GUSTAV MAHLER y ANTON BRUCKNER
(Selecciones de una entrevista radiofónica que Berndt Wessling hizo el 13 de marzo de 1962 a Alma Mahler)
Wessling. ¿ Qué unía particularmente a Mahler y Bruckner ?
Alma. Al respecto debo decir primero lo siguiente: una gran superstición. Cuando Bruckner empezó a bosquejar su Novena Sinfonía, estaba él bajo la impresión dominante de alcanzar con esta obra su “meta beethoveniana”. Beethoven murió después de haber escrito su Novena Sinfonía y Bruckner no pudo terminar la suya. Mahler se volvió todo pánico: ante él yacía toda una montaña de trabajo. Ya había escrito hasta su Octava Sinfonía; las melodías y los bosquejos para “La Canción de la tierra” estaban terminados, tres de las “Canciones para los niños muertos” también habían sido creadas; ahora debería venir la “Novena”. ¿ Y qué vendría después ? ¿ La muerte, el fin ?. Mahler se horrorizaba ante ello. Había empezado la instrumentación de su Novena Sinfonía pero entonces tachó la cifra y escribió sobre ella “La canción de la tierra”. Cuando finalmente compuso su Novena Sinfonía, dijo : “en realidad es mi Décima, pues la Novena es ‘La Canción de la Tierra’”, Mahler no pudo terminar su Décima Sinfonía; si uno quiere, puede pensar que Mahler tampoco pudo ir más allá de la Novena Sinfonía, aunque yo no quiero prescindir de lo que quedó de su Décima Sinfonía.
Wessling. ¿ Mahler se consideraba alumno de Bruckner ?
Alma. Bruckner expresó varias veces que él era el mentor de Mahler. Ahora bien: Bruckner murió el 11 de octubre de 1896, fecha que año con año Mahler guardó como día de luto. En su equipaje Mahler traía siempre un pequeño medallón con el retrato de Bruckner. Con frecuencia observé, sobre todo cuando estábamos en los Estados Unidos, cómo Mahler sacaba de su bolsa este medallón y lo besaba antes de cada concierto. Mahler admiraba enormemente el genio de Bruckner; cayó al encanto que en parte le provocaba la ingenuidad del hijo del maestro de escuela de Ansfelden y el sabía que sólo con ingenuidad, con el alma de un niño se podría sobrevivir en un mundo podrido y frágil que no conocía otra cosa que la corrupción y la persecución. Pero Mahler sabía también que quien permanecía en esta inocencia, se quebraría ante el mundo de la hipocresía . Mahler se quebró ante esto; era, como Bruckner, demasiado bueno para este mundo. Los santos son mártires, aún cuando no mueran como mártires. La tumba de San Florián es un lugar sagrado: quien entiende la paz y la gloria de este lugar ha vivido algo del poder y la fuerza que el creyente experimenta en Lourdes o en Fátima.
Bruckner nunca oyó una sinfonía de Mahler en la sala de conciertos. Sin embargo, dos años antes de su muerte, él le hizo a Mahler mostrarle partes de sus sinfonías uno y dos, cuando Mahler visitó al querido viejo en Viena. La Primera Sinfonía de Mahler se había estrenado el 3 de junio de 1894 en Weimar; la crónica que Fritz Löhr contó a Bruckner era la siguiente: “ el pájaro comenzó a volar ; yo sé que el cielo está abierto para él” .
Cuando Bruckner murió en 1896 y Mahler fue llamado a la ópera de Viena, dijo: “ahora he llegado un par de meses muy tarde y ya no podré conseguir los últimos inciensos de Bruckner”.
Gustav Mahler admiró y amó a Bruckner; no fue su alumno en un sentido estricto pero fue su discípulo. Lo que a Mahler le fascinaba de Bruckner era la espiritualidad sin miramientos y la increíble religiosidad que encontraba en las sinfonías del ansfeldense. Y eso era exactamente la fuerza que impulsaba a Mahler: la espiritualidad sin miramientos. Es lo que lo hacía diferente de sus contemporáneos, de Richard Strauss, de los franceses; sentimentalidad, pero nunca como un fin en sí mismo. La música de Mahler es música de un orden personal espiritual, como nunca se había dado con anterioridad. Las formas serán destruidas pero no por un regodeo en la destrucción sino para alcanzar una nueva orientación y un nuevo acomodo, para caminar hacia reglamentos estéticos que eran desconocidos por los compositores establecidos del Siglo XlX.
