lunes, 6 de enero de 2020

Vibración que arrebata, consuela y ayuda




Vibración que  arrebata, consuela y ayuda
por Sergio Cárdenas*

a la Dra. Margarita Gutiérrez, afectuosamente.

   Hace años vi la película “High Fidelity”, basada en la novela homónima de Nick Hornby, con la participación protagónica de John Cusak. Al inicio de la película, aparece Cusak en un close-up y pregunta (se pregunta): “¿Qué fue primero: la música o la tristeza?”

                                                           John Cusak
   De alguna manera, esa pregunta ha estado presente con frecuencia en mi pensamiento. Nikolaus Harnoncourt decía que la música de Mozart era una música desgarradora; venía, de manera inevitable, de las no pocas experiencias que lo llevaban a la tristeza: el no encontrar un trabajo permanente a la altura de su talento; el rechazo de su padre, a quien admiraba profundamente, al matrimonio con Konstanze; la pérdida temprana de su madre cuando andaba buscando trabajo en París, etc. 

   Wolfgang Hildesheimer, el eminente biógrafo alemán de Mozart, escribió: “Hasta muy tarde – demasiado tarde – en su vida, (Mozart) no supo quién era. Su soledad era la más profunda, pero también la más discreta: no se dio cuenta de ello, al menos hasta los últimos meses de su vida. Tuvo la sospecha un par de años antes de su muerte, pero la reprimió; en cuanto era posible, trataba de pasar por encima de ella. Ningún Dios encargó a Mozart que exteriorizase sus sufrimientos. En consecuencia, tampoco está enmudecido en su propia pena, que probablemente vivía como muy otra cosa - ¿pero qué cosa? – y que expresaba diciendo otra cosa. ¿Pero qué cosa?” (2)

                                                             MOZART 

   El filósofo francés André Comte-Sponville, en su libro “Impromptus” (1), aborda el caso de Schubert. Escribe (pág. 127 del libro): “La historia de la música no es lo que importa, y menos en el caso de Schubert. Entonces ¿qué?...Digamos: el desgarro de vivir, la pobreza de existir, la desgracia de ser uno mismo. ‘Mis obras’, escribió Schubert, ‘son hijas de mi conocimiento y de mi dolor…me siento el ser más desgraciado y más miserable del mundo…sin alegría y sin amigo, mis días se marchan…’. En una carta, escribió: “la desgracia es el único estimulante que nos queda” (ibid, pág. 129). En otra ocasión, Schubert escribió que “la música de él que más gustaba, era la que había sido compuesta desde la tristeza”.

                                                              SCHUBERT

   En varias de sus cartas, Chaikovski se refiere a la “tormentosa tristeza” que le invade; tenía razones para ello: su incomodidad como enseñante en el Conservatorio, que para nada disfrutaba; el rechazo a varias de sus obras (Anton Rubinstein había rechazado tocar el estreno de su primer concierto para piano; Leopold Auer, a quien dedicó originalmente su concierto para violín, también rechazó tocarlo, argumentando que ese concierto “había sido escrito no para violín, sino contra el violín”). 

   Rajmaninoff, que había sido alumno de Chaikovski, vivió etapas de bloqueo composicional provocadas por la profunda tristeza del fracaso público de sus obras. Especialmente notorio es el bloqueo que sufrió tras la mala acogida que tuvo su Primera Sinfonía, cuyo estreno había sido dirigido por Glazunov en completo estado de ebriedad. El psiquiatra Nikolai Dahl fue clave para que Rajmaninoff saliera de ese bloqueo, tras lo cual compuso su Segundo Concierto para piano, que dedicó a Dahl. Rajmaninoff en primera persona:  “la música brota del corazón y al corazón se dirige; la música es amor. Su hermana es la poesía y su madre, el sufrimiento”.

