RAINER MARIA RILKE
ELEGÍAS DUINENSES
La Tercera Elegía
Una cosa es cantar a la amada. Otra, ay,
a aquel oculto y culpable Dios-flujo de la sangre.
El doncel, aquél a quien ella reconoce desde lejos, ¿qué sabe él
mismo del Señor del Placer, el que con frecuencia en soledad,
antes que la doncella lo calmase, aún haciendo como si ella no existiese,
oh, con qué desconocido chorrear, alzó la cabeza
divina convocando la noche a un interminable tumulto?
Oh, Neptuno de la sangre, oh, su terrible tridente.
Oh, viento oscuro de su pecho como de concha sinuosa.
Escucha cómo la noche se sume y se ahueca. Estrellas,
¿no viene de vosotras el placer del amado al rostro
de su amada? ¿No viene de las constelaciones puras
su mirada profunda en el impoluto rostro de ella?
No has sido tú, ay, no su madre
quien le tensó así el arco de sus expectantes cejas.
No hacia ti, doncella que lo sientes, no hacia ti
se inclinó su labio para la expresión fecunda.
¿Deveras crees que tu aparición ligera lo hubiera
sacudido, tú, la que se transforma cual viento matinal?
Cierto, le asustaste el corazón; pero sustos más viejos
se precipitaron en él al momento del impulso tactil.
Llámalo...tu llamado no lo separa totalmente de la oscura relación.
Claro, él quiere, él emerge; con alivio se habitúa
a la intimidad de tu corazón, se acepta y se inicia.
Pero, ¿se inició alguna vez?
Madre, tú lo hiciste pequeño, tú fuiste la que lo inició;
era nuevo para ti, tú inclinaste el mundo amistoso
sobre los nuevos ojos y alejaste al extraño.
¿Do están los años en los que tú con sencillez
lo protegiste de las olas del caos con tu delgada figura?
Así le ocultaste muchas cosas: hiciste inofensiva la sospechosa
habitación nocturna; mezclaste espacio humano en su
espacio nocturno con tu corazón lleno de refugio.
No en la oscuridad, no, sino en lo más cerca de tu ser
colocaste la lámpara nocturna, que alumbró como amistad.
Ningún rechinido que no hayas explicado sonriendo,
como si supieras de antemano cúando haría así la duela...
Y él escuchaba y se calmaba. De todo eso era capaz
la ternura de tu vigilia; detrás del ropero apareció
su destino en lo alto del abrigo, y en los pliegues de la cortina
cabía, un tanto traspuesto, su inquieto futuro.
Y él mismo, cual yacía, tranquilizado, diluyendo
bajo párpados adormilados la dulzura de tu ligera
figura al saborear el primer sueño---:
parecía un protegido...Pero en su interior, ¿quién combatía,
obstaculizaba detrás de él los torrentes del origen?
Ah, no había ninguna cautela en quien dormía; durmiendo,
pero soñando, mas con fiebre: así se dejaba ir.
Él, el nuevo, tímido, cómo estaba enredado
con las lianas asesinas de su acontecer interior ya convertidas
en prototipos, en crecimiento estrangulante, en animalescas
formas cazadoras. Así se perdía.- Amó.
Amó su interior, su selva interior,
este bosque primigenio dentro de él, sobre cuyas ruinas mudas
estaba su corazón de verde luminosidad. Amó. Lo abandonó, siguió más allá
de sus propias raíces hacia el origen poderoso,
donde su minúsculo nacimiento ya había sido sobrevivido. Amando
descendió en la sangre vieja, en las cavernas,
donde se encuentra lo temible, aún saciado de los padres. Y cada
horror le conocía, le hacía guiños, era su cómplice.
Sí, el horror sonreía...Raras veces
has sonreído con tanta ternura, Madre. ¿Cómo no lo podría
él amar, si le sonreía? Antes que a ti
lo amó a él, cuando aún lo llevabas dentro,
disuelto en el agua que aligera el embrión.
Mira: no amamos, como las flores, por una
sola estación; cuando amamos, se nos sube
por los brazos una savia inmemorial. Oh, doncella,
esto: amáramos en nosotros no uno, algo futuro, sino
el incontable fermento; no un sólo niño, sino los padres,
que como escombros de las montañas
reposan en nuestros fondos; amáramos las cauces secas
de madres del otrora---; amáramos todo
el paisaje mudo bajo el destino
nebuloso o límpido---: esto, doncella, acaeció antes que tú.
Y tú misma, ¿qué sabes? Tú desataste
tiempos ancestrales en tu amante, ¿Cuáles sentimientos
emergieron desde los seres destransformados? ¿Cuáles
mujeres te odiaron, pues? ¿Qué clase de hombres oscuros
agistaste en las venas del doncel? Niños
muertos querían venir hacia ti...Oh dulcemente, dulcemente
haz algo tierno delante de él, un trabajo cotidiano confiable, - guíalo
a las cercanías del jardín, dale el excendete de
las noches...
Reténlo.
Traducción de Sergio Cárdenas. Ansbach, 16.06.2000.
© Sergio Ismael Cárdenas Tamez
La lectura que el traductor hace de esta Elegía, se puede oír en:
http://www.youtube.com/watch?v=MpMnIDuiknw
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