Extractos del libro
EL OCASO DEL PENSAMIENTO,
de Emil. M. CIORAN.
Tusquets Editores, Barcelona, 2000.
- La música es tiempo sonoro (pág. 61)
- ¿Vivir bajo el signo de la música significa, por ventura, algo más que morir con gracia? La música o lo incurable como goce…(pág 73)
- El papel de la música es consolarnos por haber roto con la naturaleza, y el grado de nuestra inclinación hacia ella indica la distancia a que estamos de lo originario. El espíritu se cura de su propia autonomía en la creación musical. (pág 75)
- Todo cuanto no es música, es apariencia, error o pecado. ¡Ay! ¡Ojalá el hálito de la muerte se elevara al cielo como una melodía y revistiera a una estrella inmóvil con un himno sonoro!
Si no existiera la melancolía, ¿se encontraría alguna vez la música con la muerte? En el momento en que consigamos disolver toda la vida en un mar sonoro, no tendremos ya obligaciones con lo Infinito.
Hay invasiones musicales de una fascinación tan absoluta, que los suicidas parecen unos aficionados; el mar, ridículo; la muerte, una anécdota; la infelicidad, un pretexto; y el amor, una dicha. No puede hacerse ya nada ni pensar nada. Y lo que uno querría entonces es que lo embalsamaran en un suspiro.
- Wagner parece haber exprimido toda la esencia sonora de la sombra. Quien ama verdaderamente la música no busca en ella un refugio sino un doble desastre. ¿Acaso el universo no se eleva hacia la desintegración por la música?
- La música, justamente como los pensamientos, se instala en los vacíos de la vida. Una sangre fresca y una carne sonrosada resisten las tentaciones sonoras, no tienen espacio para ellas; la enfermedad, sin embargo, les hace sitio. A medida que roe la vida, lo absoluto avanza. ¿No resulta revelador que en lo infinito de la música y en lo infinito de la muerte todo se funda en nosotros, que la materia pierda sus límites, que derribemos nuestras fronteras para dejar campo libre a la invasión del sonido y de la muerte?
- Todos llevamos, en grados diferentes, una nostalgia del caos, la cual se expresa en el amor a la música. ¿no es eso el universo en estado puro de la virtualidad? La música lo es todo, menos el mundo. (pág. 167-168)
- Uno puede librarse de los tomentos del amor disolviéndolos en la música. De esta manera, su ardiente fuerza se pierde en una vaga inmensidad. Cuando la pasión es muy intensa, las sinuosidades wagnerianas la disuelven en lo infinito y en lugar del tormento de marras, te meces en los efluvios de una disolución horizontal, te tiendes, otoñal, en el desierto de una melodía. Wagner (música de la infinita insatisfacción) entona con el suspiro arquitectónico y gris del Paraíso. Aquí la piedra esconde un ocaso musical, llenos de pesares y deseos…y las calles se encuentran para confesarse unos secretos que, no obstante, no son extraños a un ojo acongojado. Y cuando el nublado cielo de París parece haber condensado sus vapores en sonoridad, la marejada de motivos wagnerianos viene a encontrarse con el cielo. (pág. 174-175)
- Sin las agitadas pasiones de la música, ¿qué haríamos con el sentimiento caligráfico de los filósofos? ¿y qué haríamos con el tiempo blanco, vacío y desunido de la vida, con el tiempo blanco del hastío? Solamente se ama la música en el litoral de la vida. Con Wagner asistimos, pues, a una ceremonia del claroscuro, a una cosmogonía del alma, y con Mozart, a los estremecimientos del Paraíso soñando con otros cielos. (pág. 182)
- Ni los mares, ni el cielo, ni Dios, ni el mundo tomado globalmente son un universo. Sólo la irrealidad de la música. (pág. 206)
- La flauta lleva mi pesar hacia todas las mujeres que he inventado cuando imaginaba nostalgicamente otros mundos. Y siempre me descubría una existencia que se hacía pedazos contra todos los instantes… (pág. 208)
- Jesús fue muy poco peta para conocer el goce de la muerte. Sin embargo, hay preludios de órgano que nos muestran que Dios no es tan ajeno a él como nos sentíamos inclinados a creer; y fugas que no hacen sino traducir el apresuramiento de ese goce. Hay músicos, como Chopin, cuya relación con la muerte sólo existe a través de la melancolía. ¿Pero hace falta mediación alguna cuando uno se encuentra en el interior de la muerte? Entonces la melancolía es más bien el sentimiento que nos inspira la muerte para atarnos a la vida de los pesares… (pág. 210-211)
- En lo tocante a la música, los franceses no han creado gran cosa porque les gustó demasiado la perfección de este mundo. Y, además, la inteligencia es la ruina de lo infinito y, por tanto, de la música. (pág. 215)
- Bach es un decadente en sentido celestial. Sólo así se explica la solemne descomposición que no puedes evitar siempre que te encuentras con el mundo que él creó. (pág. 246)
- En Beethoven no hay suficiente hechizo enervante ni suficiente cansancio… (pág. 248)
- Sólo en la música y en los temblores extáticos, cuando se pierde el pudor de los límites y la superstición de la forma, llegamos a la inseparabilidad de la vida con respecto a la muerte, a la pulsación unitaria de una muerte vital, de comunión entre existencia y extinción. Los hombres distingue, por medio de la reflexión y de la ilusión, lo que en el devenir musical es embrujo de eternidad equívoca, flujo y reflujo del mismo motivo. La música es tiempo absoluto, sustancialización de instantes, eternidad cegada por la ondas… Tener “profundidad” significa no dejarse engañar más por las separaciones, no ser esclavo de los “planes”, no volver a desarticular la vida de la muerte. Al fundir todo eso en una confusión melódica de mundos, la agitación infinita, sombría y comprensiva de elementos varios, se purifica en un estremecimiento de nada y de plenitud, en un suspiro surgido de las más hondas profundidades del ser, y nos deja eternamente un sabor a música y humo… (pág. 258-259)
- La música nos muestra qué sería el tiempo en el cielo (pág. 274)
- Bach y Wagner, que aparentemente presenta diferencias radicales, son los músicos que en el fondo más se parecen. No como arquitectura musical, sino como sustrato de sensibilidad. ¿Hay en la historia de la música dos creadores que hayan expresado más amplia y completamente el indefinible estado de la languidez? Que en el primero sea divino y en el segundo erótico, o que uno condense la languidez de su alma en una construcción sonora de absoluto rigor y el otro dilate su alma con una música de prolongadas modulaciones, no invalida en absoluto que ambos tengan en común una profunda sensibilidad. Con Bach, uno ya no está en el mundo a causa de dios; y con Wagner, a causa del amor. Lo importante es que los dos son decadentes, que ambos desgarran la vida con una especie de ímpetu negativo, los dos invitan a morir fuera de nosotros. Y ninguno de ellos puede ser entendido sino en el cansancio, en las nadas vitales, en los goces de la aniquilación. Ni uno ni otro pude servir de antídoto a la tentación de no ser. (pág. 300-301)
- Si no hubiésemos tenido alma, nos la habría creado la música (pág.302)
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