martes, 19 de mayo de 2009

Hace un cuarto de siglo: MOZART CON LOS ZAPOTECAS



Artículo escrito por REINHART BEUTH, publicado el 14 de abril de 1984 en el periódico “Die Welt”, de Hamburgo, Alemania.

El Maratón Musical de América Central: Por tercera ocasión, Festivales de Primavera en Oaxaca.

MOZART CON LOS ZAPOTECAS

Oaxaca se llama el estado al suroeste de México y Oaxaca de Juárez es su capital. Turistas interesados en la cultura conocen esta ciudad como punto de partida a las excavaciones de Monte Albán y Mitla, esos poderosos centros religiosos de los mixtecas y zapotecas. Mas los turistas interesados en música deberían, paulatinamente, familiarizarse con Oaxaca. Por tercera ocasión se realizó allí el Festival de Primavera de la Orquesta Sinfónica Nacional de México.

Ningún Festival, obviamente, elitista: ningún Salzburgo centroamericano. Los virtuosos que viajan por el mundo no se ven por ahí, serían demasiado caros. La idea del Festival de Oaxaca es más notable. Todas las actividades son gratuitas: más que a los turistas primaverales, se dirigen a la población local que, de esta manera, tiene la oportunidad de asistir cuando menos una vez al año a conciertos de música sinfónica y de cámara. La curiosidad no se puede frenar. En el concierto de inauguración en el Teatro Macedonio Alcalá (una casa feudal de ópera de principios de siglo), el teatro está que revienta. Esta imagen se repite en otros programas populares, como el dedicado a Beethoven con la obertura a “Fidelio”, el Triple Concierto y la “Eroica”. Para el concierto popular de clausura, uno se tiene que ir al Auditorio Guelaguetza donde 12,000 personas escuchan bajo el cielo estrellado oberturas y coros de ópera verdianos. Si no es Salzburgo, quizá sí sea Verona.

No es por casualidad que Oaxaca, de entre las otras capitales estatales de México, llega a este privilegio. Benito Juárez nació en un pueblito cerca de ahí. En el aniversario de su natalicio empieza también todos los años el Festival. Los oaxaqueños son famosos por sus oficios artísticos: el talento para lo musical parece serles innato. Pero la región es una de las casas pobres de México. Ni siquiera una ciudad grande como la capital (300,000 habitantes) puede pensar en una empresa cultural con orquesta y teatro de ópera propios. Todavía no. La meta de la iniciativa del Festival, desde la Ciudad de México, es precisamente preparar el terreno para la creación de estas empresas por y con oaxaqueños.

La música es el punto angular del Festival. Teatro, cine y exposiciones se antojan un tanto incidental y al margen. Esto no nos debe sorprender pues el motor del Festival es el Director Artístico de la Orquesta Sinfónica mexicana: Sergio Cárdenas. Él estudió en Salzburgo y dirigió allí un par de años la Orquesta de la Escuela Superior de Música “Mozarteum”; también participó en los Festivales de Salzburgo dirigiendo una serenata con obras de Mozart.

Lo que este treintaytresañero ha realizado desde entonces, merece todo el más alto aprecio. Su Orquesta Sinfónica Nacional (no confundirla con aquella filarmónica mexicana que la señora López Portillo pagaba de su bolsillo de mano y hace algunos años envió de gira a Europa), esta Orquesta Nacional se puede oír de nuevo. Algunos atriles cuentan con ejecutantes brillantes. Un joven trompetista mexicano (Juan Manuel Arpero) es de clase extraordinaria.

Todas las noches, a las nueve, un concierto orquestal; antes, a las seis, un concierto de música de cámara. Los domingos y días festivos también una matiné. Además, cada tarde, pequeños grupos como Cuarteto de Trombones , o de Cornos Franceses, tocan en los atrios de las iglesias o en los patios de los conventos o salen a tocar en poblaciones vecinas; y en las mañanas, cursos de perfeccionamiento para jóvenes instrumentistas de la región: Cárdenas, con su programa del Festival, pone, en efecto, a toda la comarca bajo la música. El resultado es monumental y la entrega de Cárdenas equivale, en vista de ese talento mexicano de evadir toda forma de organización, a una batalla contra los molinos de viento.

Pero: él gana. Y en todo cuanto concierto dirigió, demostró que además es un músico cuyo repertorio no sólo tiene una admirable amplitud, sino que también lo tiene trabajado brillantemente. Su ejecución de “Mesías”, de Haendel, por ejemplo, alcanzó las alturas celestiales de la música en su más completa espiritualización: y ese milagro lo compartió de alguna manera el público, pues reinó un silencio que detenía la respiración, lo cual fue un éxito si consideramos todo lo que el público llevó consigo: bebés, niños, grabadoras de cassette y hasta botellas de Coca-Cola.

La Sinfonía en re-menor, de César Franck, queda en el recuerdo. De igual manera, la Sinfonía “Haffner”, de Mozart y “El Pájaro de Fuego”, de Stravinski, además de algo de música mexicana, como “Chapultepec”, de Ponce y obras de Silvestre Revueltas (una especie de post-impresionismo mexicano en la más amplia gama colorística).

Con los cantantes, los mexicanos no tienen que depender de la importación: Rosario Andrade, quien en esta temporada dio su debut en el Met de New York, pertenece a las muy pocas sopranos jóvenes del tipo lírico-spinto que tiene todo para una carrera internacional: cantó orgiásticamente las arias de Puccini. Flavio Becerra tiene de todas las virtudes tenorales, esa lágrima en su timbre que seduce al público. El hecho de que él, tan joven como es, aún no se decida entre el “Dichterliebe” (Schumann), el oratorio y la ópera italiana, habla de la seriedad de su quehacer artístico. Con la Andrade y el Becerra, México puede ser representado con orgullo en todo momento en la escena operística internacional.

La pianista Guadalupe Parrondo, triunfadora en algunos concursos internacionales, parece regir con espíritu bondadoso, siempre dispuesta como solista y, a veces, con la colaboración de otro ejecutante. En este Festival no hay divismos, con una sola excepción: un Baldwin viejísimo, que lleva toda la carga pianística del Festival, protesta, a veces oyéndose lamentablemente. Pero también aguantó.

Para finalizar: El Festival como fiesta popular. La Sinfónica Nacional se une a la Banda de Música. Fuegos de artificio en el cielo nocturno. “Viva Oaxaca” se llama el himno regional. Cuando el pago del artista es el entusiasmo del público, entonces los músicos parten de Oaxaca con una rica y pesada carga; y el turista que visitó el Festival aprendió de nueva cuenta, que la música en sí es más importante que las ejecuciones individualistas tan endiosadas por estos lares (europeos).


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