Vibración que arrebata, consuela y ayuda
por Sergio
Cárdenas*
a la Dra. Margarita Gutiérrez, afectuosamente.
Hace años vi la película “High Fidelity”, basada en la novela homónima
de Nick Hornby, con la participación protagónica de John Cusak. Al inicio de la
película, aparece Cusak en un close-up y pregunta (se pregunta): “¿Qué fue
primero: la música o la tristeza?”
De alguna manera, esa pregunta ha estado presente con frecuencia en mi
pensamiento. Nikolaus Harnoncourt decía que la música de Mozart era una música
desgarradora; venía, de manera inevitable, de las no pocas experiencias que lo
llevaban a la tristeza: el no encontrar un trabajo permanente a la altura de su
talento; el rechazo de su padre, a quien admiraba profundamente, al matrimonio con
Konstanze; la pérdida temprana de su madre cuando andaba buscando trabajo en
París, etc.
Wolfgang Hildesheimer, el eminente biógrafo alemán de Mozart, escribió:
“Hasta muy tarde – demasiado tarde – en su vida, (Mozart) no supo quién era. Su
soledad era la más profunda, pero también la más discreta: no se dio cuenta de
ello, al menos hasta los últimos meses de su vida. Tuvo la sospecha un par de
años antes de su muerte, pero la reprimió; en cuanto era posible, trataba de
pasar por encima de ella. Ningún Dios encargó a Mozart que exteriorizase sus
sufrimientos. En consecuencia, tampoco está enmudecido en su propia pena, que
probablemente vivía como muy otra cosa - ¿pero qué cosa? – y que expresaba
diciendo otra cosa. ¿Pero qué cosa?” (2)
El filósofo francés André Comte-Sponville, en su libro “Impromptus” (1),
aborda el caso de Schubert. Escribe (pág. 127 del libro): “La historia de la
música no es lo que importa, y menos en el caso de Schubert. Entonces
¿qué?...Digamos: el desgarro de vivir, la pobreza de existir, la desgracia de
ser uno mismo. ‘Mis obras’, escribió Schubert, ‘son hijas de mi conocimiento y
de mi dolor…me siento el ser más desgraciado y más miserable del mundo…sin
alegría y sin amigo, mis días se marchan…’. En una carta, escribió: “la
desgracia es el único estimulante que nos queda” (ibid, pág. 129). En otra
ocasión, Schubert escribió que “la música de él que más gustaba, era la que
había sido compuesta desde la tristeza”.
En varias de sus cartas, Chaikovski se refiere a la “tormentosa
tristeza” que le invade; tenía razones para ello: su incomodidad como enseñante
en el Conservatorio, que para nada disfrutaba; el rechazo a varias de sus obras
(Anton Rubinstein había rechazado tocar el estreno de su primer concierto para
piano; Leopold Auer, a quien dedicó originalmente su concierto para violín,
también rechazó tocarlo, argumentando que ese concierto “había sido escrito no
para violín, sino contra el violín”).
Rajmaninoff, que había sido alumno de Chaikovski, vivió etapas de
bloqueo composicional provocadas por la profunda tristeza del fracaso público
de sus obras. Especialmente notorio es el bloqueo que sufrió tras la mala
acogida que tuvo su Primera Sinfonía, cuyo estreno había sido dirigido por
Glazunov en completo estado de ebriedad. El psiquiatra Nikolai Dahl fue clave
para que Rajmaninoff saliera de ese bloqueo, tras lo cual compuso su Segundo
Concierto para piano, que dedicó a Dahl. Rajmaninoff en primera persona: “la música brota
del corazón y al corazón se dirige; la música es amor. Su hermana es la poesía
y su madre, el sufrimiento”.
