martes, 21 de julio de 2009

ERIJA EL EDIFICIO DE SU VIDA

Rainer Maria Rilke


El 17 de febrero del año 1903, desde París, Rainer Maria Rilke escribe la primera de las que serían diez cartas que escribió al joven poeta Franz Xaver Kappus. Unos meses antes, a finales del otoño del año anterior, Kappus había escrito a Rilke solicitando consejo sobre su quehacer y producción poética. En su primera respuesta, Rilke aborda la problemática de la vocación (del latín vocare, llamar), a la que Rilke se refiere como el móvil interior que constituye un imperativo categórico, a esa energía que sólo se manifiesta de manera plena cuando uno, el llamado, la obedece, atendiendo con diligencia ese llamado. Al alcanzar este punto crucial será inevitable, cueste lo que cueste, hacer lo conducente para construir nuestra vida de tal forma que todo sea propiciatorio a la manifestación sin limitación o represión alguna, de ese impulso interior. Dejemos a Rilke expresarlo en su luminoso lenguaje:

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso.

Un saludo afectuoso de
Sergio Cárdenas

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