M. KUNDERA: El sombrero inmortal de Beethoven
La propia Bettina (von Armin) había estudiado música, había escrito un par de composiciones y tenía por tanto ciertas condiciones para entender lo que en la música de Beethoven había de nuevo y hermoso. Sin embargo, me planteo una pregunta: ¿le había interesado la música de Beethoven por sí misma, por sus notas, o más bien por lo que representaba, en otras palabras, por su nebuloso parentesco con las ideas y actitudes que Bettina compartía con sus compañeros de generación? ¿Existe acaso el amor por el arte o ha existido alguna vez? ¿No será un engaño? Cuando Lenin afirmaba que amaba por encima de todo la Appassionata, de Beethoven, ¿qué era lo que amaba? ¿Qué oía? ¿La música? ¿O un sublime ruido que le recordaba los pomposos impulsos de su alma, ansiosa de sangre, de fraternidad, de fusilamientos, de justicia y de absoluto? ¿Disfrutaba de los tonos o de los sueños que los tonos le inspiraban y que no tenían nada en común ni con el arte ni con la belleza? Volvamos a Bettina: ¿la atraía Beethoven el músico, o Beethoven el gran anti-Goethe? ¿Amaba su música con el callado amor que nos liga a una metáfora embrujadora o a la mezcla de dos colores en un cuadro? ¿O más bien con el apasionamiento agresivo con el que nos adherimos a un partido político? Como quiera que fuese (y nosotros nunca sabremos cómo fue realmente), Bettina dio a conocer al mundo la imagen de Beethoven avanzando con el sombrero calado hasta la frente y esa imagen siguió luego su camino a través de los siglos.
En 1927, cien años después de la muerte de Beethoven, la famosa revista alemana Die literarische Welt se dirigió a los más importantes compositores de la época para que dijeran lo que para ellos representaba Beethoven. La redacción no intuía que iba a producirse semejante fusilamiento póstumo de aquel hombre de ceño fruncido y sombrero calado hasta la frente: Auric, miembro del grupo parisino de Los Seis, declaró en nombre de toda su generación: Beethoven les importaba tan poco que ni siquiera merecía objeción alguna. ¿Que un día volvería a ser descubierto y valorado, como sucedió cien años antes con Bach? ¡De risa! Janacek también confirmó que la obra de Beethoven nunca le había entusiasmado. Y Ravel lo resumió: no le gustaba Beethoven porque su fama no estaba basada en su música, evidentemente imperfecta, sino en la leyenda literaria creada alrededor de su vida.
La leyenda literaria. En nuestro caso se basa en dos sombreros: , uno, calado hasta la frente y por debajo de él sobresalen las enormes cejas de Beethoven; el otro, en la mano de Goethe, quien hace una profunda reverencia. A los magos les gusta trabajar con un sombrero. Hacen desaparecer en él objetos o dejan que desde él vuele hasta el techo una bandada de palomas. Bettina consiguió sacar del sombrero de Goethe los feos pájaros de su servilismo e hizo desaparecer en el sombrero de Beethoven (¡y eso seguro que no lo deseaba!) su música. Preparaba para Goethe…una inmortalidad ridícula. Pero la inmortalidad ridícula nos amenaza a todos: para Ravel, el Beethoven del sombrero calado hasta las cejas era más ridículo que el Goethe que hacía una reverencia.
De esto se deduce que, aunque es imposible modelar de antemano la inmortalidad, manipularla, prepararla, nunca se realiza tal como fue planeada. El sombrero de Beethoven se hizo inmortal. En ese aspecto, el plan salió bien. Pero era imposible determinar previamente cuál iba a ser el sentido que adquiriría el sombrero inmortal.
M. KUNDERA: La Inmortalidad. MaxiTusquets Editores, México, 2019. Pág. 100 y 101.
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