La música como
lengua materna
por Sergio CÁRDENAS*
El 21 de
febrero de 2000, la ONU celebró por primera vez el Día Internacional de la
Lengua Materna (http://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_Internacional_de_la_Lengua_Materna
) .
Con frecuencia he leído y oído que la verdadera patria de
uno, es la lengua materna. Mis múltiples y variados periplos por el mundo me
han permitido, cada vez más, constatar la dimensión de esa aseveración, al
menos en mi experiencia personal. Hay cosas, conceptos que sólo puedo expresar
en los giros lingüísticos de mi lengua materna, con toda su riqueza expresiva,
con toda su “musicalidad”. Cuando
en ocasiones he tratado de traducir alguno de estos giros a mis amistades de
otras latitudes, la contundencia del giro en cuestión se queda corta en la otra
lengua, no sólo porque la traducción, si bien merodea en el sentido y
significado de lo traducido, ya ubica al giro en otra dimensión cadencial y con
efectos audibles muy distintos, sino porque la “musicalidad” original del giro
lingüístico, desaparece.
No tuve la fortuna de aprender en mi niñez otro idioma. Eso
se nota de inmediato cuando me expreso en un idioma que no es mi idioma
materno. Puede ser que la gramática, sintaxis, declinaciones e inflexiones de
los verbos estén correctas: de cualquier manera, se seguirá notando lo que se
conoce como el “acento”, es decir, esa aparente sonoridad que lo devela a uno
como forastero en otro idioma. Conozco, sin embargo, muchos casos de personas
afortunadas que crecieron desde su nacimiento con una o más lenguas maternas de
manera simultánea: ¡con qué gran patrimonio cuentan!
En ciertas ocasiones he comentado sobre la importancia de
abordar el fenómeno de la exposición musical de tal manera que demostremos que
la música es nuestra lengua materna. Hace varias décadas asistí al Palacio de
Bellas Artes de la Ciudad de México,
a un concierto de la Sinfónica Nacional. El programa era conducido por
un estadunidense; se inició con “Sones de Mariachi”, de Blas Galindo. En la
fila adelante de la mía, estaba sentado el compositor y músico Manuel Enríquez,
a quien yo por aquellos años no conocía de manera personal. Enríquez, con toda
seguridad, había tenido ocasión de ejecutar la pieza referida un sinnúmero de
ocasiones, pues durante más de dos décadas había ocupado la posición de
Principal de Violines Segundos de esa orquesta. Cuando acabó la exposición de
“Sones…”, oí decir a Enríquez, palabras más o menos: “Eso pasa cuando dejan que
alguien dirija algo que le es ajeno”.
Dijéramos que el ocupante del podio, había dirigido esta popular pieza
del repertorio sinfónico mexicano, ¡en inglés!, es decir, en su propio idioma
materno y no en el idioma materno de la obra en cuestión.
Resulta muy difícil, ciertamente, entender o aprehender la
justa dimensión de esa exigencia que la música nos impone: que la hagamos, que
la toquemos con la naturalidad, espontaneidad, precisión y contundencia con la
que nos expresamos en nuestra lengua materna. Se trata de un reto mayúsculo,
pues es menester que nos adentremos de tal manera en cada obra, que ese proceso
nos permita dejar manos libres a la obra para que, a su vez, se adentre en
nosotros de forma plena y, así, pueda emerger desde nuestra interioridad como
una expresión propia, natural y no como si la estuviéramos traduciendo a partir
de su notación musical.
Así como en el escenario un actor que encarna a Hamlet debe
haber recorrido todo ese trayecto que ha de permitirle expresarse como Hamlet
mismo y no como su traductor, así el exponente musical debe esforzarse no en la
infame y manida inercia de la interpretación musical (a los traductores también
se les denomina intérpretes), que de manera tan irresponsable promueven la
mayoría de los docentes musicales, sino esforzarse en no imponerle a la obra
sus limitaciones o virtudes, como tampoco sus estados sicológicos no resueltos,
sino disponerse a dejar que la obra se manifieste a sí misma, con toda su
naturalidad, espontaneidad, precisión y contundencia.