                                                        RAJMÁNINOFF

   Robert, el personaje protagónico de la obra “Sepulturas”, de Hugo Hinojosa, personaje tan atormentado, sufrido y sumido en una tristeza desesperante, refiere una vivencia en Nueva York:  “En Nueva York asistí a uno de los más hermosos conciertos que he vivido. Vladimir Horowitz tocó el Tercero de Rajmáninoff, con Zubin Metha dirigendo. Cada que Horowitz tocaba una tecla, la sentía como un proyectil que venía derechito a mi corazón, mientras yo cada vez me hundía más. Ha sido una de las vivencias más hermosas…”

   En su icónico “El Libro de las Quimeras”, Emil M. Cioran escribe:

   “No existe motivo alguno para no estar triste. La tristeza está tan ligada a la naturaleza, que precede al hombre. No sé si al principio era la tristeza y si la tristeza provenía de Dios, pero lo que sí sé es que debió aparecer en los primeros días de la creación, antes que las criaturas. El hombre ya no podía evitar la tristeza y, por eso, a lo largo de los tiempos, no encontró manera alguna de no estar triste. ¿Qué música es esa que no nace de la tristeza y no nos lleva a ella? Y en la tristeza musical no se produce el desengaño de este mundo cercano, sino el alejamiento del divino. La música es de esencia religiosa. No en vano es la única respuesta que ha podido dar el hombre a las voces celestiales.” (3)


   Al final de su primera Elegía Duinense, Rilke recurre a la metáfora del origen de la música refiriéndose a Linos, el mítico personaje griego. Cuenta la leyenda que Linos era un doncel de cautivadora belleza, amado por todos. Murió joven. Su muerte provocó en todos los que le conocieron, una árida petrificación, que devino en tremendo vacío, el vacío que genera la partida de un ser entrañablemente amado. Aquellos marcados por su árida petrificación, se reunieron a tristear la prematura partida de Linos. La tristeza de ellos  en aquel espacio vacío, fue incrementando la intensidad desde sus entrañas de tal manera, que esa intensidad hizo manifestar la tristeza desde lo profundo de su ser con un temblor que pronto se ubicó en el espacio, provocando en él una vibración que devino en sonido, es decir, en música, una música que “nos arrebata, consuela y ayuda”. Este es el texto de Rilke:


    A final de cuentas, los que se nos adelantaron, no nos necesitan; uno se desacostumbra a la savia terrenal como tiernamente uno abandona los pechos maternos.
   Pero nosotros, tan necesitados de grandes misterios, de aquellos de los que desde la tristeza con frecuencia brota progreso beatífico: ¿podríamos existir sin ellos?
   ¿Acaso es vana la leyenda según la cual la atrevida música primigenia perforó el árido endurecimiento que el lamento por Lino provocó?
   ¿Que sólo en ese espacio horrorizado del que de pronto salió para siempre un doncel casi divino, el vacío devino en tal vibración, vibración que ahora nos arrebata, consuela y ayuda?


   Rilke parece decirnos que la música que nos arrebata, consuela y ayuda, existe desde que la poderosa interiorización de lo vivido, se manifestó temblando (vibrando) en el espacio vacío y, con ello, trasladó la vibración al espacio vacío mismo. 

   También así lo manifiesta en relación a Orfeo: este devenir vibración, este entonar y cantar, es, de una vez por todas, Orfeo, escribe Rilke en sus Sonetos a Orfeo. Se trata de la música primigenia, que emerge de la vibración que nos arrebata, consuela y ayuda.

                                                               RILKE

El texto íntegro de mi traducción de la Primera Elegía Duinense, se puede leer en


 *Director Artístico de Consortium Sonorus, orquesta de cámara. 
   Presidente de Música de Concierto de México, S.C.
    Su blog:

©SergioIsmaelCárdenasTamez, Ciudad de México; 3 de enero de 2020.

(1)    COMTE-SPONVILLE, André: Impromptus. Entre la pasión y la reflexión. Ediciones Paidós
 Ibérica, Barcelona, 2005.
          (2)  HILDESHEIMER, Wolfgang:  MOZART. Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1982, pág.  69
          (3)  CIORAN, Emil. M.: El Libro de las Quimeras, Tusquets Editores, Barcelona, 1996, pág. 231-232

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