martes, 28 de abril de 2009

E. M. CIORAN: El ocaso del pensamiento

Extractos del libro
EL OCASO DEL PENSAMIENTO,
de Emil. M. Cioran.
Tusquets Editores, Barcelona, España. 1995.
ISBN: 84-7223-889-X


Cuando estoy en una iglesia, a menudo pienso qué fantástica sería la religión si no hubiese creyentes, si sólo hubiese la inquietud religiosa de Dios de la que nos habla el órgano.
(pag. 27)

La música es tiempo sonoro. (pag. 61)

¿Vivir bajo el signo de la música significa, por ventura, más que morir con gracia? La música o lo incurable del goce… (pag. 73)

El papel de la música es consolarnos por haber roto con la naturaleza, y el grado de nuestra inclinación hacia ella indica la distancia a que estamos de lo originario. El espíritu se cura de su propia autonomía en la creación musical (pag. 75)

¿Será Dios algo distinto a un intento de satisfacer mi infinita necesidad de Música? (pag. 165)

Quien ama la mística, la música y la poesía es indefectiblemente una naturaleza erótica, un ser voluptuosamente exquisito y que al no hallar plena satisfacción en el amor, recurre a delicias que rebasan la vida. Si en el amor alcanzáramos lo absoluto, ¿para qué correr tras prolongados y delicados goces? No tendríamos necesidad de ellos y si nos interesaran desde un punto de vista abstracto, no podrían suscitarnos una pasión duradera e intensa. (pag. 165)

Todo cuanto no es música es apariencia, error o pecado.
¡Ay! ¡Ojalá el hálito de la muerte se elevara al cielo como una melodía y revistiera a una estrella inmóvil con un himno sonoro!
Si no existiera la melancolía, ¿se encontraría alguna vez la música con la muerte?
En el momento en que consigamos disolver toda la vida en un mar sonoro, no tendremos ya obligaciones con lo Infinito.
Hay invasiones musicales de una fascinación tan absoluta, que los suicidas parecen unos aficionados; el mar, ridículo; la muerte, una anécdota; la infelicidad, un pretexto; y el amor, una dicha. No puede hacerse ya nada, ni pensar nada. Y lo que uno querría entonces es que lo embalsamaran en un suspiro . (pag. 167-168)

Wagner parece haber exprimido toda la esencia sonora de la sombra.
Quien ama verdaderamente la música no busca en ella un refugio sino un noble desastre. ¿Acaso el universo no se eleva hacia la desintegración por la música? (pag. 168)

La música, justamente como los pensamientos, se instala en los vacíos de la vida. Una sangre fresca y una carne sonrosada resisten las tentaciones sonoras, no tienen espacio para ellas; la enfermedad, sin embargo, les hace sitio. A medida que roe la vida, lo absoluto avanza. ¿No resulta revelador que en lo infinito de la música y en lo infinito de la muerte todo se funda en nosotros, que la materia pierda sus límites, que derribemos nuestras fronteras para dejar campo libre a la invasión del sonido y de la muerte? (pag. 168)

Todos llevamos, en grados diferentes, una nostalgia del caos, la cual se expresa en el amor a la música. ¿No es eso el universo en estado puro de la virtualidad? La música lo es todo, menos el mundo. (pag. 168)

Uno puede librarse de los tormentos del amor disolviéndolos en la música. De esta manera, su ardiente fuerza se pierde en una vaga inmensidad.
Cuando la pasión es muy intensa, las sinuosidades wagnerianas la disuelven en lo infinito y en lugar del tormento de marras, te meces en los efluvios de una disolución horizontal, te tiendes, otoñal, en el desierto de una melodía.
Wagner (música de la infinita insatisfacción) entona con el suspiro arquitectónico y gris del Paraíso. Aquí la piedra esconde un ocaso musical, lleno de pesares y deseos…y las calles se encuentran para confesarse unos secretos que, no obstante, no son extraños a un ojo acongojado. Y cuando el nublado cielo de parís parece haber condensado sus vapores de sonoridad, la marejada de motivos wagnerianos viene a encontrarse con el cielo. (pag. 174-175)

Sin las agitadas pasiones de la música, ¿qué haríamos con el sentimiento caligráfico de los filósofos?
¿Y qué haríamos con el tiempo blanco, vacío y desunido de la vida, con el tiempo blanco del hastío?
Solamente se ama la música en el litoral de la vida. Con Wagner asistimos, pues, a una ceremonia del claroscuro, a una cosmogonía del alma, y con Mozart, a los estremecimientos del paraíso soñando con otros cielos. (pag. 182)

¿Qué es un artista? Un hombre que todo lo sabe sin saberlo. ¿Y un filósofo? Un hombre que no sabe nada pero que se da cuenta.
En el arte todo es posible; en la filosofía…Porque ésta no es más que la deficiencia del instinto creador en beneficio de la reflexión. (pag. 193).

La flauta lleva mi pesar hacia todas las mujeres que he inventado cuando imaginaba nostálgicamente otros mundos. Y siempre me descubría una existencia que se hacía pedazos contra todos los instantes… (pag. 208)

La nostalgia de la muerte eleva todo el universo al rango de la música. (pag. 210)

En lo tocante a la música, los franceses no han creado gran cosa porque les gustó demasiado la perfección de este mundo. Y, además, la inteligencia es la ruina del infinito y, por tanto, de la música. (pag. 215).

En Beethoven no hay suficiente hechizo enervante ni suficiente cansancio… (pag. 248)

Sólo en la música y en los temblores extáticos, cuando se pierde el pudor de los límites y la superstición de la forma, llegamos a la inseparabilidad de la vida con respecto a la muerte, a la pulsación unitaria de una muerte vital, de comunión entre existencia y extinción. Los hombres distinguen, por medio de la reflexión y de la ilusión, lo que en el devenir musical es embrujo de eternidad equívoca, flujo y reflujo de mismo motivo. La música es tiempo absoluto, sustancialización de instantes, eternidad cegada por las ondas…(pag. 258)

La música nos muestra qué sería el tiempo en el cielo. (pag. 274)

Bach y Wagner, que aparentemente presentan diferencias radicales, son los músicos que en el fondo más se parecen. No como arquitectura musical, sino como sustrato de sensibilidad. ¿Hay en la historia de a música dos creadores que hayan expresado más amplia y completamente el indefinible estado de la languidez? Que en el primero sea divino y en el segundo erótico, o que uno condense la languidez de su alma en una construcción sonora de absoluto rigor y el otro dilate su alma con una música de prolongadas modulaciones, no invalida en absoluto el que ambos tengan en común una profunda sensibilidad. Con Bach, uno ya no está en el mundo a causa de dios; y con Wagner, a causa del amor. Lo importante es que los dos son decadentes, que ambos desgarran la vida con una especie de ímpetu negativo, los dos nos invitan a morir fuera de nosotros. Y ninguno de ellos puede ser entendido sino en el cansancio, en las nadas vitales, en los goces de la aniquilación. Ni uno ni otro puede servir de antídoto a la tentación de no ser. (pag. 300-301)

Si no hubiéramos tenido alma, nos la habría creado la música. (pag. 302).




Selección de los extractos: Sergio Cárdenas, México, D. F.; el 16 de agosto, 2005.

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