Otra de las malhadadas costumbres que tienen no pocos
docentes musicales, es esa de recomendar a sus pupilos que escuchen grabaciones
de la obra a estudiar. Peor aún, varias personas que se venden como docentes de
la dirección orquestal, recurren en su pobreza musical, en su irresponsabilidad
y sucumbiendo ante su inocultable flojera, al uso de grabaciones para que sus
alumnos (¡mis condolencias a todos ellos!) batuteen las obras que dicen
estudiar siguiendo lo que la grabación usada les impone. Las grabaciones son
también traducciones de algo, algunas seguramente mejor hechas que otras,
algunas con mejores aparatos de grabación, algunas con ejecutantes de alto
nivel técnico. Con todo eso, no dejan de ser traducciones y, en todo caso, documentos
de algún momento, tal cual sucede con las fotografías.
Con frecuencia he comentado que varios de los músicos
famosos que abordan obras del repertorio mexicano, las hacen sonar como obras
que no son parte de la lengua materna de esos famosos: suenan extrañas, no
hilvanadas en sí mismas, con desproporciones de expresividad en sus distintos
segmentos, pues desconocen la cadencia interior de la lengua materna en la que
se manifiesta esa música. Sin duda alguna que algo similar sucede cuando
músicos de fama injustificada, abordan obras de los clásicos del canon de la
música de concierto. Incluso cuando, por ejemplo, mariachis coreanos, suecos o
de otras latitudes, abordan las piezas del canon mexicano de la música de
mariachi: sí, tocan todas las notas, algunos de ellos incluso más afinados,
pero nomás “no suenan”.
Tengo para mí que este “no suena” no se da porque ellos no
sean mexicanos, sino porque ha faltado recorrer exitosamente el camino que
permite que esa música sea aprehendida como aprehendemos nuestra lengua
materna, de tal manera que la podamos tocar con la misma contundencia y fluidez
como la hablamos.
Celebrar como músicos el Día Internacional de la Lengua
Materna implica, desde mi perspectiva, responder al imperativo categórico que
nos presenta la música: no expresarla como una lengua que nos es
extranjera, sino como una lengua que radica en nuestro corazón y se manifiesta
a plenitud con naturalidad, espontaneidad, precisión y contundencia.
*Profesor Titular de Carrera en la Facultad de Música-UNAM.
©Sergio Ismael
Cárdenas Tamez, Ciudad de México; el 21 de febrero de 2015.
Comentario de JULIO MARTÍNEZ NÁJERA:
ResponderEliminarInteresante y sugerente texto del Maestro Cárdenas, que nos permite atisbar en el tema: Las sensibilidades , determinadas por la historia de la formación de las nacionalidades, en cuyo proceso la fonética ha jugado un papel definitivo, hasta concretarse en la expresión de las diferentes lenguas, que encierran y contienen las situaciones especificas que contribuyeron a su formación, tales como el proceso del trabajo, siempre influido por el clima (trabajo intramuros o trabajo a cielo abierto), como es distinguible entre los ingleses , los franceses y los italianos,; así como es apreciable que la fluidez de las lenguas tenga que ver si esta evolucionó en la urbe (comerciantes) o en el campo ( campesinos), como lo indica Otto Bauer (La Cuestión de las Nacionalidades y la Socialdemocracia). Este debe ser un asunto crucial en las tareas de traducción de un idioma a otro, que se facilita cuando existe el valioso recurso de la condición de "bicultural", que sólo la adquieren quienes hablan dos idiomas maternos , adquiridos necesariamente en los primeros años de la existencia. Y también debe ser esencial en el tema de la interpretación. Para el caso del "lenguaje", dice Georg Lukacs "La particularidad se yergue como generalización manifiesta por encima de todo lo particular y, mediante esa generalización, tiende a destacar los rasgos típicos de todo fenómeno particular; desde este punto de vista , la música se distingue de las demás artes en que estas representan lo típico en una conexión unitaria , junto con los detalles (cuidadosamente seleccionados cuando la composición es acertada), mientras que en la música lo típico cobra forma como tal, sin penetrar en la esfera de las singularidades y detalles." Estas diferencias estructurales tal vez ayuden a explicar porqué los músicos son capaces de interpretar con fidelidad exacta, obras de creadores de diferentes nacionalidades o culturas.