sábado, 9 de enero de 2010

RILKE: Elegía Duinense No. 5

En

http://www.youtube.com/watch?v=qvwR8SJgXDI

SERGIO CÁRDENAS lee su propia traducción al español de la ELEGÍA DUINENSE No. 5 ((Duineser Elegie Nr. 5), de RAINER MARIA RILKE. Grabación realizada en los estudios de Radio Universidad de Tamaulipas, en Cd. Victoria, Tam (México), en octubre del 2002.

RAINER MARIA RILKE

ELEGÍAS DUINENSES

La Quinta Elegía


Dedicada a la Sra. Hertha Koenig



¿Pero quiénes son, dime, los errantes, estos aún un poco
más fugaces que nosotros mismos, a quienes con urgencia
los tuerce desde temprano – por amor a quién, a quién- una nunca
satisfecha voluntad? Ella, pues, los tuerce,
los doblega, los entrelaza y los menea,
los avienta y los vuelve a agarrar; como desde un aceitado
y liso aire descienden
sobre el consumido tapete,
adelgazado de tanto saltar, este tapete
extraviado en el universo.
Extendido cual parche, como si el cielo
de la periferia hubiera herido allí a la tierra.
Y apenas llegados,
se yerguen y así se exhiben: la inicial en mayúscula
del estar aquí...y ya también los hombres
más fuertes aplican de nuevo las llaves enrollándose al jugar,
como aquélla que Augusto el Fuerte hacía
en la mesa a un plato de estaño.

Ah, y alrededor de este
centro, la rosa de la espectación:
florece y se deshoja. En torno a este animador
que patalea, el pistilo, alcanzado por su mismo
polen floreciente, fecundado para la apariencia
de un nuevo desánimo, su
nunca conciente, -brillando con oscura
superficie de una aparente sonrisa leve del desánimo.

Aquí: el marchito, arrugado atleta,
el viejo, que nomás tamborilea,
encogido de su poderosa piel, como si antes hubiera
albergado dos hombres y uno
yaciera ya en el cementerio y él sobreviviese al otro,
sordo y a veces un tanto
confuso, en la enviudada piel.

Pero el joven, el hombre, como si fuese el hijo de una cerviz
y una monja: compacto y fuerte, lleno
de músculos e ingenuidad.

Oh, vosotros,
que una aflicción, cuando aún era pequeña,
recibisteis alguna vez como juguete en una de sus
largas convalescencias...

Tú, el del salto,
como sólo lo conocen las frutas, inmaduro,
que a diario cien veces cae del árbol construido
por el movimiento conjunto (el que, más veloz que el agua, en pocos
minutos tiene su primavera, verano y otoño) –
cae y choca contra la tumba:
a veces, a media pausa, se quiere elevar de ti
un rostro amoroso hacia tu raras veces
tierna madre; pero se pierde en tu cuerpo,
desgastado en su superficie, este rostro
apenas intentado...Y de nuevo
bate el hombre la mano para el salto y antes
que un dolor se te pronuncie en la cercanía de tu siempre
trotante corazón, se le adelanta el ardor de las plantas
de los pies a aquél que lo causó haciendo salir de tus ojos,
rápidamente, un par de lágrimas de tu cuerpo.
Y sin embargo, a ciegas,
la sonrisa...

¡Ángel! Oh, tómala, recógela, la hierba medicinal de pequeñas flores.
Crea un frasco, ¡consérvala! Colócala bajo aquellos gozos que
aún no se nos han abierto; en una urna amable
celébrala con una inscripción de ímpetu floral: “Subrisio Saltat.”*

Y entonces tú, amorosa,
tú, sobre la que saltaron mudos
los gozos más encantadores. Quizá son
tus flecos felices para ti -,
o sobre los jóvenes
y firmes senos se siente infinitamente consentida
la seda metálica y nada le falta.
Tú,
siempre diferente fruto mercantil de la indiferencia
sostenido públicamente por debajo de los hombros
sobre todas las básculas de oscilante equilibrio.

Dónde, oh, dónde está el lugar –lo llevo en el corazón-,
en el que aún falta mucho para que lo puedan, en el que aún
cae uno del otro, como animales copulando que en realidad
no hacen pareja; -
donde los pesos aún son pesados;
donde aún los platos se tambalean
sobre sus agitados e inútiles
bastones...

Y de pronto en este fatigoso Ningún-Lado, de pronto
el sitio indecible, en el que el puro No-Suficiente
incomprensiblemente se transforma-, salta bruscamente
hacia aquel Demasiado-Vacío.
Allí donde la cuenta de muchas cifras
se resuelve sin números.

Plazas, oh Plaza en París, escenario infinito
en el que la modista Madame Lamort
los intranquilos caminos de la tierra, bandas infinitas,
anuda y retuerce y con ellas inventa nuevas
corbatas, volantes, flores, escarapelas,
frutas artificiales,-todas
artificialmente pintadas,- para los baratos
sombreros invernales del destino.
..........................................
¡Ángel! Hubiera una Plaza, que la supiéramos, y allí
sobre el tapete indecible mostraran los amantes, que aquí
nunca lo logran consumar, sus atrevidas
y altas figuras del ímpetu del corazón,
sus torres de placer, sus
escaleras que desde tiempo ha, temblando,
se apoyan una en la otra,- y si lo pudieran,
delante del círculo de espectadores, innumerables muertos mudos:
¿Aventarían ellos sus últimas, siempre ahorradas,
siempre escondidas, las que no conocemos, eternamente
válidas Monedas de la Suerte, ante el par
que de verdad se ríe infinitamente sobre el apacigüado
tapete?



* La Sonrisa del Saltador





Traducción de Sergio Cárdenas. Ansbach, 27 de julio de 2000.
© Sergio Ismael Cárdenas Tamez

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