sábado, 6 de marzo de 2021

M. KUNDERA: La música enseñó al europeo a sentir con plenitud.



M. KUNDERA: La música enseñó al europeo a sentir con plenitud.


     Ciertas civilizaciones tuvieron una arquitectura mayor que la europea, y la tragedia antigua jamás podrá ser superada.  ¡Pero ninguna civilización hizo con los sonidos ese milagro que es la historia milenaria de la música europea con su riqueza de formas y estilos! Europa: gran música y homo sentimentalis.* Dos mellizos que yacen uno junto a otro, en la misma cuna.


     La música no sólo le enseñó al europeo a sentir con plenitud, sino también a adorar su sentimiento y su sensible yo. Ya conoce esa situación: el violinista en el escenario cierra los ojos y toca dos primeros tonos prolongados. En ese momento, el oyente también cierra los ojos, siente cómo el alma se le expande dentro del pecho y se dice: “¡Qué belleza!”. Y en realidad lo que oye no son más que dos tonos, que por sí solos no pueden contener una sola idea del compositor ni creatividad alguna y, por lo tanto, ni arte ni belleza. Pero esos dos tonos han llegado al corazón del oyente y han silenciado su razón y su juicio estético.  El simple sonido musical ejerce sobre nosotros aproximadamente la misma influencia que la mirada fija de Mishkin sobre una mujer. La música: un bombín para inflar almas. Las almas hipertrofiadas, convertidas en grandes globos, flotan bajo el techo de la sala de conciertos chocando unas contra otras en un increíble tumulto.


     Laura amaba la música sincera y profundamente; en su amor por Mahler veo un sentido preciso: Mahler es el último gran compositor europeo que se dirige aún de un modo ingenuo y directo al homo sentimentalis. Después de Mahler, el sentimiento en la música ya se vuelve sospechoso: Debussy quiere embrujarnos, no emocionarnos; y Stravinski se avergüenza de los sentimientos. Mahler es para Laura el último compositor y cuando oye la música rock a todo volumen en la habitación de (su sobrina, hija de Paul) Brigitte, su amor herido por la música europea, que desaparece bajo el ruido de las guitarras eléctricas, la pone furiosa; le plante a Paul un ultimatum: o Mahler o el rock; lo cual significa: o yo o Brigitte.


     Pero ¿cómo elegir entre dos músicas si no se ama a ninguna de ellas? El rock es para Paul (tiene los oídos sensibles como Goethe) demasiado ruidoso y la música romántica le produce una sensación de angustia. Durante la guerra, cuando todos a su alrededor estaban exaltados por noticias aterradoras, se oían por la radio, en lugar de los tangos y los valses habituales, los sentidos acordes de la música seria y ceremoniosa; en la memoria del niño aquellos acordes se grabaron para siempre como anunciadores de catástrofes. 


     Más tarde comprendió que el patetismo de la música romántica une a toda Europa: se la oye cada vez que es asesinado un Jefe de Estado, cuando se declara una guerra, cada vez que hace falta meter en la cabeza de la gente un sentimiento de gloria para que vayan de mejor grado a dejarse matar. Hitler y Stalin, De Gaulle y Mussolini, se sentían llenos de la misma hermanadora emoción cuando oían el tronar de la Marcha fúnebre, de Chopin o la Eroica, de Beethoven. Ay, si dependiera sólo de Paul, el mundo podría prescindir tranquilamente del rock y de Mahler. Pero las dos mujeres no le permitían ser neutral. Lo obligaban a elegir: entre dos músicas, entre dos mujeres. Y él no sabía qué hacer. Porque quería a aquellas dos mujeres por igual.

     Era verano. Laura cerró la tienda y se fue con Paul a pasara dos semanas al mar. Las olas rompían contra la costa y llenaban con su griterío el pecho de Paul. La música de este elemento era la única que amaba apasionadamente. Comprobó con feliz sorpresa que Laura se confundía con aquella música; la única mujer en su vida que ante sus ojos se parecía al mar, que era mar.


M. KUNDERA: La Inmortalidad. MaxiTusquets Editores, México, 2019. Pág.246-248.



*homo sentimentalis:  Europa tiene fama de ser una civilización basada en la razón. Pero igualmente podría decirse que es la civilización del sentimiento; creó un tipo de hombre al que denomino homo sentimentalis.


El homo sentimentalis no puede ser definido como un  hombre que siente (porque todos sentimos), sino como un hombre que ha hecho un valor del sentimiento. A partir del momento en que el sentimiento se considera un valor, todo el mundo quiere sentir; y como a todos nos gusta jactarnos de nuestros valores, tendemos tendencia a mostrar nuestros sentimientos.


Ídem; pág. 232 y 234.


 

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