El siguiente texto fue leído por su autor el lunes 14 de abril, 2008, en el Homenaje que la Escuela Nacional de Música-UNAM brindó al barítono mexicano Roberto Bañuelas en ocasión de sus 50 Años de carrera artística. Roberto Bañuelas es catedrático de esa institución educativa.
Cual aliento dentro del soplo divino
por Sergio Cárdenas*
La mitología griega nos narra que cuando Zeus terminó sus trabajos de la creación del mundo, preguntó a los dioses si había aún algo que le faltara. Los dioses respondieron que sí: que faltaba que dotara al hombre de la voz para que con su sonido manifestara la esencia de la divinidad, pues el sonido es el don de una deidad, es su propia voz sagrada (1)
La voz manifiesta la vibración del espacio sideral y la vibración de la razón. La voz es la manifestación del logos y del tonos, de la razón y del sonido. Cuando nos referimos a la música, que es la expresión de las Musas, esas deidades de la Grecia Antigua hijas de Zeus y dignas de adoración, nos referimos a ese ámbito superior, diáfano y poderoso que constituye el reino del sonido.
Beethoven decía que la música es la más verdadera de todas las manifestaciones del pensamiento. Es una manifestación que se enuncia primigeniamente a través del canto y del habla, pues ellas reflejan ese imperativo del ser humano de alcanzar un entendimiento trascendental que le permita la comprensión y la percepción de la esencia de las cosas y, a la vez, corrobore el milagro de la existencia humana. Día a día comprobamos que cuando el ser humano es sacudido por fuerzas elementales de su realidad, surge de inmediato el canto hablado o la canción para confirmar ese milagro existencial.
En febrero de 1922, el poeta alemán Rainer Maria Rilke (1875-1926), obedeciendo lo que él mismo llamó “un dictado superior”, escribió en pocos días las dos series de los sublimes Sonetos a Orfeo, obras cúspide de la poesía de todos los tiempos. En esta concepción órfica del devenir humano, se le exige al poeta medirse con Orfeo mismo, es decir, con esa manifestación divina en la que el canto está en el aliento del soplo divino, pues sólo ahí ese canto puede devenir en revelación verdadera, en canto de la existencia y no como un sonido enamorado de su propio efecto acústico o que vibra con vanidad en cada intervalo como un canturreo volitivo, en vez de como un canto logrado. En el Tercer Soneto de la Primera Serie, además de recurrir a metáforas bíblicas (como aquella tomada de los Evangelios en la que Jesús sentencia que será más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que un hombre acaudalado entre en el reino de los cielos), Rilke hace énfasis en el imperativo de liberar el canto de la apariencia, de la simulación, es decir, en que sea sólo una revelación verdadera en la que el sonido es la significación del ser del mundo, significación que está más allá del dilema de la razón y nos remite al sentido original de la filosofía: es el arte más elevado de las Musas, como afirmaba Sócrates. Alcanzado este nivel, el cantor, como el camello en la parábola bíblica referida, podrá seguir el camino de la divinidad a través de su angosta lira. No es el aplauso pasajero ni el estrellato, globalizado o no, lo que nos garantiza la integridad del canto, por más que por esas mismas presiones se nos haga abrir la boca y emitir efectos acústicos, de alturas definidas o indefinidas (2). Es el obedecer el aliento divino lo que permitirá que el canto se logre, lo que hará de esa fugacidad un momento eterno, lo que, en suma, nos confirmará lo milagroso de nuestra existencia. Así lo dice Rilke:
RAINER MARIA RILKE
Soneto a Orfeo I/3**
Un dios lo puede. Pero dime, ¿cómo un hombre
Lo ha de seguir a través de la angosta lira?
Su razón es un dilema, No se yergue ningún templo
Para Apolo en el cruce de dos caminos del corazón.
Cantar como tú lo enseñas, no es deseo
Ni finalmente promoción de algo aún no logrado;
Cantar es existir. Algo fácil para el dios.
Pero nosotros, ¿cuándo existimos? ¿Y cuándo vuelve él
La tierra y las estrellas hacia nuestro ser?
No es eso, doncel, lo que amas, aunque
La voz entonces la boca te haga abrir.
Aprende a olvidar que cantaste. Eso es pasajero.
Cantar, en verdad, es otro aliento.
