sábado, 18 de julio de 2020

“Tenemos que ir a ver al gobernador…”



“Tenemos que ir a ver al gobernador…”,
por Sergio CÁRDENAS

   Durante muchos años, practiqué  la costumbre de llamar por teléfono a mis padres a las 9 de la mañana, hora local de ellos, de cada domingo, desde cualquier parte del mundo en la que me encontrara. Cuando era mi padre el primero que contestaba, tras saludarlo, me decía:

-       Hola, ¿cómo estás? Aquí te paso a tu mamá.

   Y  de inmediato procedía a pasar el auricular a mi madre, con quien continuaba la conversación. Así sucedía siempre cuando mi padre era quien contestaba primero. Esas experiencias, entre otras, fueron, de alguna manera, creando en mí la impresión de mi padre como alguien en cierta manera distante. De hecho, fueron pocas las ocasiones en las que recuerdo haber tenido una conversación, “como Dios manda”, con él.

    En el verano de 1975, estando yo en Salzburgo, Austria, recibí de él una misiva larga, de varias hojas, con alto contenido dramático: la situación económica por la que en esos momentos atravesaba mi familia en la Ciudad de México, no era para nada halagüeña y, por ello, mi padre me pedía que me regresara para ayudar en las tareas familiares que pudieran levantar en algo la economía.

   Esa comunicación fue muy fuerte para mí.  En la Ciudad de México, mis padres mantenían la familia con una papelería que tenían en una accesoria de un mercado en la Unidad Habitacional Aragón, en las proximidades del aeropuerto capitalino. Mis hermanos estaban todos ocupados con sus estudios y, desde luego, no se pretendía que los abandonaran. Yo, en cambio, estaba recién titulado de la carrera en dirección orquestal por el “Mozarteum”,  de Salzburgo. Pero, además, tenía ante mí una oportunidad única e irrepetible: la prestigiada institución académica musical “Mozarteum” (ahí había estudiado von Karajan!) me había ofrecido la dirección titular de su orquesta estudiantil, una posición que me había sido comentada por el propio Rector del Mozarteum, Paul Schilhawsky. Ciertamente que yo no cabía de felicidad ante tamaño reto, a mis 24 años de edad, en la ciudad que vio nacer a Mozart.

   Con tremendo dolor en mi corazón contesté a mi padre que, si bien lo alarmante de la situación familiar de manera similar me alarmaba y preocupaba, al ponderar la situación que se me ofrecía había yo decidido optar por quedarme en Salzburgo para emprender una carrera que, según lo consideraba, a algún lado habría de llevarme. Estuve en esa posición cuatro (4) años lectivos, de septiembre de 1975 a junio de 1979. A partir de mayo de 1979, había yo asumido la Dirección Artística de la Orquesta Sinfónica Nacional de México, por invitación del Instituto Nacional de Bellas Artes.

   En general, tenía yo poca comunicación con mi padre, mucha más con mi madre. Ello se debía, quizá en parte, al hecho de que desde principios del año 1967, salí del hogar paterno para continuar mis estudios y, desde entonces, salvo un periodo en 1969-1970, he estado viviendo fuera de ese hogar.

Mi padre, Roberto Abundio Cárdenas Pérez, el 30 de diciembre de 1996, en la celebración de sus Bodas de Oro Matrimoniales.

   El 4 de julio de 1997, renuncié a la Dirección Artística y General de la Filarmónica de Querétaro, avisando a mi padres de tal decisión. Tenía yo la intención de visitarlos aprovechando el cumpleaños de mi padre, que acaece el 11 de julio. No terminé de resolver para esa fecha los diversos detalles derivados de mi renuncia en Querétaro, por lo que pospuse mi viaje a Cd. Victoria, donde radicaban mis padres, para una semana después.

   Llegué a mi ciudad natal el viernes 17 de julio, por la tarde. Pero en casa de mis padres no estaba nadie, lo cual me sorprendió. Visité entonces a mi abuela materna, quien vivía en la misma cuadra. Cuando me vio, agitada me dijo:

-       Sergio, qué bueno que llegas. Córrele al hospital, se llevaron muy grave a tu papá.
-       ¿Y mi mama?, le pregunté.
-       Está en Matamoros, fue a renovar su visa para viajar a USA y poder visitar a tu hermano.

   En el hospital (IMSS), a mi padre ya le había colocado varias sondas; tenía tremendas hemorragias internas, según me explicaron los médicos, en especial del aparato digestivo. Apenas intercambiamos unas cuantas palabras, era mucha su debilidad. Mi madre regresó esa misma noche de Matamoros y decidió quedarse esa noche en vigilia con mi padre. “Vienes por mí a las 7 de la mañana, con tu hermana Chabe para que se quede ella aquí mientras vamos a desayunar”, me dijo.

   Estuve ahí a la hora indicada.  Mi madre, desvelada, era todo silencio. Salimos del hospital sin cruzar palabra alguna, buscamos un lugar para desayunar. Así continuamos, en total y tenso silencio. Finamente, al terminar de desayunar, mi madre habló:

-       Tu papá estuvo toda la noche con hemorragias, seguramente inconsciente. En la madrugada, de repente despertó, me vio y dijo: “Dile a Sergio que venga más tarde; tenemos que ir a ver al gobernador para que le dé trabajo, no se puede quedar sin trabajo”. Dicho esto, falleció.

   Me quedé totalmente trabado, desencajado al escuchar eso. Aún hoy, cuando recuerdo el momento, me sucede lo mismo. Entonces me reproché profundamente la impresión equivocada que tenía de mi padre, considerando que, por la distancia que casi siempre habíamos tenido, no estaba yo entre sus preocupaciones importantes. Cuán equivocado estaba en esa apreciación: en el crepúsculo de su vida, preocupado por saber que me encontraba desempleado,  el último pensamiento que tuvo mi padre manifestó lo mucho que le podía el que yo no tuviera trabajo. En el contexto de su gravedad, de sus dolores, mi padre debe de haber hecho un enorme esfuerzo para juntar la fuerza necesaria que le permitiera decir eso a mi madre.

   Hoy, 18 de julio de 2020, recuerdo con sentida conmoción e infinito agradecimiento por su vida, el fallecimiento de mi padre hace 23 años, en nuestra ciudad natal, Ciudad Victoria, Tam.

©SergioIsmaelCárdenasTamez, el 18 de julio, 2020, CdMx.

                        

Al volante de la "fortinga" de la foto, mi padre, Roberto Abundio Cárdenas Pérez, promoviendo su taller de soldadura autógena y eléctrica.


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