Bruckner creó lo nuevo instintivamente : a ello se agregó la fuerte conciencia, la audacia experimental y el genio moderno de Mahler. En el caso de Bruckner hablamos de salir de la masa humana hacia Dios, hacia un Ser superior, hacia la redención de las penurias mundanas. En el caso de Mahler se va de Dios hacia la masa humana para ayudarla a alcanzar un Ser superior y así pueda recibir la redención. Uno es de una religiosidad introvertida, el otro, yo diría, es de una religiosidad naturista extrovertida. Eso se reconoce y nunca entendí cómo muchos colegas de Mahler no quisieron ver esto; se avergonzaban sobre todo de comparar la religiosidad de un judío a la de un archicatólico del tamaño de Bruckner. Reger, por ejemplo....
Wessling. Con su permiso le leeré una carta que Max Reger le envió el 14 de junio de 1912 al Príncipe Jorge II de Sachsen-Meiningen : Este “asunto Mahler” ya está dando que pensar; toda la gente a la que nuestro Señor Dios le dejó crecer una nariz semita, naturalmente que son seguidores de Mahler pues los judíos querían precisamente tener un gran compositor. Pero para ser un gran compositor a Mahler le falta sobre todo estilo. Y sin estilo, el cual Mahler de ninguna manera tiene, es imposible pensar en algún gran compositor. A mi me parece (y también a muchos más) que Mahler es el Meyerbeer de nuestro tiempo; en los dos encuentros la auténtica gran inteligencia semita y también el trabajo con melodías afectivas de naturaleza exterior y en ambos notamos la ausencia de cualquier estilo. Dice Goethe: “ ¡ Ay del arte cuya bondad se cante en todas las calles !”. Hasta aquí la carta de Reger.
Alma. Qué bueno que usted cita esta carta del (¡ perdón ! ) genio beodo de Reger. Él expresa lo que se dice en muchas casos sobre Mahler y su música. Esta carta apareció impresa continuamente después de 1933 en todos los periódicos y revistas de los nazis. Con ello se pensó haber legitimado lo suficiente la carencia mahleriana de espiritualidad y de impulsos éticos. Es decir, el judaísmo en Mahler debería significar que el balance entre la forma y el contenido de su polifonía altamente desarrollada, no lo alcanzó. ¡ No se puede reclamarle a Reger el que no haya sabido mejor lo que significaba su colega Mahler! Aún hoy hay muchos “Regers” que piensan de manera similar. Uno debe saber, cuando uno hace su peregrinación hacia la obra de Gustav Mahler, a través de que materia específica estaba infectada el alma de este hombre. Usted debe saber que esta alma fue obligada al peregrinar de su presencia terrenal a través de constantes nuevas existencias. La mundanalidad, lo telúrico y lo humano en Mahler necesitó de conducciones muy precisas para no desviarse a lo caótico.
Lo que se apila en sus sinfonías no es sólo una reproducción de su ser sino también de manera simultánea una protesta contra su naturaleza de lo excesivamente natural. Lo material que le rodeaba tenía que ser también de manera simultánea representado libre de conceptos: la cima del mundo en espiritualidad pura. Eso era, si uno así lo quiere, el reclamo religioso de Mahler; el reclamo de una religiosidad no dogmática. Resumiendo: lo que Mahler representa en sus sinfonías y lo que conquista para sí mismo, es una concepción del mundo de gran subjetividad y de objetiva plenitud.
Reger y sus seguidores no vieron estas interrelaciones, las cuales eran inusuales, antinaturales y contra toda norma, según ellos; se encerraban en los detalles: aquí la música eclesiástica, allá la música marcial, aquí la música de danza, allá el cilindrero, acullá el más consumado polifonista. Eran incapaces de referirse a las cosas en su unidad interior. Eso lo entiende uno hoy pues el tiempo de Mahler ya llegó: la distancia y la manera moderna de ver el arte lo lograron. Mahler no ha dejado en su obra un torso, sino una catedral la cual, por cierto, uno tiene que construir de eternidad en eternidad. La calidad de inspiración de un judío, cuando uno entiende su judaísmo como la fuerza y la capacidad que no se derrumban ante el dolor del mundo, ante el pesimismo o por la ingenuidad, aún si estos son elementos dominantes de su ser.
Wessling. ¿ Anton Bruckner era también antisemista ?
Alma. Yo creo que usted piensa eso porque él siempre llamó “mis señores israelitas” a todos los estudiantes de su alrededor que profesaban el judaísmo;
quizá yo no estaría tan en contra de tal afirmación. Seguro que Bruckner estaba encerrado en su catolicismo, pero no era un fanático que se aferraba a su religión y que la divulgaba o defendía. El antisemitismo no era nada raro en la segunda mitad del Siglo XIX. Piense usted en Richard Wagner y en su círculo. Significativo es el hecho de que los más grandes admiradores de Wagner eran judíos.
