martes, 28 de abril de 2009

R. LEEMANN: Escuchando el devenir

ESCUCHANDO EL DEVENIR
Composiciones Sonoras de Sergio Cárdenas,
por Rolf Leemann

ZAN TONTEMIQUICO (Sólo venimos a soñar), para oboe y orquesta de cuerdas.

Una puerta en el viento que golpea inexplicablemente, abre la entrada a un mundo extraño. ¿O es acaso la palabra de una deidad azteca? ¿El ritmo del poeta? Por medio de un sonido agudo sostenido largamente, y de apoyos sonoros profundos y concisos, nace un espacio. Algo entra en movimiento. Aparecen ruidos de laboratorio, emisiones acústicas de animales. El oboe sobrepresionado simboliza dolores de alumbramiento. Sólo después de un aliento respiratorio distintivo lo oímos como voz clara. Y de inmediato se pone a parlotear, con claridad y desenvoltura. Las cuerdas se le unen. Pareciera un levantamiento, un grito, como si muchas sílabas lucharan por su espacio, por su palabra: De nuevo el aliento inicial-concluyente, y uno más: emerge un espacio en el espacio. Intervalos se construyen, pasos resuenan. Desde una multiplicidad concentrada y rica en tensiones, se desprende una figura que se mueve fototáctica, que busca la luz: una flor. Brotan formas, hojas y colores. Y de inmediato se pronuncian y el oboe se manifiesta. Las cuerdas le dan la bienvenida, los violonchelos le aseguran su especial amistad. El oboe se transforma en atrevido, orgulloso, violento; convoca y saluda al sol, tiembla, se torna admirablemente vivo. El suelo alrededor de la planta se ahonda, contiene el subsuelo y con ella crece un jardín, se extiende. El ritmo del inicio y del final es advertencia auque pareciera que todas las voces se olvidaran de sí mismas en un momento beatífico, como en un sueño.
Tras un nuevo impulso respiratorio, florecimiento total. Se anuncia algo grave, como un sufrimiento, una transición. Ahora suena la maravillosa cantilena del oboe, como si fuera sapiencia del tiempo, contenida en el aliento atrapador del oboísta. El cielo de las cuerdas florece en él y se transforma en un espacio suave y elegíaco. Uno percibe en él la quietud. Y como si el oboe comprendiera, canta a través de las sonoridades empañadas y de los trémolos. Un soplo más para que acabe, para el telón descendiente. Se acabó.
El extraño poeta náhuatl “Zan tontemiquico” es enunciado, es acercado a nosotros a través de la música. Lo que ha de devenir, lo que aspira a llegar a ser, continúa vivo en nosotros a través del arte.


ANTIFAZ, para fagot y orquesta de cuerdas

Con ligereza aparece el antifaz y su divertida nariz dórica. Está de paseo. Sale fuera. Esperamos un cuento. Algo de Stravinsky. Las cuerdas retoman la atmósfera con un alegre pizzicato. Tras una primera postdata traviesa, aparece la intranquilidad. Peligro de resbalarse: se oye un viraje. Sigue un rascar nervioso, golpeado, ametrallante de las cada vez más compactas cuerdas, es decir, un enmascaramiento diferente, inquietante: una sección muy contrastada, guerrera, un aliento cuestionado. El fagot se rebela con pánico, las metralletas se alejan. Queda un lamento breve, desprovisto de drama y, por ello, más conmovedor; un serenarse en la cadencia. Luego la recapitulación, el paso tranquilo del fagot. ¿Se insinúa acaso de nueva cuenta un viraje? ¿Quién, qué es este antifaz? La gavota, ¿Un payaso triste?


SONRISA DE AMOR, para orquesta de cuerdas

La brisa de un atardecer veraniego habita este ágil, ligero y maravilloso bolero. El oyente está sentado en una terraza y le sirven algo de beber. De inmediato se anima. El acomodo claro y transparente de las cuerdas sugiere una visita amigable, quizá el paso de una persona querida que se vira y saluda; su mantilla habla en el viento. Desde la excitación profunda (una idea de pasión) el saludo es correspondido y reconocido. La repetición anuncia: ¡No lo tomes tan en

serio! El inspirado baile conjunto se transforma en canto de dominio popular sobreindividualizado, que desaparece en un suspiro afortunado: Mi-Do, Si-La. No es frecuente que la musa ligera venga nosotros tan irónicamente elegante ni tan artísticamente consciente-inconsciente.


ACERCA TU OÍDO AL TRONCO DE UN ÁRBOL, para fagot y orquesta de cuerdas.