Un aliento por nada. Un soplo dentro de dios. Un viento.
En el devenir musical del México contemporáneo, la figura de Roberto Bañuelas se yergue como un hito, como un punto de referencia incuestionable en el ámbito musical gracias a un canto logrado, libre de apariencias, un canto verdadero, genuino, que confirma nuestra necesidad de un entendimiento trascendental, que ha guiado nuestro espíritu y conducido nuestro corazón por caminos luminosos y translumbrantes que nos reafirman y fortalecen a través de esos momentos beatíficos brindados por su canto.
Tuve el privilegio de escuchar por primera vez esta voz prodigiosa en los inicios de mis tentativas musicales a finales de la década de los 60. Asistí entonces a una presentación de la ópera Il Trovatore, de G. Verdi, en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana. De inmediato Roberto Bañuelas, cuyo rendimiento de “Il balen dil suo sorriso” aún recuerdo vívidamente, se volvió para mí un ejemplo y un parámetro. Deseaba para mí, por aquellos años, llegar algún día a alcanzar tal plenitud vocal y musical. La vida me llevaría, a final de cuentas, por otros derroteros: por los campos de la dirección y de la composición musical. Para mi fortuna, esos nuevos derroteros no me alejaron de Roberto Bañuelas y, así, pude vivir muchos momentos memorables marcados indeleblemente por la maestría vocal y artística de Roberto Bañuelas. Hago propicia hoy la oportunidad de agradecerle, de nueva cuenta, el privilegio que me brindó de hacer música a su lado durante mi paso al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional de México y de la otrora Filarmónica del Bajío, hoy Filarmónica de Querétaro.
Enlisto, a continuación, algunos extractos de oratorios, óperas o ciclos de canciones con los que compartimos escenarios, y que fueron intervenciones inolvidables de este gran barítono mexicano: El aria “La trompeta sonará”, del oratorio Mesías, de Haendel. El aria “Basta ya”, del oratorio Elías, de Mendelssohn. La plegaria “Dios, hazme saber que mi vida tiene un fin”, de Un Requiem Alemán, de Brahms. El aria, con coro, “Apresuraos, almas impugnadas”, de la Pasión según San Juan, de Bach. El vertiginoso “Estuas interius”, de Carmina Burana, de Orff. La conmovedora personificación del Marqués de Posa en la ópera Don Carlo, de G. Verdi, o su no menos conmovedor Raimondo con su “Cessi quel contento”, de la ópera Lucia de Lammermoor, de G. Donizzeti. A principios de la década de los 80, en el Palacio de Bellas Artes con la Sinfónica Nacional, compartimos una hora estelar con el ciclo de canciones de “El cuerno maravilloso del doncel”, de G. Mahler, en especial con aquella canción del prisionero en la torre que proclama “Die Gedanken sind frei”: Los pensamientos son libres. Y qué decir de las diversas ocasiones en las que en ese mismo espíritu de libertad, nos arengó en el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven con el agregado que el coloso de Bonn le colocó a la oda de Schiller. “Amigos, no más estos tonos, sino entonemos algo más agradable y más lleno de alegría”.
Mi gratitud a Roberto Bañuelas por todas estas muestras de generosidad artística, muestras a las que hoy, para fortuna de nuestra Escuela Nacional de Música de la UNAM, tienen acceso las nuevas generaciones de talentos vocales a través de su vocación pedagógica. Esos jóvenes talentos, para crecer, también deberán medirse con él y, como él, aspirar a brindar un canto verdadero, sin simulaciones, cual aliento dentro del soplo divino.
*Profesor Titular de Carrera y del Posgrado en la Escuela Nacional de Música de la
Universidad Nacional Autónoma de México.
© Sergio Ismael Cárdenas Tamez. Ciudad de México; el 14 de abril, 2008.
**Traducción desde el alemán original de © Sergio Ismael Cárdenas Tamez, Ciudad de México, el 13 de abril, 2008.
(1) Otto, Walter F.: Las Musas y el origen divino del canto y del habla. Editorial Siruela, , Madrid, 2005
(2) Rüdiger Görner: „Rainer Maria Rilke / Im Herzwerk der Sprache“. Paul Zsolnay Verlag, Wien 2004,
No hay comentarios:
Publicar un comentario