jueves, 7 de mayo de 2020

Música bajada del espacio



MÚSICA BAJADA DEL ESPACIO

                                                         “...y más inexpresables que nada son las         
                                                                obras  de  arte, esas entidades secretas
                                                                en  las  que  la  vida  no termina y que                                                                                                          superan la nuestra, que pasa”
                                                           (R.M. Rilke en “Cartas a un joven poeta”, Carta 1)               
                


   Cuando en cierta ocasión mostraba a un amigo entrañable el inicio de la Séptima Sinfonía, en Mi-mayor, de Anton Bruckner,  su primer comentario fue: “ Parece como si tomara la melodía del espacio, del cosmos mismo”.

   En efecto, Bruckner se elimina así mismo para dejar que el cosmos lo use como instrumento para expresarse; por ello su música me parece natural, fluida, seduciéndonos con su enorme capacidad de dejar que sean sólo los “atributos” del fenómeno musical los que se manifiesten. En esto Bruckner se anticipó a Rilke quien, nuevamente en sus “Cartas a un joven poeta”, aconsejó a Kappus “recoger el sonido sin forzar el significado”.  Acertada la observación de Rilke, sobre todo si se aplica a la música donde el sonido, per se, no es el significado.  Por su parte, Mahler, quien fue un decidido promotor/defensor de Bruckner, decía: “En la partitura está todo, sólo falta lo esencial”.

                                                        Anton Bruckner

   En el descubrimiento del significado está, pues, la meta de todo creador.  Para llegar a este punto hay que recorrer un largo camino, emprender estudios que nos ilustren sobre el rigor de la naturaleza, aprender el lenguaje del universo que, a la larga, será también el universo del creador, ir más allá de lo ya dicho y, así, penetrar en las profundidades del cosmos, solo para sondear las profundidades del alma propia al entrar en sí mismo.

   En su solitaria lucha para alcanzar estas preciadas metas artísticas, a Bruckner le fue permitido el conocimiento de bellezas hasta entonces vagamente introducidas, pues caminó inexorablemente y sin temor a lo inexplicable hacia el encuentro con su destino.  Cuando llegó a este punto procedió a plasmarlo en el papel pautado.  Hoy la obra sinfónica de Bruckner  se corrobora como un hito en el sinfonismo europeo, con muchas de las más bellas páginas jamás escritas; se trata, sin lugar a dudas, de uno de los verdaderamente grandes de la composición musical en su más pura expresión.

   En el devenir bruckneriano es el estreno de su Séptima Sinfonía en Munich en 1885 (el autor tenía 61 años) el que marca en  definitiva su establecimiento como compositor europeo (es decir, ya no solo austriaco) de primer nivel; a partir de entonces su obra fue aplaudida en toda Europa y, hoy, vive una especie de renacimiento.

    Primera página de la partitura de la Sinfonía no. 7, en Mi-mayor, 
 de Anton Bruckner

   La composición de su Séptima Sinfonía la inició Bruckner en septiembre de 1881, terminándola dos años mas tarde, en septiembre de 1883 (paralelamente compuso el “Te Deum”).  En este período continuó su relación con Wagner, a quien visitó en 1882 en Bayreuth asistiendo al estreno mundial de “Parsifal”.  La noticia de la muerte del también autor de “Lohengrin” sorprendió a Bruckner cuando estaba por terminar el célebre Adagio de esta sinfonía, lo que motivó la composición de un conmovedor canto fúnebre con el que concluye este Adagio.  Uno de los más hermosos Adagio de toda la literatura sinfónica, este de la Séptima de Bruckner nos cautiva con una cantabilidad dramática expansiva en la que se reconoce la esencia del “melos” bruckneriano en su máxima expresión.

La melodía que abre el primer movimiento de esta sinfonía es, en la historia de la música orquestal, un auténtico hallazgo,  por no decir innovación: 24 compases que uno, como mencioné al principio, de veras piensa que “ya estaban allí”, compases que de inmediato nos atrapan y no “nos dejarán ir” nunca más.  Es una melodía que “respira” largamente, con amplitud y tranquilidad místicas, definiendo la felicidad  de un  alma  transfigurada  y  plena de  gozo,  melodía  que  se desenvuelve en una progresión armónica que no por lo rica e intensa deja de ser suave y sutil. Una balanceada alternancia de este primer tema con los otros dos del movimiento hacen de él un movimiento redondo.

   El tercer movimiento, “Scherzo”, se aferra con penetrante obstinación a dos figuras rítmicas vigorosas y compactas, las cuales son acertadamente contrastadas con la amabilidad del “Trío”, en el que sobre un colorido manejo de la armonía, fluye una melodía sujeta al compás de tres/cuartos de un “ländler”.

   El movimiento final es un movimiento altamente contrastante, no sólo por el uso de los dos temas principales sino también por el manejo del aparato orquestal. Mientras el primer tema  es conciso y con un marcado movimiento de ritmos punteados, el segundo contiene una cantabilidad que se nos presenta en la forma de un “coral protestante”, como lo hacía Bach ( resulta interesante observar esta influencia “protestante” en el “archicatólico” Bruckner ).

   Bien se puede afirmar que la Séptima Sinfonía de Bruckner es  una obra monumental cuya construcción caleidoscópica corrobora una narración arquitectónica diferenciada y unida por una red de relaciones motívicas que constituyen toda una constelación, rica y variada, de sonidos con mucho significado:  el significado puro y último de la música.

 Bruckner, al llegar al cielo, tiene un recibimiento triunfal de parte de todos los compositores musicales.

Texto incluido en el libro de autor publicado con el título ESTACIONES EN LA MÚSICA, de la serie Lecturas Mexicanas, de Conaculta, Ciudad de México, 1999.


                                                                                 

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