Seguro que Anton Bruckner no daría luz verde, en lo más profundo de su corazón, a un judío. Los judíos habían crucificado a su Salvador; ese era el argumento de toda la teología del maldito Siglo XIX. Quien hace algo al Salvador de uno, ese es un bandolero... en los ojos de uno. Pero yo creo que a los “señores israelitas” que rodeaban a Bruckner (entre ellos Mahler y Guido Adler) los quería mucho; él sabía que ellos aportarían mucho en el campo del arte y eso lo reconciliaba y lo hacía olvidar el hecho de “sentarse en la misma mesa”. Y a propósito de “sentarse en la misma mesa”, los alumnos y discípulos se reunían con Bruckner generalmente al mediodía en un restaurante; Bruckner pagaba las cervezas de todos pero cada quien tenía que pagar su comida. Como Mahler tenía poco dinero y no le alcanzaba para el pan, su comida terminaba con la cerveza.
Wessling. ¿Qué obra de Bruckner le gustaba más a Mahler ?
Alma. ¡ La Tercera Sinfonía ! La reducción para piano de esta obra, que originalmente deberían hacer los hermanos Schalk (dos alumnos de Bruckner) fue finalmente hecha por Mahler y Rudolf Krzyzanowski. Un día llevó Mahler el primer movimiento de la Tercera Sinfonía ya terminado en su transcripción para piano, al Maestro Bruckner y éste se regocijó mucho y comentó “ahora ya no necesito a los Schalk”. Mahler era de la opinión que la esencia de Bruckner se representa con la mayor claridad en su Tercera Sinfonía: la enérgica voluntad con la que comienza, el incremento de intensidad que lleva a una pasión turbadora y al final la resignación tranquila, entregada a Dios.
Wessling. El director Gustav Mahler dirigió la Tercera Sinfonía de Bruckner alrededor de 30 veces y se había deleitado en los espumosos y gigantescos registros organísticos de sabor wagneriano. ¿ Cómo dirigía Mahler esta obra ?
Alma. Se daba la gran vida, se entregaba a una total ofrenda de la manera en que una alma romántica es capaz de hacerlo. En esta obra había elementos que uno podía rastrear y que tenían un impacto en el compositor Mahler: la sonada mundanalidad, el alborozo de los sentidos y el recogimiento místico en un cosmos más allá de nuestros conceptos; el director Mahler encontraba su complemento en lo meditativo de esta sinfonía. Mahler acostumbraba decir una corta y silenciosa plegaria al terminar de dirigir esta sinfonía.
Wessling. Usted posee la partitura de la Tercera Sinfonía de Bruckner...
Alma. Mahler la cuidó como un libro sagrado; la llamaba su código de plata. Cuando Mahler recibió la partitura, nadie sabía ( Mahler tampoco ) que el “medio loco” Bruckner (en los ojos de los vieneses Wagner era “un loco completo” ) sería el eslabón más importante en el género sinfónico entre Beethoven / Schubert y la nueva época. Cuando huí de los nazis pude llevar conmigo esta maravillosa partitura; cuando traté de huir con Franz Werfel a España llevé bajo mis brazos el preciado tesoro; todo lo demás, que seguramente en el momento nos hubiera sido más beneficioso, lo tiré; pero la Tercera Sinfonía de Bruckner no podía desaparecer.
Wessling. Además de la Tercera Sinfonía, Mahler apreciaba el “Tedeum” de Bruckner...
Alma. Mahler tenía un ejemplar de esta gloriosa obra; en la portada, en la que se lee “para coro, solistas y orquesta, órgano ad libitum”, Mahler escribió : “Para lenguas celestiales, benditos de Dios, corazones afligidos y almas fogosas”. ¿ Ha habido alguien que de una manera más comprensible, íntima y acertada describa esta obra ? Mahler nunca la consideró como el último movimiento de la inconclusa Novena Sinfonía de Bruckner, sino que la interpretaba sin esa asociación junto a otras obras brucknerianas, pues decía “para mí está claro que esta obra no es el último movimiento de una sinfonía ; es y permanece como testimonio de un hombre a quien el Dios amado lo colocó bajo su protección personal”.
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Tomado de: Gustav Mahler, Prophet der neuen Musik, de Berndt W. Wessling, editado por Wilhelm Heyne Verlag, Munich, 1985. Traducción de Sergio Cárdenas.
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