martes, 28 de abril de 2009

RILKE: Primera Elegía Duinense

RAINER MARIA RILKE


ELEGÍAS DUINENSES

La Primera Elegía



¿Quién, si yo gritara, me oiría de entre las pléyades
angelicales? Y aún suponiendo que alguien
de pronto me tomara en su corazón: su fuerte existencia
me destrozaría. Pues lo bello no es otra cosa
que el inicio de lo horrible, lo que apenas soportamos
y que admiramos porque tranquilo desdeña
destruirnos. Todo ángel es horrible.
Y así reacciono y me trago el atractivo llamado
de sollozos oscuros. Ay, ¿a quién, entonces,
hemos de recurrir? No a los ángeles, no a los seres humanos;
hasta las bestias astutas se dan cuenta
que no estamos muy seguros, como en casa,
en el mundo que desciframos. Nos queda, quizá,
algún árbol en la ladera para que lo veamos
a diario; nos queda el sendero del ayer
y la maleducada lealtad de una costumbre
que gustó de nosotros y por eso se quedó y no se fue.
Oh, y la noche, la noche, cuando el viento rebosando de espacio
nos acaricia la cara: con quién no se quedaría ella, la extrañada,
que suave decepciona, ante la que se alza apenas
el corazón solitario. ¿Es ella más accesible a los amantes?
Ay, ellos sólo se encubren mutuamente su suerte.
¿Aún no lo sabes? Desde tus brazos arroja el vacío
a los espacios, a los que respiramos; quizás para que los
pájaros sientan el aire ampliado con el vuelo interior.

Sí, las primaveras bien que te necesitaron. Te apremiaron
algunas estrellas para que las percibieras. Una ola se alzó
hacia acá desde lo pasado, o
cuando pasaste ante una ventana abierta
un violín se entregó. Todo esto era encomienda.
Pero, ¿la cumpliste? ¿No te dispersaba siempre
la expectación, como si todo te anunciara
una amada? (¿Dónde la abrigarías,
si queda claro que los grandes, raros pensamientos
entran y salen de ti y con frecuencia se quedan a pernoctar?).

Pero si lo deseas, entonces canta a las amantes; su conocido sentir
no es aún por mucho tiempo lo suficientemente inmortal.
Aquellas abandonadas, que casi envidias, las que
te parecieron más amantes que las que fueron correspondidas. Empieza
siempre de nuevo el elogio que nunca se ha de consumar;
piensa: el héroe se ha conservado; aún el hundimiento le significó
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero la naturaleza agotada recoge para sí
a las amantes, como si no hubieran las fuerzas necesarias
para lograrlas una segunda vez. ¿Has pensado lo suficiente
en Gaspara Stampa? ¿En que alguna doncella, a la que se le fue el amado, sienta con intensidad
la vivencia de esa amante y se pregunte: ¿seré yo como ella?

¿No deben, finalmente, volverse más fructíferos
los dolores más antiguos? ¿No es ya hora que, amando,
nos liberemos de lo amado y lo soportemos temblando,
como la flecha soporta al arco para ser más que ella misma
concentrada en el momento del disparo? Pues en ningún lugar se permanece.

¡Voces, voces! Escucha, corazón mío, como sólo escucharon
los santos: el gigantesco grito
los alzó del suelo, pero siguieron arrodillados,
los incapaces, y no se dieron cuenta:
así es como escuchaban. No que soportaras ¡ni con mucho!
la voz de Dios. Pero escucha lo que sopla,
la nueva ininterrumpida, ¡la que crece desde el silencio!
¡Un rumor viene hasta ti de aquellos muertos jóvenes!
Por donde pusiste tu pie, en las iglesias de Roma y de Nápoles,
¿no te habló, con calma , su destino?
¿O alguna inscripción te elevó con nobleza,
como recientemente la lápida en Santa María Formosa?
¿Para qué me quieren? Callado debo acabar con la apariencia
de la injusticia, la que obstaculiza a veces
el movimiento puro de sus espíritus.

Por supuesto que es extraño no habitar más la tierra,
no practicar más las costumbres apenas aprendidas,
no dar a las rosas ni a las otras cosas por sí prometedoras
la importancia del futuro humano;
no ser más aquéllo que uno era en las manos
infinitamente tímidas, y aún dejar el nombre propio
abandonado como un juguete roto.
Extraño, no seguir deseando los deseos. Extraño,
todo lo que tenía sentido, verlo aletear
suelto en el espacio. Y el estar muerto cuesta trabajo
y demanda ser recuperado, para que poco a poco uno sienta
algo de eternidad. Pero los vivos yerran
todos, pues establecen diferencias demasiado tajantes.
Se dice que los ángeles, con frecuencia, no sabrían si
caminan entre vivos o muertos. El torrente eterno
arrastra siempre consigo a todas las edades
a través de los dos ámbitos y las cubre en ambos con su sonido.
A final de cuentas, los que se nos adelantaron no nos necesitan;
uno se desacostumbra a la savia terrenal como tiernamente
uno abandona los pechos maternos. Pero nosotros, necesitados
de tan grandes misterios, de aquéllos de los que desde la tristeza
con frecuencia brota progreso beatífico: ¿podríamos existir sin ellos?
¿Acaso es vana la leyenda según la cual la atrevida música primigenia
perforó el árido endurecimiento que el lamento por Lino provocó?
¿Que sólo en ese espacio horrorizado del que de pronto salió para siempre
un doncel casi divino, el vacío devino en tal vibración,
vibración que ahora nos arrebata, consuela y ayuda?



Traducción de Sergio Cárdenas. Ansbach, 24.04.2000.
© Sergio Ismael Cárdenas Tamez


La lectura que hace el traductor de este Elegía, se puede oír en

http://www.youtube.com/watch?v=7Tv73Y3ZW2M

No hay comentarios:

Publicar un comentario