perfección? Cuando tocaba el piano, era el chico que subía cuatro, cinco escalones de golpe. Cada interpretación era una nueva oportunidad.

   ¿Qué cualidades se necesitan para hacer un buen acompañamiento de una canción? Siempre me ha gustado acompañar una voz al piano. No había nada que hiciera más a gusto. Cuando acompañas una voz, tocas otro instrumento. ¿En qué consiste? Debes escuchar las consonantes del poema que se canta y no tocar las vocales. Ese es el secreto. Sviatoslav Richter lo hacía y yo lo aprendí de él. 

   Richter, como es bien sabido por todo el mundo, tocaba lento, algunas veces en extremo, y en lo referente a la lentitud de su interpretación se mostraba inflexible. Tenía realmente mala fama por sus tempi lentos.  Cuando una autoridad como él (un hombre que además es fisicamente enorme, que tiene unas zarpas gigantes) toca tan lento, no es algo que se pueda ignorar o atribuir a una cuestión de gustos. La experiencia de verlo al piano era más que musical, era algo dramático. Parecía atormentado por una ignorancia desesperada. Era un intérprete que buscaba lo que todavía no se había descubierto, como un arqueólogo que, bajo el suelo en el que se encuentra, intuye que hay un tesoro y empieza a cavar con el instrumento más liviano, quizá con un pincel o una cucharilla. Si alguien se acercara con el pico, lo echaría todo a perder. El ímpetu acaba con todo.  Al fin y al cabo, a Richter no le interesaba que admiraran sus habilidades al piano, sino que para él el éxito consistía en hallar el rastro de su descubrimiento, la esperanza de encontrarlo. Richter habría preferido que su nombre no apareciera junto al del compositor en los carteles. 

   Pero a veces exageraba, especialmente cuando interpretaba a Schubert. Y así sucedió una noche, de la que me habló un compañero, quien también era buen amigo de Richter. Después del concierto fue a su camerino, tal como lo habían acordado, lo que no le resultaba nada fácil. ¿Cuándo se ha visto que personalidades como él hayan quedado satisfechas después de dar un concierto? Richter quería saberlo: ¿le había gustado su interpretación?

   Esa era exactamente la pregunta que temía. Lo cierto era que, en la interpretación de esa noche, había discrepado totalmente de su amigo, pues su lentitud le había resultado patética, en algunos momentos incluso paralizante. Richter había empujado la lentitud hasta llegar al límite y sobrepasarlo. Se podría decir que para Richter era algo religioso, puesto que para él no había nada más sagrado que la lentitud, por lo que se atrevió a todo. Eso merecía admiración, pero, al mismo tiempo, esa noche le había provocado un desasosiego ansioso.

   ¿No te ha gustado?, preguntó Richter.

   No quiso ofenderlo en un momento así, justo después de un concierto tan extenuante. A mi amigo le costaba encontrar las palabras correctas, sentía vergüenza ante Richter y se encorvó, tartamudeó y no era capaz de ir al grano. Sudaba a mares. Suele pasar cuando no quieres mentir pero, por una cuestión comprensible de educación, tampoco quieres decir la verdad.

   ¿Y cómo reaccionó Richter, quien naturalmente notó la insatisfacción? Parecía abatido. Era muy vulnerable, aunque no lo pareciera.

   “Lo sé,” dijo, “lo sé y lo siento. Tienes toda la razón, no he tocado a Schubert con la suficiente lentitud”.

   Lo dijo como alguien que ha pecado.


Extracto de la novela “Autorretrato con piano ruso”, del alemán WOLF WONDRATSCHEK (*1943), pag. 35-38. Editorial Anagrama, Barcelona, 2021.


                                                                    Wolf Wondrastchek


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