Robert, el
personaje protagónico de la obra “Sepulturas”, de Hugo Hinojosa, personaje tan
atormentado, sufrido y sumido en una tristeza desesperante, refiere una
vivencia en Nueva York: “En Nueva
York asistí a uno de los más hermosos conciertos que he vivido. Vladimir
Horowitz tocó el Tercero de Rajmáninoff, con Zubin Metha dirigendo. Cada que
Horowitz tocaba una tecla, la sentía como un proyectil que venía derechito a mi
corazón, mientras yo cada vez me hundía más. Ha sido una de las vivencias más
hermosas…”
En su icónico “El Libro de las Quimeras”, Emil M. Cioran escribe:
En su icónico “El Libro de las Quimeras”, Emil M. Cioran escribe:
“No existe motivo alguno para no estar triste. La tristeza está tan ligada a la naturaleza, que precede al hombre. No sé si al principio era la tristeza y si la tristeza provenía de Dios, pero lo que sí sé es que debió aparecer en los primeros días de la creación, antes que las criaturas. El hombre ya no podía evitar la tristeza y, por eso, a lo largo de los tiempos, no encontró manera alguna de no estar triste. ¿Qué música es esa que no nace de la tristeza y no nos lleva a ella? Y en la tristeza musical no se produce el desengaño de este mundo cercano, sino el alejamiento del divino. La música es de esencia religiosa. No en vano es la única respuesta que ha podido dar el hombre a las voces celestiales.” (3)
Al final de su
primera Elegía Duinense, Rilke recurre a la metáfora del origen de la música
refiriéndose a Linos, el mítico personaje griego. Cuenta la leyenda que Linos
era un doncel de cautivadora belleza, amado por todos. Murió joven. Su muerte
provocó en todos los que le conocieron, una árida petrificación, que devino en
tremendo vacío, el vacío que genera la partida de un ser entrañablemente amado.
Aquellos marcados por su árida petrificación, se reunieron a tristear la
prematura partida de Linos. La tristeza de ellos en aquel espacio vacío, fue incrementando la intensidad
desde sus entrañas de tal manera, que esa intensidad hizo manifestar la
tristeza desde lo profundo de su ser con un temblor que pronto se ubicó en el
espacio, provocando en él una vibración que devino en sonido, es decir, en
música, una música que “nos arrebata, consuela y ayuda”. Este es el texto de
Rilke:
A final de cuentas, los que se nos adelantaron,
no nos necesitan; uno se desacostumbra a la savia terrenal como tiernamente uno
abandona los pechos maternos.
Pero nosotros, tan necesitados de grandes misterios,
de aquellos de los que desde la tristeza con frecuencia brota progreso
beatífico: ¿podríamos existir sin ellos?
¿Acaso es vana la leyenda según la cual la atrevida
música primigenia perforó el árido endurecimiento que el lamento por Lino
provocó?
¿Que sólo en ese espacio horrorizado del que de pronto
salió para siempre un doncel casi divino, el vacío devino en tal vibración,
vibración que ahora nos arrebata, consuela y ayuda?
Rilke parece decirnos que la
música que nos arrebata, consuela y ayuda, existe desde que la poderosa
interiorización de lo vivido, se manifestó temblando (vibrando) en el espacio
vacío y, con ello, trasladó la vibración al espacio vacío mismo.
También así lo manifiesta en
relación a Orfeo: este devenir vibración, este entonar y cantar, es, de una vez
por todas, Orfeo, escribe Rilke en sus Sonetos a Orfeo. Se trata de la música
primigenia, que emerge de la vibración que nos arrebata, consuela y ayuda.
El texto íntegro de mi traducción de la Primera
Elegía Duinense, se puede leer en
*Director
Artístico de Consortium Sonorus, orquesta de cámara.
Presidente de Música de Concierto de México, S.C.
Su blog:
©SergioIsmaelCárdenasTamez, Ciudad de México; 3 de
enero de 2020.
(1) COMTE-SPONVILLE, André:
Impromptus. Entre la pasión y la reflexión. Ediciones Paidós
Ibérica, Barcelona, 2005.
(2) HILDESHEIMER, Wolfgang: MOZART. Javier Vergara Editor, Buenos
Aires, 1982, pág. 69
(3) CIORAN, Emil. M.: El Libro de las Quimeras, Tusquets Editores, Barcelona, 1996, pág. 231-232
(3) CIORAN, Emil. M.: El Libro de las Quimeras, Tusquets Editores, Barcelona, 1996, pág. 231-232
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