¿Qué tan amplio puede ser un intervalo de segunda? Él puede representar un mundo y, de manera simultánea, su esencia. En la asombrosa composición motivada por el poema “Mozart” de Dyma Ezban, el acercamiento deviene en ampliación. Emerge un juego brillante con la idea de la trascendencia. La cercanía más próxima y la lejanía más distanciada se encuentran una a la otra, basadas en la imagen del niño que acerca su oído al árbol y oye un alma; o en la imagen del oído de Dios, que se posa sobre el corazón del niño ¡durante todo el octavo día de la Creación!
En el nuevo mundo emergente, en el oído, florecen el espacio y el tiempo, con la flor como clave. Estructura, colores y luz encuentran sus equivalencias en el ritmo de las olas de la playa. Viene a la memoria de uno otro poema, “Flowers by the Sea”, de William Carlos William. Surge una atmósfera. Lluvia, viento y llamas solares; hierbas, insectos en los movidos follajes de la Creación, todo a través de la descrpción del fagot políglota, que en sí mismo deviene, una y otra vez, origen y eco del mundo que apenas ha emergido, y a través del despliegue señorial, increíblemente rico de las cuerdas, ora distribuidas en abanico, ora compactas como en un hato, con su vocabulario activo y pasivo, despliegue que es capaz de reproducir en intimidad, como fachada o como fondo, cada emoción, cada enternecimiento, cada oscilación, cada estremecimiento, cada danza y cada movimiento.
En relación con todas las obras aquí comentadas, se recomienda a todos los especialistas en instrumentos de cuerda poner atención a los diferentes efectos técnicos: col legno, pizzicato Bartok, armónicos, etc. No extrañaría, sin embargo, que muchos compositores jóvenes se fijaran en la maestría de Sergio Cárdenas, para así aprender cómo partiendo de una inspiración poética, se puede crear un universo musical (no sólo apoyándose en el merodeo del intervalo de segunda o de su hermano mayor, el de novena, o de sus imberbes parientes entre los cuales de pronto encontramos una quinta perfecta, como si Mozart mismo la hubiera escondido yaciente en la textura, sino a través de un lenguaje y una variabilidad rítmica formante de estructuras que no tiene precedentes).



GUARDIÁN DE TU SOLEDAD, para corno francés y orquesta de cuerdas.

Esta pieza fue compuesta por encargo parcial de la Internacional Horn Society, de Cincinatti, USA. El corno francés es el heraldo apropiado de la concepción del amor de Rainer Maria Rilke. Gracias a sus traducciones, el compositor está muy familiarizado con la poesía y la prosa de Rilke. Otros han de conocer también el nombre de Lou Andrea Salomé, a quien Rilke escribió en una carta que quien ama de verdad, respeta la soledad del ser amado y hace todo lo posible para no limitarla, para garantizarle a ese ser su libertad.
También en esta pieza es emocionante oír cómo, a pesar de un inicio decidido, un espacio debe ser constituido (¿tierra o mar?), cómo surge una expectativa flotante, un horizonte desde el cual las voces de las cuerdas marcan sus diferencias y se crea un ámbito para que desde ahí el corno francés intente sus primeras sílabas y palabras, con las que invoca, da su nombre, se oye a sí mismo, se aventura, siempre apoyado por la orquesta de cuerdas que alterna como paisaje, como sociedad ágil y aún como el clñasico coro comentador, significando siempre que existir es coexistir.
Con pasos imitativos danzantes construye un Locus amoenus, desde el que nos habla un violín suave y señorial, que con entusiasmo o con pausas persuasivas, tranquilo o movido, responde con llamadas o gritos. Las cosas no funcionan sin turbulencias. Amar significa, al fin de cuentas, estremecimiento, ímpetu, aún para el violín que hacia el final de la obra ha sido enternecido con vehemencia. Pero en lo esencial permanece un estar-dispuesto íntimo, un escucharse-uno-al-otro (sí: el violín y el corno francés se oyen mutuamente, crecen uno hacia el otro y más que uno sobre el otro), pasos precavidos, escalones, cambio de sentido hasta el vuelo alto del corno francés al final de la pieza, desde un mundo en el que hicieron breve acto de presencia.



© Rolf Leemann, Zurich, 2008.
Traducción de © Sergio Ismael Cárdenas Tamez, México, 2008.

Rolf Leemann: poeta suizo (Zurich, *1940). Estudió literatura comparativa en la Universidad de Illinois (USA) y música en el Conservatorio de Winterthur (Suiza). Ha sido profesor en la Universidad de Zurich, en la de Ciencias Aplicadas de Wintethur (Suiza) y en la de Illinois (USA). Su sitio web es:
http://www.lyrik.ch/leemann/index.htm

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